11 julio, 2012

Lili Mendoza (Panamá, 1974).

Mamá no está bien. Cuando estira el brazo para alcanzar el azucarero, su mano tiembla y 
tintinean las siete pulseras de oro que lleva puestas desde su boda. La estoy visitando más a menudo 
ahora que mi hermana se ha ido, que murió papá, que las tías no vienen y los vecinos la ignoran. 
La visito más a menudo porque sólo quedan los perros en el patio, tendidos al sol sobre cemento y 
heces. Alguien tiene que limpiar. Mamá ya no puede o ha perdido el interés. Mamá se lleva la taza 
a los labios y sorbe – sonora - el café caliente. Se ha ido lejos, ya no siente la lengua quemada; no 
traga el pan que masca con la boca abierta – sonora- llena de café, todo al mismo tiempo, como si 
ese tiempo fuera el mismo y la mancha castaña que deja su taza sobre el mantel no fuese otra que mi 
infancia torpe y lejana, que quizás es también la suya – sonora- que intentamos lavar, ella y yo cada 
vez más tarde, cada día más lejos. 

de su cuento "Todas nosotras tus voces".

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