21 agosto, 2012

Laura M. Antillano ( Venezuela, 1950)


He aquí madre, señora, que el comienzo de la historia ha de definirse con la primera del cuento, abuela de largas piernas blancas en su lecho de enferma.
He aquí que esta abuela tuvo también un tiempo de flores de azahar y llovizna. He aquí que la historia comienza escondida detrás de una celosía ante el asalto del caudillo de turno a aquel pueblo de piedras incrustadas.

***

Debajo de su mesa de bordar está la selva. Arriba las madejas de hilos de colores, abajo la selva. Un radio grande para oír novelas por las tardes. Ella se sienta en una silla a bordar fundas de almohadas, pañoletas o tapetes.
Debajo de la mesa está la jungla y yo me meto dentro.

***

Sale para la iglesia los domingos.
Nadie sabe lo larga que está su cabellera salvo yo.
En las noches la suelta, es gris y blanca, pasa de su cintura.
En las mañanas la enrolla lentamente y va disminuyendo su longitud, la sube a la cabeza y prende su peineta.
A mí me lleva con ella, a veces.
Cuando me deja quedo vagando por la casa, entro a la cocina a mirar la piedra, el lavandero.
O paso largas horas mirando los canarios en sus jaulas, allá en el comedor.

***

La madre-abuela cantaba a veces con su guitarra y recordaba historias desconocidas. Hasta que un día se cansó. Se cansó del viejo, se cansó del hambre, de la muerte, de sus canciones, se cansó y se fue lejos, al monte, y se escondió.
Y el viejo abuelo-padre salió a buscarla con los campesinos del conuco y buscó y buscó hasta encontrarla. Estaba sentada sobre un tronco leñoso y lloraba. Lloraba.

de Perfume de Gardenia (1980) es una novela hecha de pequeños cuentos e imágenes poéticas.


Laura Antillano, una de las escritoras venezolanas contemporáneas más prolíficas, ha incursionado en el cuento, la novela, el ensayo y la narrativa infantil. Su producción literaria se inicia cuando apenas salía de la adolescencia y continúa en actividad. Como narradora ha publicado siete libros de cuentos: La bella época (Caracas: Monte Ávila, 1969), Un largo carro se llama tren (Caracas: Monte Ávila, 1975), Haticos casa No. 20 (Maracaibo: Universidad del Zulia, 1975), Dime si adentro de ti no oyes tu corazón partir (Caracas: Fundarte, 1983; reeditado en 1992), Cuentos de película (Selevén: Caracas, 1985; reeditado en 1997 en Caracas por la Fundación Cinemateca Nacional), La luna no es de pan-de-horno (Caracas; Monte Ávila, 1988), Tuna de mar (Caracas: Fundarte, 1991). Tiene tres novelas: La muerte del monstruo come-piedra (Caracas: Monte Ávila, 1971; reeditado en 1996 en Maracay por La letra voladora), Perfume de gardenia (Caracas: Selevén, 1982 y 1984; con una tercera edición en 1996 en Valencia, por el Rectorado de la Universidad de Carabobo y La letra voladora) y Solitaria solidaria (Caracas: Planeta, 1990; reeditada en 2001 en Mérida por Ediciones El otro, el mismo). Ha publicado también el hermoso relato infantil Diana en tierra Wayúu (Caracas: Santillana, 1992). Además tiene otro libro de cuentos y dos novelas inéditos.

08 agosto, 2012

Perla Suez(Argentina-Córdoba, 1947)

Perla Suez en la presentación de Humo Rojo en Córdoba agosto 2012

Fragemnto de la novela HUMO ROJO (Edit Edhasa Argentina, 2012)

