29 noviembre, 2012

Adriana Sánchez(Costa Rica, 1980)

Ensayo sobre la histeria
Esta minifalda que me pongo hoy, Juan, es para sacarte los ojos. Mi histeria y yo, Juan-nunca-más, hemos decidido sacarte los ojos con esta minifalda y unas dos piernas que, según recuerdo, siempre te gustaron, tanto te gustaron. Nosotras, Juan –la minifalda y yo- haremos el recorrido interminable por el pasillo de ese bar en el que nunca estoy porque siempre estás: llegaremos naturalmente hasta la barra, pediremos un whisky y acabaremos de una vez por todas contigo. Cuando te sorprendamos mirándonos fijamente, Juan, una ola de satisfacción llenará por completo el vacío de tu ausencia. No te engañes, Juan, no es que nos importe... Cuando tú te fuiste te llevaste algo así como una canasta de pic nic con toda nuestra honestidad adentro. Te llevaste honestidad, dulzura, un poco de ignorancia sobre el camino natural de las cosas y hasta algo de estúpida fe en el mundo. Te llevaste, Juan, todo lo malo que nos enviciaba a mis piernas y a mí. Dejaste solo la malicia y la gracia, y dos piernas largas, que llegan casi hasta el cuello, y que hoy te sacarán los ojos asomando impúdicas por fuera de la minifalda. Entonces Juan, no recordarás que en tu casa hay una canasta de pic nic con mi dejadez adentro. Te odiarás porque ahora soy menos buena y más interesante, y porque la chica que dejaste hace años para buscar a otra que se pareciera más a la que ahora soy, ya no existe. Entonces valdrá la pena el frío de la calle, Juan. El whisky barato de tu bar de moda. Los botines negros apretándome los dedos. El silencio con el que me quedé mirándote partir. Y tus dos ojos negros rodando por el piso, tan inteligente tú siempre, Juan. Tan un paso adelante tú siempre, Juan. Tan mejor-que-yo, Juan. Tan tanto-para-mí, Juan. Valdrá la pena haber tenido que recuperar fuerzas para esta pasarela en la que leve, alta, delgada, cubierta apenas por una minifalda, observaré de reojo tus movimientos torpes y tu cara de perdedor eximio, que se equivocó solo una vez y para siempre.

27 noviembre, 2012

María Elvira Bermúdez(México,1916- 1988)

 

Encono de hormigas(fragmento)

               A la cálida vida que transcurre canora
               ...responde...
               Un encono de hormigas en mis venas voraces

                                                  Ramón López Velarde


En el quicio de una puerta ya muy vieja se recarga una niña. El sol de ese domingo ha trepado hasta las azoteas de las casas vecinas y ahora ilumina un automóvil rojo que deliberadamente avanza por la calle.

La niña Chabela lo mira: allí viene la aguardada, la señorita linda que le regala dulces, palabras buenas y esperanzas en forma de monedas. Muy cerca la una de la otra, se contemplan. Las sonrisas no se traban con la misma facilidad que las miradas porque éstas comprueban que, otra vez, el encuentro no se realizará. El automóvil no detiene su marcha. Lentamente se empareja con la puerta y luego la deja atrás.

Una rápida ojeada que hacia el patio de la casa dirige Chabela le informa que su madre está lejos. Echa súbitamente a andar a la zaga del automóvil; pero a medida que éste va saliendo de su esperanza, el miedo y el recuerdo la persuaden a regresar a su casa. Quieta, anclada en el polvo callejero por las amarras del temor y la tristeza, Chabela pierde el coche de vista.

Fue ayer apenas cuando, al ver venir el coche rojo, salió ella también corriendo con el firme propósito de alcanzarlo. Su anhelo no tuvo tiempo entonces de quedar anclado en el polvo de la calle porque vino su madre como un remolino y a rastras la llevó de regreso a su vivienda. La golpeó. La regañó a gritos. Chabela hubiera preferido que aquellas manos rojas, que pretendían cuidarla y que en cambio comunicaban sin transiciones horrendo color a su piel cetrina, siguieran causándole daño; pero que las palabras definitivas de la madre no le prohibieran seguir llorando. Lloraba más por las palabras que la asustaban que por los golpes que le dolían. No podía dejar de llorar mientras ella le siguiera ordenando que callara. Llorar era su único y menguado derecho y ella estaba dispuesta a ejercitarlo.

