10 diciembre, 2006

Paula Jiménez (Argentina,1969)

La calle de las Alegrías

Una mujer fue a la calle de las Alegrías y se rió a carcajadas pensando que era lo correcto,
hasta que un hombre grandote de pómulos inflados le preguntó qué hacía ahí. Vengo a la
calle de las Alegrías, dijo ella sin parar de reírse, porque quiero curarme de una enorme
tristeza. Qué hermoso que hayas venido a la Calle de las Alegrías, le dijo él, pero debo
informarte que este no es tu lugar. Para pasear por la calle de las Alegrías, primero tenés
que estar alegre. Entonces, a dónde tengo que ir ahora? Preguntó la mujer, cortando una
carcajada por la mitad. Tenés que ir, dijo el hombre, a la Calle de la Tristeza. Y donde
queda la Calle de la Tristeza? Preguntó la mujer. La Calle de la Tristeza es una calle infinita,
contestó, cuando terminés de caminarla podrás elegir otra. Primero, le reclamó la mujer,
nunca voy a terminar de caminar una calle infinita. Segundo: qué puedo encontrar en esa
calle, sino más tristeza?. Acá encontraste alegría? Le preguntó el hombre. No. Entonces
cómo podés saber lo que vas encontrar en otra parte?. Es cierto, se dijo a sí misma. Y entre
pensamiento y pensamiento uno más triste que otro, la mujer retrocedió una cuadra desde
donde estaba hasta salir de la Calle de las Alegrías. Como nada había cambiado y sentía
fracasar una vez más decidió ir a beber un par de copas a un bar cercano y que tenía un
cartel gigante, decía “Bar”. Entró con la cabeza gacha y sin siquiera mirar a su alrededor.
Se sentó en una banqueta alta y apoyó los codos sobre la barra, luego los dejó caer y sobre
ellos la frente. Y comenzó a llorar. Lloró, lloró y lloró sin parar hasta que de tanto llorar
sintió sed. Levantó la vista por primera vez y no vio nada ni nadie, salvo un espejo detrás
de la barra que la reflejaba y ni siquiera muy bien, porque estaba roto y sucio. Tengo sed
pensó. Quiero agua. Entiendo, se dijo, aquí no me darán nada para tomar. Se fue de allí.
Pasó al lado de una viejita que estaba sentada sobre el pasto y le preguntó, señora, donde
podré conseguir agua para mí? En ningún lado, respondió la anciana. Cómo que en ningún
lado? Entonces, voy a morir de sed? Preguntó alarmada. Si pensás que el agua es para vos,
sí. No, dijo la mujer, pienso que el agua es para todos, pero ahora la quiero para mí. En
ningún lado, afirmó la viejita. Señora, por el amor de dios, tengo sed. Ah, dijo la viejita, el
agua es para tu sed? Sí. Tomá de aquí. Gracias dijo la mujer, y llevó a su boca un vaso del
que por más que bebía y bebía nunca se vaciaba. Cuando sació su sed le devolvió el vaso
que se encontraba tan lleno como al momento de recibirlo. Esto es muy extraño señora, le
dijo la mujer. Qué es tan extraño, respondió. Es extraño que esta agua no se agote nunca.
Ah! A eso te referís!, exclamó la viejita. Sí, a eso. Bien, entiendo, vos sabés dónde estás?
Preguntó la ancianita. No, contestó la mujer. Estás en el Jardín de la Vida, todo lo que hay
aquí no se agota nunca, querés quedarte?. No, respondió, debo ir a la Calle de la Tristeza
porque quiero curarme de una enorme que me aqueja y luego decidiré a donde ir. Muy
bien, dijo la viejita, la Calle de la Tristeza es aquí mismo. Dónde? Y le señaló una silla que
estaba a menos de un metro de distancia sobre el cemento. Sentate. Pero, señora, no estará
usted equivocada? Me han dicho que la Calle de la Tristeza es una calle infinita. Sentate,
repitió la viejita y luego hablaremos. Entonces la mujer hizo caso del consejo y se sentó en
esa silla tan cómoda, viendo brotar de su mano un pañuelo gris. Con él podés consolar tus
lágrimas, dijo la viejita. Yo me voy ahora y vos te vas a quedar ahí, si me necesitás llamame.
Gracias, dijo la mujer, y pensó: “qué amable es la gente en el Jardín de la vida, pero yo sigo
teniendo motivos para estar triste”. Entonces su corazón se sintió peor que nunca y una
pesadumbre aún más grande la aquejó, se tapó el rostro con las manos y pensó que era lo
mismo ver o no ver, porque ya nada le interesaba. Llegó la noche y la encontró llorando y
también el día y luego volvió el crepúsculo descolorido y el alba sin lucero y la encontró
llorando. Cuando ya habían pasado varias semanas sintió desesperación y se quiso levantar
de su asiento pero no pudo, su cuerpo estaba pegado a la silla y la silla al piso. Entonces
pidió ayuda a los gritos. Señora, señora del Jardín de la Vida! Ayúdeme a salir de aquí!. No
grités, dijo la anciana, estoy a tu lado. No la veía, dijo la mujer. Es que la gente que va a la
Calle de la Tristeza solo se ve a sí misma, respondió la viejita. Pero ahora me estás viendo y
querés salir, verdad? Sí, señora, ayúdeme, se lo ruego. Esta no es la Calle de los Ruegos,
señorita, aquí con solo pedir ayuda alcanza, deme la mano. Entonces la viejita le tomó la
mano y la mujer se incorporó sin hacer la más mínima fuerza. Esto es un milagro dijo, al
ver que podía caminar. Estoy tan contenta, creí que iba a tener que quedarme allí
infinitamente! Te quedaste ahí infinitamente pero es hora de salir, dijo la señora del Jardín
de la Vida. Entonces apareció el hombre grandote de pomulos inflados y la invitó a bailar
con él. Claro, contestó la mujer. Y bailaron juntos en una calle ancha y clara. Dónde
estamos preguntó? En la Calle de las Alegrías contestó el hombre. Qué curioso dijo la
mujer, yo no recuerdo este hermoso cielo y esta música, no recuerdo que eras tan buen
mozo y lo bien que bailabas, no recuerdo nada de lo que ahora veo. Porque antes no lo
veías, dijo el hombre, y estamos aquí para festejar que recuperaste tus ojos y ahora que te
veo con ojos, qué linda sos!. Gracias dijo la mujer y se sintió felíz, felíz, felíz.
 Y a punto de llamar a la señora del Jardín de la Vida para que venga a bailar con ellos,
 miró la calle para ver de donde provenía la música. Mirando, vio venir un grupo de personas
vestidas de muchísimos colores que cantaban y tocaban bombos, panderetas y silbatos.
Entonces la mujercita con el corazón lleno de regocijo se incorporó a la banda tomada de la
mano del señor mofletudo, con gran asombro descubrió que la ancianita también estaba ahí,
marcando los pasos de la murga.