Los Arribos, abril de 1945

Anoche no pude dormir, la puerta de la cocina chirriaba y tuve que levantarme varias veces y atarla con un alambre para que se quede quieta. Tapé la ventana de la cocina con una cobija para no ver más afuera, me parecía que alguien estaba allí.
Hace calor, cayeron unas pocas gotas y tengo que romper la media barra de hielo y guardar los pedazos en la heladera y enfriar la leche para que el calor no la corte. Pongo un poco de leche en la taza, hay una mosca muerta que gira cuando la remuevo con la cuchara, gira y sigue girando cada vez más despacio hasta que se queda quieta enredada en la nata. Me preparo un plato de huevos fritos mientras le saco la mosca muerta a la leche y después me la tomo. Los huevos me dan asco porque la gallina ponedora está enferma. La vi echada en la paja, cómo ha envejecido, por Dios. Mojo un pedazo de pan en la leche caliente y después lo unto en uno de los huevos fritos y me lo como. Me quedaron atrancados estos huevos de la bataraza, me dan ganas de ir a buscarla y meterla viva en un tacho con agua hirviendo. El tic tac del reloj me atormenta. Lo peor no es eso, sólo pienso en él,me pongo la mano en el corazón y me digo, metételo aquí y dejálo latir.
No aguanto más, tengo que salir y anotar en la pared el número de teléfono de la policía, 341, no vaya a ser que cuando no esté, alguien se meta en mi casa.
Sale fuego de la tierra y voy a tener que tirar la lechuga, porque en este pueblo a la gente no le gusta comer crudo. Papas, zanahorias y cebollas con carne a la parrilla o en estofado y a veces un puchero, todo cocido.
Con la plata que hice, me sobra para dos días. Hoy es viernes y el fin de semana se hace largo, ni miras de llover. Mejor dejo el carro para caminar un poco y llegarme hasta el bar, a alguien voy a encontrar. Le dijeron en el bar que su hermano había salido de la cárcel y que estaba de vuelta en el pueblo.
Oskar Köhler hizo una mueca al escuchar eso, la cara colorada, el rictus desolado de su boca y los ojos fríos dejaron entrever que algo feroz venía de muy adentro y no iba a quedarse ahí. Hubo un silencio cortante que se expandía por el aire y Oskar dijo que era hora de irse.
Las ojeras alrededor de sus ojos parecían más profundas sobre su piel nevada llena de pecas; imágenes confusas de Ungar se mezclaban en su cabeza con el blanco de las paredes revocadas del bar.
Oskar Köhler se puso la gorra, pagó la cerveza que había tomado y se escurrió como pudo. Chocó contra una mesa y se le cayó encima de su único saco el vaso de vino de alguien. Después se fue sin mirar a los que lo miraban.
Se detuvo por un instante en el umbral, maldijo a su hermano y se quedó allí, con su rencor abierto. Los ojos tristes, vulnerable ante la mirada de los demás. Oskar Köhler empujó la puerta del bar, salió, se quitó la gorra y la hizo girar despacio entre los dedos, no podía dejar de mirar el fondo gris de la calle de tierra sin saber qué tenía que hacer un hombre como él, al que alguien en el bar, gratuitamente, diciéndole lo que le dijo, acababa de herirlo de muerte. Volvió a ponerse la gorra y caminó pegado a las paredes por la única calle asfaltada del pueblo. Era viernes y hacía un calor sofocante. No había nadie.El camión regador ya había pasado y las únicas dos tiendas del pueblo tenían las persianas bajas.
Los habitantes de Los Arribos vivían en casas pequeñas, espaciadas unas de otras, de paredes blancas y ventanas con cortinas floreadas.
A esa hora del día las mujeres se afanaban en la cocina haciendo trabajos pesados que no les daban respiro. Por lo general tenían muchos hijos, criaturas rubias y robustas, de mejillas rosadas y expresión plácida, a las que no les asustaba el trabajo del campo, porque eso era lo que conocían.
La tarde de verano caía sobre los techos de zinc del pueblo.
Oskar escuchó voces distantes de niños jugando al fútbol y los ruidos de los pelotazos. Llegó a la esquina y se cruzó con unos parroquianos que conversaban sobre el mal tiempo y la cosecha. Todavía le faltaba un trecho por recorrer para llegar hasta donde había dejado el carro.
Era casi de noche y las luces de la calle aún no estaban encendidas.Quería volver cuanto antes a su casa. Se dio cuenta de que alguien lo seguía y no quiso darse vuelta, apuró el paso; el perseguidor se acercaba, olía a madera quemada,un olor poderoso y dulzón. No podía dejar de pensar que ese hombre que venía detrás de él y lo estaba alcanzando era su hermano.
Las calles parecieron volverse más angostas para él que se vio acorralado, porque pensó en que el hijo de puta lo estaba alcanzando.
Empapado en sudor, miró con desconfianza hacia la derecha y después hacia la izquierda y cruzó la calle rápido respirando profundo para no ahogarse. Siguió caminando con dificultad porque le temblaban las piernas.
Habían pasado tan solo unas semanas desde aquella tarde en la queThomas le había arruinado la vida, y ahora escuchaba el ruido de sus pasos que parecían reavivados por la furia contenida.
Pensó,
Esa basura salió de la cárcel y seguramente pronto se va a pasear como un señor por Los Arribos, como si no hubiera pasado nada.
Sintió un gran desprecio hacia ese hombre que tenía la misma sangre que él, con el que había crecido y que ahora estaba cerca tratando de alcanzarlo.
Por un momento las palabras de su madre volvieron, Thomas es tu único hermano…
Buscó el modo de defenderse de los recuerdos pero no lo encontró.
Creyó ver a su hermano, no tenía más de nueve años, estaba vestido con su chaqueta marrón, la camisa a cuadros y un pantalón corto; la hamaca atada al árbol y él con las manos aferradas alrededor de la soga, hacia adelante y hacia atrás, lanzado al espacio, haciendo alarde de su seguridad, como para que Oskar no tuviera otra opción más que admirarlo.
No había llegado al carro cuando escuchó,
Oskar, soy yo.
Mierda, basta, dejame, le gritó.
Ya no le importaba lo que podía pasarle si el hermano lo alcanzaba.Todo lo que podía hacerle ya se lo había hecho, no tenía nada que perder.
En ese momento se dio vuelta para mirarlo, estaba a pocos metros de él, lo vio entero, con aquella suficiencia que le era propia y otra vez lo odió amargamente.
Había soñado tantos años con verlo destruido, había consagrado tantas horas a ese sueño y ahora Thomas estaba ahí y esa realidad se imponía con dureza.
Quiso sacárselo de encima. No era difícil apuñalarlo, era la cosa más fácil del mundo. Tenía el cuchillo en la cintura pero algo lo detuvo. Se acordó de una mañana en la que él y el hermano habían armado por primera vez juntos la carbonera; era mejor no pensar, volver a casa con urgencia, ordeñar la vaca y encerrar los caballos en el redil.
Ofuscado, Oskar Köhler avanzó tan rápido como pudo, tratando de eludirlo,mirando al frente como si no ocurriera nada.Nada, sólo el corazón que estaba a punto de reventarle y la garganta seca. Tosió, sintió que se ahogaba, le faltaba el aire.
La corta caminata fue una eternidad.
Tenía que subir al carro antes de que el hermano lo alcanzara, ya faltaba poco para llegar y allí pondría fin a este asunto.
¡Oskar!, escuchó.
De nuevo lo golpeó el recuerdo de Ungar. Sabía que donde fuera que estuviese, el resentimiento y el dolor lo llevarían hacia un callejón sin salida.
Se dio vuelta y lo miró fijo a los ojos, desafiante, y Thomas le devolvió la mirada dando un paso atrás.
Oskar, escuchame, yo no lo maté.


