Una niña mala
She will not give it away
Sandra Cisneros
Quiero ser una niña mala y no lavar nunca los platos y escaparme de la casa. No voy a explicarle las tareas a nadie, ni a tender la cama. No quiero esperar en el balcón, suspirando y aguantando lágrimas, la llegada de papá. Ni con mamá ni con nadie. Cuando sea una niña mala gritaré, lloraré dando alaridos hasta que la casa se caiga. Cuando sea una niña mala no voy a volver a marearme y a vomitar. Porque no voy a subir al auto que no quiero para dar las vueltas y los paseos que no quiero, ni a temer que alguien diga si vomitas te lo tragas, pero a papá no se lo hacen tragar. Yo voy a ser una niña mala y sólo voy a vomitar cuando me dé la gana, no cuando me obliguen a comer.
Llegaré con rastros de lápiz rojo en las camisas, oleré a sudor y a trago y me acostaré con la ropa sucia puesta y roncaré hasta despertar a toda la familia. Todos despiertos, cada uno callado en su rincón, respirando miedo. Quiero ser el ogro y comerme a todos los niños, especialmente a los que no duermen mientras yo ronco y me ahogo. Porque los niños cobardes me irritan. Quiero niños malos y quiero una niña mala que no se asusta por nada. No le importan ni la pintura ni la sangre, prefiere la piedra al pan para dejar su rastro y aúlla con las estrellas y baila con su gato junto a la hoguera. Esa es la niña que voy a ser. Una niña valiente que puede abrir y cerrar la puerta, abrir y cerrar la boca. Decir que sí y decir que no cuando le venga en gana, y saber cuándo le da la gana. Una niña mojada, los pies húmedos en un charco de lágrimas, los ojos de fuego.
La niña mala no tendrá que hacer visitas ni saludar, pie atrás y reverencia, ni sentarse con la falda extendida, las manos quietas, sin cruzar las piernas. Las cruzará, el tobillo sobre la rodilla, y las abrirá, el ángulo de más de noventa, la cabeza alta y la espalda ancha y larga, y se tocará donde le provoque. No volverá a hacer tareas, ni a llevar maleta, ni a dejarse hacer las trenzas, a tirones, cada madrugada, entre el huevo y el café. Nadie le pondrá lazos en la coronilla ni le tomará fotos aterradas. Tendrá pelo de loba y se sacudirá desde las orejas hasta la cola antes de enfrentarse al bosque.
No me paren bolas, gritará la niña mala que quiere estar sola. No me miren. No me toquen. Sola, solita, se subirá con el gato a sillas y armarios, destapará cajas, y bajará libros de estantes prohibidos. Cuando tenga su casa y cierre la puerta, no entrará el hambre del alma, ni los monos amaestrados, ni curas ni monjas. El aire de la tarde la envolverá en sol transparente. Las palomas y las mirlas saltarán en el techo y las terrazas, y las plumas la esperarán en los rincones más secretos y se confundirán con los lápies y las almohadas. Se colarán gatos y ladrones y tal vez alguna rata, por error, porque sí, porque van a lo suyo, de paso, y no saben de niñitas, ni buenas ni malas. Armará una cueva para aullar y para reir. Para jugar y bailar y enroscarse. Para relamerse.
Ahora el balcón ya está cerrado. El gato todavía recorre y revisa los alientos. Es tarde y la niña buena, sin una lágrima, se acurruca y se duerme.
Monserrat Ordóñez recibió como homenaje póstumo, el Premio Internacional de Literatura latinoamericana y del Caribe “Gabriela Mistral 2002”, por su dedicación a la poesía, a la difusión y estudio de la literatura latinoamericana y en especial a la escrita por mujeres. Su obra cuenta con numerosas análisis litararios, reseñas, antologías, entrevistas y dos poemarios: Ekdysis, 1989 y de Piel en piel, libro en el que recoge, además de poemas, prosas poéticas, cuentos, relatos, traducciones. En él la autora usa tantos géneros como le son necesarios para acomodar a los diferentes fragmentos del yo poético que es “como un camaleón de la palabra que cambia de color y tal vez no tiene uno propio”.
El universo simbólico de Ordóñez está lleno de fuerza e invade como una maldición, como un contagio que se pega a la piel y duele. Los textos son por lo general demasiado agudos para no ser dolorosos: tensiones, contradicciones, pulsaciones, desgarramientos, renacimientos, metamorfosis. La vida palpita en cada una de las páginas, pero es la vida cruda de sombras, despellejamientos, grietas, querellas. Como lo dice Clarice Lispector en una de las frases usada por Ordóñez como epígrafe: “Esto no es un lamento, es un grito de ave rapaz. Un alarido de vida para desatragantarse, para enfrentar el miedo, para soltar la carga y vivir.”
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