La madre fue la primera en rendirse. Con un empellón que encubría su fracaso, la arrojó al suelo y salió al patio. Para ya no oírla, dijo. Desligada ya de sus palabras imperiosas, Chabela pudo pronto ahogar los sollozos. Ya todo había pasado. Hasta otra vez sería. Porque así, a veces, sin que mediara explicación alguna, su madre la golpeaba y le reñía. Una vez fue porque rompió una taza, y aunque el gato también rompió una, nada le hicieron. Otra vez fue porque no quería comer; pero cuando su papá rechazaba la sopa, la madre nada más suspiraba. Ayer en la tarde fue porque salió corriendo de la casa.

Chabela apresura el paso y cuando entra en su vivienda comprueba que sólo el gato la mira. Respira con alivio y se dirige a su rincón a contemplar sus tesoros: la muñeca de trapo, la canastita, unas piedras, un tecomate. Con parsimoniosa decisión los toma uno por uno y se dirige al cerro. El gato se encrespa ante el sáquese cortante de la niña. Luego, con la falsa resignación del cínico, se dedica a lamerse las patas mientras de cuando en cuando y de lejos mira a su dueña.

El cerro es un montón de tierra del patio. Las hierbas que hacen las veces de árboles se agostan en sus laderas. Y el río que debía refrescar su base cumple apenas con su cometido. Cuando la madre de Chabela lava los trastos, el agua que acarrea a la tinaja, llena después de lejía y desperdicios, viene a aumentar el caudal del río y obliga al tecomate a navegar. La muñeca de trapo reúne entonces en sí misma las cualidades de un aventurero y de una princesa. Cierto que no ve a un lado Asia y al otro Europa, sino el adobe triste de unas casas; pero allá a su frente lleva la carga de ilusiones que Chabela le ha confiado y que bien vale por un Estambul.

Un día naufragó. Su pobre barquilla cedió ante el peso de las piedras. No pudo llevar la carga valiosa de lajas y pedruscos a bahía segura, al charco tornasol que ostenta la clásica suciedad de todos los puertos.

La niña no lloró entonces. Tomó la empapada muñeca entre sus manos, le pegó y le dijo muchas veces: ¡muchachita ésta! ¡Tonta, tonta! En ese naufragio perdió Chabela también unas monedas que la señorita buena le había regalado. Sólo las lombrices conocían el lugar donde la niña guardaba su dinero: entre el cerro y la pared de adobe. Pero el afán de saberse rica la indujo a exhibir de una vez sus opulencias y de embarcarlas en el tecomate. Y cuando, después de regañar a la culpable, se dedicaba a rescatar sus cosas, la madre la sorprendió y le decomisó el dinero. —Me hace falta, hija. Después te lo doy—. Ese después nunca llegó. Volvió la señorita. Le dio otras monedas y dulces. Uno y otro día. Pero ni ayer en la tarde ni hoy se detuvo y nada le regaló.

Chabela renuncia a jugar al barco. Abandona su muñeca. Hace a un lado canasta y piedras. Y suspira. Descubre de pronto al gato, que la está mirando. Corre hacia él y le jala la cola una y otra vez, sin soltársela. El felino gira sobre sí mismo y trata en vano de arañar las manos que lo atrapan. Maúlla lamentablemente. La niña sonríe.


Está haciendo de prisa el quehacer. Tendiendo por encima las camas y barriendo un poco. Tiene que ir a misa de siete y le queda poco tiempo. Por fortuna, Eloy se fue. Vale más que no hablen, por ahora.

El sábado lo estuvo esperando hasta las cuatro de la tarde. Tuvo que darle de comer a Chabela. Ella siguió aguardando. A cada rato se asomaba a la puerta de la casa de vecindad. Y Eloy no aparecía.