"Humo rojo", sinopsis
Wilhem Kohler y su esposa Ute Schuldig viven en Los Arribos, en el campo argentino, a comienzos del siglo XX. Vienen de Rusia y Alemania, de la pobreza, de la vida entendida como un trajinar austero, reacio a la felicidad. Su nueva patria no replica la original, pero ellos parecen incapaces de aprovechar la diferencia. En las décadas de 1920 y 1930 la injusticia y la arbitrariedad se ejercían sin rubor ni disculpa.
Sobre sus hijos, Oskar y Thomas, extenderán la maldición del rencor. Esa rivalidad entre hermanos, fundada por el padre, por la amargura y la furia que ese padre derrama, será el destino de ambos. El objeto en discordia puede ser la madre, una joven o un espacio propio en el mundo. Los años de la infancia se irán entre la inocencia rápidamente arrebatada y el descubrimiento del odio.


de Humo Rojo(fragmento de la novela ).Editorial Edhasa, 2012.


01 agosto, 2012

Rosario Aguilar (Nicaragua, 1938).


Sonia

Ha sido tan larga esta noche, que no sé si ha sido una sola, o varias noches. Si todavía es domingo o ya es lunes o martes. ¡Cuánta cantidad de tiempo en cada hora¡ ¡Que fio y metálico el viento y cómo ha estado de alejado el cielo! Por dentro siento un frío casi polar. En mis huesos, en mis médulas. Quiero ser valiente.