*Edic. Serena, 2005.


Escritora y piscóloga. Publicó los libros de poesía Ser feliz en Baltimore (Nusud, 2001), Formas (Terraza, 2002), la casa en la avenida (Terraza, 2004), la mala vida (Bajo la luna, 2007) y Ni jota (Abeja reina, 2008). sus cuentos Aventuras de eva en el planetaLa calle de las alegrías y Mariquita Sánchez fueron publicados en España (serena ediciones, 2005, 2006 y 2007). 
Forma parte de la editorial Abeja reina. sus textos integran antologías nacionales y extranjeras. En 2003 obtuvo una mención del Fondo Nacional de las Artes en Poesía. En 2006 recibió el 1º Premio Nacional de Literatura 3 de Febrero y el Hernández de Plata en poesía. 
Por Mariquita Sánchez recibió en 2007 el 2º Premio de relato corto LGBT de Hegoak (País Vasco). En 2008 obtuvo el 2º Premio Nacional de Literatura 3 de febrero, y en 2009 el 1er. Premio Fondo Nacional de las Artes en poesía. Escribió para las revistas Hablar de poesía (Argentina) y La estafeta del viento (España). 
Colabora con SOY,de Página/12, con la revista Ventizca, y durante 2008 lo hizo también con el Festival de Cine GLTTB Diversa. Su libro Espacios naturales está próximo a publicarse por Bajo la luna. 

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