Como todos los hombres Eloy tomaba de cuando en cuando. Rayaba los sábados y se iba con los otros albañiles a una pulquería. Su mujer no le hacía reproches por ello. Bastante trabajaba el pobre toda la semana. Por lo demás, Eloy no tomaba hasta perder el sentido ni tiraba la raya. Llegaba a comer como a las tres, alegrito nada más, y entregaba a María el gasto de la semana. Y luego se echaba a dormir mientras ella alzaba la mesa y se ponía a planchar hasta la noche.

Los domingos iban a Chapultepec o al cine. A Chabela le gustaba más Chapultepec. Se contentaba la niña con mirar los animales y comer algún dulce. En el cine se dormía. E indistintamente en los brazos del padre o en los de la mamá, retornaba a su vivienda.

María nunca se había quejado de su suerte. Era su suerte, sin más. Todos los días se levantaba temprano, regaba el suelo de su vivienda, echaba tortillas, calentaba el café y los frijoles. Y cuando Eloy se iba a la obra y Chabela estaba jugando ya en el patio, se iba al mandado. Y regresaba a hacer la comida. Y con la niña pegada a su falda iba a llevarle de comer a Eloy. Y por las tardes lavaba. Despojaba de cal y de pintura los pantalones rudos y las camisas ralas de su hombre. Luchaba contra la grasa de sus propios delantales y a lo largo de un mecate desplegaba los minúsculos y abigarrados vestidos de Chabela. Y después planchaba. Y hacía la cena, tenaz reproducción del desayuno: tortillas, café, chile y frijoles.

Sólo cuando se tendía al lado de Eloy, su corazón vibraba. Y la paz que al sentirlo en ella la invadía, la compensaba de todos los cansancios y de todas las penurias. Cuando nació Chabela, estuvo muy mala. Le dijeron allá, en el Hospital, que no volvería a tener hijos. No le importó. Más, se alegró por ello. No habría otros pequeños con quienes repartir la de por sí escasa raya de Eloy.

Muy pocas veces éste la maltrataba. Sólo cuando venía más tomado que de costumbre. Entonces le pedía a gritos la cena, y la insultaba si no se la servía con rapidez. Y si estaba muy caliente el café, le pegaba. Y si estaban fríos los frijoles, le pegaba. Y si estaban duras las tortillas, le pegaba. Era el pulque, desde luego, el que endurecía las tortillas, enfriaba los frijoles y ardía el café. Pero ella no chistaba. Frotaba con disimulo el brazo enrojecido o la mejilla humillada. Esperaba con paciencia que los ronquidos de Eloy la defendieran. Y pensaba en la siguiente noche. Noche de domingo. Sabía que sería distinta. Que dormiría contenta.

Pero ayer, sábado en la tarde, había sido peor. Había habido pleito. Eloy llegó como a las cinco y no tenía trazas de haber tomado mucho. Estaba serio, nomás. No quiso comer. No se echó a dormir. Y cuando ella le pidió el gasto, estalló:

—¡Vieja tenías que ser! Sólo te importan los pinches centavos. Pues no te daré nada. No te doy nada. Ya estoy harto de darte, y de darte y nomás de darte.

Ella, al principio, se asombró. Luego, tenaz, se puso a exigir. Necesitaba el gasto. Era sábado. Y a los gritos y a las injurias de Eloy sólo sabía oponer un dique: era sábado y ella quería el gasto.

Los golpes esta vez fueron más duros. Pero no fueron los golpes contumaces los que lograron quebrantar su silencio. Fueron unas palabras de Eloy:

—¡Voy a largarme! Y no volverás a verme nunca.

María entonces estalló a su vez en un cúmulo de preguntas y de injurias. Había otra mujer de por medio, de eso estaba segura. Pero ella no iba a dejar, así como así, que le arrebataran a su hombre. —¿Quién es la indina?—. Y ante las negativas de Eloy sólo acumulaba más reproches, más insultos y, por fin, un chubasco de lágrimas.

Termina María de colocar los trastes en el estante de pino. Se quita el delantal al escuchar a lo lejos la tercera llamada a misa. Y sale casi corriendo de su vivienda.

—¡Ándale, Chabela, vámonos!

Pero la niña no responde. La descubre luego, jugando en el charco, como de costumbre. Está llena de lodo y despeinada. No hay tiempo de cambiarla. Decide irse sin ella y le grita:

—Orita vengo. No vayas a salirte, ¿oyites? Si te sales, te pego.