Los muchachos de nuevo intentándolo. Ya no han de tardar.

En tocar a mi puerta, en llamarme.

Ya en la puerta sus sombras. Los compañeros a quienes reconozco a pesar de sus sombreros de alas caídas de los pañuelos sobre sus rostros. Porque he visto esos ojos relampagueando cientos de veces. Fervor revolucionario. En las huelgas estudiantiles de secundaria cuando nos tomamos los colegios. Aulas escolares dejadas atrás antes de tiempo.

En Septiembre.

Ya está tomada casi toda la ciudad. Los disparos se generalizan. Se oyen en Guadalupe y en el Laborío, Está tomado San Felipe, San Juan. El Coyolar. Sutiaba.

Temblamos, oyendo los disparos dispersarse por la ciudad, generalizándose. Disparando nosotros mismos.

Conocerme. Encontrarme ante la nueva significación de haber descubierto mi propio valor. Cambiar con una decisión todo el curso de mi vida. En un fragmento de instante todo mi futuro.

Porque desde el momento en que los compañeros golpearon la puerta, supe llegado el instante.

Mi corazón manteniéndose manso. Mis sentidos alertas. Dejando de temblar en el preciso y fugaz segundo en que oí su voz, y sentí su mirada penetrándome.

Y pudiéndole decir, allí mismo, a la puerta de mi casa, que temblaba, que tenía miedo, que había cambiado de parecer, que ya no quería participar en la insurrección armada porque pensaba que era una temeridad...

Pero todo fue verle, sentir en su voz y en su piel la decisión, la audacia, para comprender que no había, que no cabía ya la duda. Ante su mirada joven, desafiante, convertí da de un solo golpe en la de un hombre.

El fuego concentrándose por el lado del Comando.

Primero levantamos barricadas con los adoquines de las calles.

Apostados allí. En aquellas trincheras.

No es el reloj el que marca el tiempo, sino el tableteo de las ametralladoras por el lado del Comando. Ese sonido mortal significa la fuerza, el empeño de nosotros por mantener el fuego desde nuestro lado, para hostigar si es preciso hasta la muerte.

El tiempo que ha transcurrido desde el comienzo del combate, los instantes en que se detiene haciendo más funestos los obscuros silencios de la noche, para continuar luego, desigual, en cierto modo alocado, con ráfagas cortas y precisas de profesionales alternándose con nuestros disparos locos de principiantes. Como un diálogo mortal y sin entendimiento.

Ya no cabe la comprensión.

El tiempo fraccionado tan sólo por disparos.

Todo lo que hemos crecido, madurado en estas noches. Ya ni sabemos la hora, tan sólo distinguimos que los disparos se generalizan y llueven por toda la ciudad, parejo, como en la noche de una "gritería" mortal, de todo calibre.

En las películas no pueden imitar las expresiones en los rostros que yo observo en mis compañeros porque no se puede copiar la realidad.

El disparo salido de un Garand, o de la ametralladora recuperada por un compañero de dieciocho años dispuesto a morir, con una mirada decidida, desafiante, perdida más allá de la inmortalidad. O las ráfagas desesperadas de un guardia embotellado, a quien le han ordenado sostener su posición insostenible... y aunque no le den la orden,,. Defender su posición es su única alternativa durante esta guerra en que todos los jóvenes se han rebelado.

A medida que la noche madura, el combate crece con ella, ya no cesa, y no disminuye. Por el contrario. Cada hora, el furor de los jóvenes combatientes y la desesperación de los militares es testimonio de que al fin ha llegado el momento.

Disparando a lo loco toda la noche. Por encima de los patio silban y cruzan balas de toda especie.

Nuestros disparos de riflitos y pistolas 22 y 38 tan sólo suenan para que los de mayor calibre se destaquen más.

Un disparo le dio a un guardia...

Ver a un hombre que vive, que se mueve, que tiene pensamientos, caer en un abismo que debe ser obscuro... morir... sin que medie más que la fracción de tiempo, de instante, del ojo puesto en la mira, del dedo en el gatillo, del cerebro dando una orden funesta y terrible. El hombre cayendo al suelo, yaciendo, desangrándose, con todo lo que constituía su vida, huyéndole de sí.

Dejar de ser, de formar parte de la humanidad, Mi extraña reacción, no ante el peligro de mi propia vida, mientrs el ojo fijo, frío y obscuro de su Garand estaba puesto en mí, sino ante la vida de él que se derrumba... porque ni siquiera me conocía.

Temblando con todos mis nervios, mis músculos... m siquiera le conocía, ni él a mí.

La mayoría de nosotros no sabemos disparar. Hemos comenzado combatiendo tan sólo con palabras, gritos, protestando en las aulas de los colegios.

Otros muchachos y muchachas integrándose a las escuadras, a la lucha. Ya el tiempo no puede ser e mismo ni tener el mismo significado para los que tomamos la decisión de pelear.

En cada puerta nos regalan algo. Comida, ropa, y una que otra rma.

Tenemos todos una mirada, un olor, una actitud extraña. Es cuando se le pierde el miedo a la muerte, e interiormente va a uno "le vale". .

Las calles de la ciudad llenas de barricadas y desiertas. Porque en la frecuencia de la radio enemiga dijeron que vienen los aviones a bombardearnos... Que cuando terminen con Masaya,.. vienen para acá.

Observándonos unos a otros. Se espera. Se esta alerta

Porque ya sabemos lo que significa el ruido de los motores de los aviones o de los helicópteros cuando se vienen acercando a la ciudad.

Conocemos sus intenciones. Cuando el avión pica, inicia el "chandelle", corta los motores,... comienza a disparar sus roquets.

Entonces no queda ningún otro ruido en la ciudad...

Todo quieto. Hasta los niños más pequeños dejan de llorar Hasta los perros se esconden y no ladran más...

Tan sólo queda la sombra de la muerte sobre la ciudad y las sombras de los aviones, su sinónimo... como en una sola sombra apocalíptica.

Los pájaros de plata, como decía Tarzán en esas viejas películas... escupiendo fuego.

El corazón se asusta ante los primeros disparos de los aviones. Los roquets, las ametralladoras treinta o cincuenta de los helicópteros. Sonidos cortos, mortales. Tambores sincronizados. El corazón revoloteando, brincando... para después terminar acostumbrándose.

El ataque aéreo sigue por la mañana.

Ya no sé ni cuántas mañanas o noches han pasado,

El enemigo atacándonos por el aire y por tierra, con una tanqueta,

La tanqueta girando y chirriando al girar, escupiendo por su orificio oscuro, calibre treinta, la devastación total.

Se van sintiendo todos y cada uno de estos sonidos por todas las fibras de la carne... entrando a mi cuerpo, hasta el fondo, conducidos por mis oídos, mis ojos, mi nariz.

Por las noches, los silencios, cuando se detiene un momento el combate, son terribles. Presagios de algo, de cosas funestas, siendo casi preferible oír disparos, signos de vida en esta guerra. Porque si solamente hay silencios, quiere decir que solamente hay nicaragüenses muertos.

Los compañeros más audaces se quedan en las posiciones más cercanas al Comando, siendo sus sombras las que van caminando por las aceras... atrincherándose en las mochetas, portando sus armas... avanzando siempre que se puede.., una pulgada... una cuarta.,, avanzando con audacia... los apostados al Norte de la ciudad, hasta el punto más al Sur, y los del Sur... hasta el punto más al Norte,., Estrechando el cerco. Sigilosos pero sin tregua. Como por arte de magia se van levantando las trincheras con los adoquines. Uno a uno. Levantándose uno a uno los adoquines, por enjambres de diligentes abejas, que forman como colmenas, cada vez más cerca. Más cerca. Relevando inmediatamente al compañero que cae abatido por los francotiradores de los enemigos que ocupan las posiciones más altas.

Copándolos. Por todas las calles... diligentemente, sigilosamente, Tenazmente.

Avanzando también por dentro de las casas. Por huecos abiertos en las grandes paredes de adobe... como hormigas disciplinadas y organizadas. Túneles por dentro, como comejenes... para que no los cacen los francotiradores... así, se va controlando la ciudad.

Vuelven los aviones.

Como se acercan a nuestras posiciones, nos ordenan protegernos, replegarnos a lugares más seguros.

En Septiembre, a nuestros francotiradores los derribaron los aviones y las tanquetas, con todo y los campanarios de las iglesias.

Unos compañeros inexpertos comienzan a disparar hacia los aviones con armas de corto calibre.

La ciudad está llena de cadáveres.