Y echa a andar camino del templo.

Ayer nomás, en la tarde, tuvo que pegarle a Chabela. Eloy se acababa de ir, desasiéndose de los brazos que pretendían retenerlos, con un empellón salvaje. María fue a dar contra la mesa y se hizo sangre en un cachete. Sangre aguada de lágrimas que todavía estaba en su delantal. Se levantó aprisa. Salió de la vivienda. Fue hasta la esquina. Pero quizá Eloy salió corriendo porque no alcanzó a verlo.

Regresó entonces a su pobre morada. De bruces sobre la cama lloró un mal rato. Poco a poco un silencio extraño fue haciendo a un lado el rencor y la pena y abriéndose paso en su conciencia. No oía el chapotear del charco. No se oían los maullidos furiosos del gato. No se oía el quedo y lejano murmullo infantil.

Se levantó bruscamente y buscó a Chabela en la vivienda y en el patio. No estaba. Con una angustia nueva hincada en la mente, salió de prisa a la calle. No vio a la niña.

—¡Dios mío! ¡No la haiga machucado un coche...! ¡Mejor se la haiga llevado Eloy!

Pero Chabela estaba ahí nomás, a la vuelta, parada en la calle, mirando pasar un auto rojo. Y llegó María como un remolino y a rastras se llevó a su hija de regreso a su vivienda.

Estaba segura ahora de que la niña no saldría. Le había pegado bastante. Tanto como Eloy a ella. Más, quizá.

El templo está atestado. El olor a fieles cunde. María no puede rezar. Sólo piensa en Eloy. —¿Dónde andará? ¿Estará con esa vieja?—. Ella, María, tendrá que ponerse a lavar ajeno. Quién sabe si tenga que ponerse a servir. Como su madre, que en paz descansa.

Los pensamientos de María ruedan por una pendiente de pesimismo y de zozobra. Le duele menos perder su seguridad material, al fin tan precaria es, que desprenderse de su hombre. La idea de no verlo más, de no salir más a la calle en su compañía, de no tenderse más a su lado, la llena de un encono frío y agudo. Quiere llorar. Pero pueden verla sus vecinas. Se intrigarán ante su llanto y quién sabe qué dirán después.

De pronto, unas palabras del sacerdote penetran a su mente: “Mas las cosas —dice— que salen del corazón del hombre, ésas son las que manchan al hombre. Porque de lo interior del corazón del hombre es de donde proceden los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones...”

Trata entonces de seguir el hilo del sermón. Algo se dice también de juicios temerarios. De fiarse demasiado de las apariencias. De perdón. A lo mejor Eloy le decía la verdad. Se asegura que los borrachos la dicen. Y él negó tener que ver con otra mujer. Afirmó solamente no tener dinero. Estar cansado de darle el gasto. María comienza a sonreír para sí misma. Si Eloy regresa, le ayudará. Lavará ajeno. Quizá pueda ir una vez por semana a hacer talacha a alguna casa grande. Y podrán seguir yendo los domingos al cine. O a Chapultepec. Y ella podrá comprarse un vestido floreado.

Sale del templo con la cara llena de luz. Tiene que darse prisa. Ir al mandado. Hacer la comida, bañar a Chabela. Bañarse ella misma. Aunque quizá, después de todo, no vayan esta tarde al cine. Frunce las cejas y con disimulo mira un moretón en su brazo.


Despierta con dolor de cabeza, la boca amarga y malísimo humor. El relojito de la repisa marca las seis de la mañana del domingo.

Se voltea contra la pared y se hace el dormido. No quiere hablar con su mujer. No sabe qué decirle. Se acuerda muy bien del pleito. No estaba tan borracho como parecía. Pero la insistencia de María en pedirle el gasto lo enfureció. Y por eso le pegó tanto.