Mientras Marvin, el jefe de nuestra escuadra, alista un RPG-2 porque nos avisan que viene una tanqueta... el avión pica sobre nuestra trinchera... inicia el chandelle casi sobre nosotros... corta los motores.

Los dos resplandores, los dos disparos se confunden.

Aire, tierra. Tierra, tierra.

Veo caer a Marvin. Marvin mi compañero. El muchacho por quien estoy aquí. Quien me convenció, me entrenó. En cierta manera he estado enamorada de Marvin todo este tiempo y le he seguido ciegamente... aprendiéndome todas las cosas que él sabe, que él nos enseña. Amándole, secretamente. Admirándole, mientras él nos hablaba de insurrección.

Veo su sangre, sus gestos de dolor, su angustia. Siento que aunque él jamás lo aprobaría, no puedo, no puedo obedecer la orden de repliegue, gritada por él mismo mientras caía...

No puedo hacerlo.

Me volví para asistirle, para ver si podía en alguna forma arrastrarle conmigo...

Entonces sentí que yo también estaba pegada.

Estoy pegada y en la calle desierta.

No siento un gran dolor, pero el resplandor que volvió a bajar del cielo, me ha doblado totalmente y no puedo incorporarme. Una debilidad mortal me lo impide mientras siento mi propia sangre manando, corriendo tibia por mis piernas. Quiero arrastrarme, apartarme de la barricada un poco hacia la cuneta,.. pero no tengo fuerzas.

Permanezco alerta y, mientras, voy logrando moverme pulgada a pulgada. Pareciera que tan sólo yo he quedado con vida en esta ciudad fantasma, en esta ciudad que tiembra con cada disparo. Temblando, temblando yo y temblando la ciudad por mí como sis nos contagiáramos mutuamente...

Hay momentos en que recuerdo haber transitado por esta misma ciudad llena de vida. Pero de pronto, un silencio total cae sobre ella, momentáneamente. Como si estuviera viviendo y muriendo en una ciudad cien años muerta. He sentido esta sensación...

No hay movimiento. No hay sonidos. El tiempo se detiene o se acelera o retrocede.

Un extraño pavor se apodera de mí. Como si yo misma no fuera yo sino un .pasajero equivocado de un fragmento de historia antigua. Como si los que aún creemos vivir no somos los vivos, sino los muertos de hace mucho tiempo que solamente recuerdan, la historia, todas nuestras revoluciones.

Me comienza a doler. Dolor. Y es todo el mundo el que gira y somos tan sólo la ciudad y yo. Ella llorando por mi, yo por ella, ambas heridas de muerte

Oigo disparos de una treinta y ocho y un grito de: "Patria libre o morir". La voz de un adolescente, de un niño aún que se acerca lentamente a la averiada tanqueta.

Luego el espantoso sonido... la tanqueta reviviendo, girando, chimando al girar... sorda, gruesa, espantosa la ametralladora treinta... y el silencio.

Tan sólo una ráfaga... y el silencio total.

Al rato abro los ojos... el muchacho parece dormir profundamente a media calle, con su pistola cromada cayéndosele de las manos ya inertes.

Oigo. Continúo escuchando más allá el sonido de los motores de los aviones, sus disparos. Su fuerza, el empeño y la obstinación de un hombre.

La tanqueta, como un monstruo antidiluviano, yace inerte.

Siento sobre mí un enorme peso. No puedo saber cual es el peso, pero lo siento sobre mí, me abruma. No puedo localizar mi dolor. Está en mí y eso es todo.

Estoy pensando cosas tontas. Me confunden el bien y el mal.

No puedo apreciar con claridad, no puedo distinguir el color de las cosas. Los colores del cielo sobre mí.

¡Cuánto tiempo habrá transcurrido desde que comenzaron esta mañana, desde que estoy pegada!

¡Dios mío! y si nos han quebrado. Un repliegue a estas alturas sería desastroso, inadmisible. Toda la población involucrada sería exterminada. La ciudad borrada del mapa.

No quisiera que por siglos se quedaran nuestros gritos rodando inútilmente en las calles de las ciudades de Nicaragua. Que se oigan en las noches obscuras nuestros disparos, como se oye el paso de las carretas de nuestras antiguas leyendas, convirtiéndose en un mito, como si esto no hubiera sido más que un sueno... y nuestros cuerpos sin vida enriqueciendo el número de los fantasmas, como el de Arechavala... único resultado de nuestros sueños juveniles...

Sin saber si otros muchachos siguen luchando, muriendo sin esperanzas, soñando con vencer y terminar con las injusticias... como un eco, una quimera. Nada más que un eco, una quimera.

Que se queden el ruido espeluznante, el chirrido de las tanquetas o los ladridos de todos los perros nicaragüenses, tal como ladraban cuando se preparaba un hostigamiento, una emboscada, sin haber logrado el triunfo. Rodando para siempre esos sonidos,.. y sin haber logrado nada.

Y mi corazón puesto sobre mi pecho adolorido y sangrante. Palpitando, muriendo. Despidiéndome de tantas y hermosas ilusiones. Amar. Odiar. Temer.

Oigo ruidos de sirenas que me derrotan. Ruidos manejados por otros hombres con el único propósito de aniquilar completamente la vida, nuestros anhelos, nuestra generación.

Mientras experimento mi primera derrota, voy logrando incorporarme sobre mis brazos y moviéndome lentamente logro cruzar una puerta abierta... para después caer ya sin esperanzas de volver a vivir de nuevo.

Jamás voy a cumplir mis quince años. Ni nunca experimentaré la alegría de leer mis poemas publicados en la Prensa Literaria. Serán en vano todos mis esfuerzos por ser la mejor alumna en Literatura. Por ilustrarme...

Todavía siento dentro de mi tórax la resonancia que existe en las palabras. Llevo dentro de mi cabeza mil palabras para describir todos los sentimientos del mundo. Todas las ansiedades. El amor.

Mientras ellos continúan girando sobre la ciudad humeante.

El cielo permanece impasible.,, la calle se me va yendo... la ciudad se me va borrando.

Siento la debilidad en los golpes de mi sangre que disminuyen al chocar contra mi piel, como golpea cada vez menos el agua de un estanque contra sus propios diques cuando éstos se han roto.

No sé si amanece o anochece... Si el color del cielo se debe a un crepúsculo o a una aurora... si todo ese resplandor es debido a un inmenso incendio.

Un grupo de muchachos con insignias de la Cruz Roja se vienen acercando. ¡Son tan hermosos! Gimo para que me oigan.

Todo es incierto. Leves los colores de las cosas. Sin embargo y al borde de la muerte, mientras me transportan, siento una especie de embriaguez.

¡Qué hermosos momentos!

El éxtasis total... lo que he sentido forma parte de un solo grito rebelde y ansioso de libertad y de justicia.


de "7 relatos sobre el amor y la guerra"(1986).

Romina Paula (Buenos Aires, 1979)




AGOSTO(fragmento  de la novela)

Primero, y no sé en qué orden, riego un jardín, es Esquel, es el jardín de mi casa de Esquel, de la casa de mi viejo superpuesto con tu quinta. Riego los árboles del contorno, recuerdo su orden, cuál después de cuál y la sensación de transitar de una sombra a otra, de dónde crece pasto y dónde no. El eucalipto, el roble, el pino, el pino con sus frutos en forma de rosetas, rosas de pino, marrones, de madera, como flores de madera; el espacio para la tranquera, sin árboles, la plantación, el breve plantío de frambuesas, sin mucho fruto, el árbol de ramas parejas, paralelas desde el suelo, fácil de trepar y sus frutos amarillos y naranjas, pegajosos, ¿son sus flores?; el abeto, como un pino pero azul, que no se deja trepar para nada y entonces no tiene tanta presencia, tanta personalidad, para nosotros que medimos los árboles en relación a su practicidad. Todo está muy seco y me cuesta controlar la manguera, porque es grande, ancha y tiene mucha presión. ¿Es amarilla?
Después, estoy en la facultad y alguien me toca la punta de uno de mis dientes, las paletas, un pedacito que pareciera estar suelto y es así que se me rompen todos, toda la parte de adelante se cae a pedazos, como si fueran vidrios. Me quedan despojos de dientes, puntiagudos y pinchudos, como de roedor pero rotos. Sorpresa y dolor.


Editorial ENTROPIA, 2009.

Publicó la novela ¿Vos me querés a mí? (Entropía, 2005).
Como dramaturga y directora estrenó las obras Si te sigo, muero (basada en textos de Héctor Viel Temperley, 2005), Algo de ruido hace (2007) y El tiempo todo entero (2009).



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