Las mujeres no saben lo que un hombre tiene que batallar para ganarse la pinche vida. Ellas nomás piden y piden. Y si se enteran de que el marido ha perdido la chamba, hacen tanto aspaviento y se quejan tanto, que ya no lo dejan en paz. Están día y noche machaca y machaca sobre lo mismo. Como la mujer de Grabiel, su cuate. Él se lo ha contado. Que ya no la aguanta. Que ni a golpes entiende. Para qué va él, Eloy, a echarse encima la misma lata. Mejor no le dirá nada a María. Que crea lo que quiera. ¡Otra mujer! ¡Qué más quisiera! No es por falta de ganas. La sirvienta de la casa de junto a la obra está muy buena. Pero es criada de casa grande y ha de tener muchas exigencias. Ahí que se la tire el patrón. Si no es que se la tiró ya.

Él se conforma con su mujer. No está tan pior todavía. Y después de todo, es buena. Lo aguanta. Le tiene siempre lista su ropa. Lo da de comer bien. Lo que puede, claro. Pero hace milagros con el gasto. A la mujer de Grabiel nunca le alcanza el gasto. Él se lo ha contado. Los domingos comen rebien. Pero los jueves ya anda Grabiel pidiendo un pinche taco a los compañeros. No entiende por qué Grabiel no larga de una vez a su vieja.

Será por los hijos. Tienen tantos. Crioque ocho. O nueve. Siquiera él no tiene más que una. Hasta en eso salió buena la María: una, para que no digan que son mulas, y ya. Lástima que no fuera hombre. Pero es reviva la escuincla. Y rete zalamera. A él se le hace que lo quiere más que a la nana. Es que él nunca le pega. En primera, es mujercita. En segunda, nunca le da lugar. Su mujer dice que Chabela es muy retobada. Mejor. Pa’ que de grande sepa defenderse. Va a ser bonita. Y le va a sobrar quien quiera llevársela, así nomás. Por eso él quiere que la niña estudie. Que aprenda a ganarse la vida, cuando él le falte. Y que salga de ese medio. Pa’ que se case bien. No con un rico. Pero tampoco con un pobre matacuás como él.

A él y a Grabiel les tocó la de malas. Ya hacía días que andaban diciendo en la obra que el ingeniero la iba a suspender. Él no lo creyó. El ingeniero tenía mucha lana. Era el dueño del terreno. Le convenía acabar pronto, pa’ rentar los despachos. No tenía por qué suspender la obra.

El caso es que ayer sábado, a la hora de la raya, a él, a Grabiel y a otros dos o tres piones les dieron las gracias. Y les dijeron que fueran dentro de ocho días por la raya de esa semana. Que dispensaran, pues. No valieron protestas. El encargado les dijo que él tenía órdenes. Y que pusieran su queja donde quisieran.

Grabiel dijo que eso les pasaba por no estar sindicalizados. Que si estuvieran en la CTM o en el Seguro, el patrón no se atrevería a correrlos así nomás. Que tenían que darles sus tres meses y sus salarios caídos. Y su séptimo día. Y quién sabe cuántas cosas más alegaba Grabiel.

Siempre estaba hablando de los sindicatos y de las uniones y del Seguro. Decía que eran la defensa del pobre. Le brillaban los ojos cuando hablaba de séptimo día y de salarios caídos y de los dotores del Seguro y del Hospital Infantil. Decía que todo eso era muy bueno. Que el Gobierno daba medecinas. Que había tiendas donde todo era barato. Pero el caso es que nomás hablaba. Cuando él, Eloy, le dijo que se sindicalizaran pues, no supo a dónde llevarlo.

Y él se lo dijo ya nomás de aburrido. Porque ya lo tenía cansado con sus díceres. No porque creyera en lo que Grabiel decía. Él conocía muy bien que con las mentadas cuotas les quitaban mucho de la raya a los trabajadores. Y que los líderes cabrones se enriquecían a costa de ellos. Él conocía bien cómo eran esas cosas. Porque leía los periódicos y veía cómo atacaban a los líderes. Y porque el encargado de la obra le había dicho que no fuera pendejo. Que no se anduviera creyendo de cuentos.

El caso es que ahora está sin chamba. Tendrá que irles a ver la cara a otros ingenieros, a otros encargados, a ver si le dan un trabajito en una obra. Y luego, con tantas obras que deveras están paradas. O tendrá mejor que buscar trabajitos por su cuenta. Reparaciones en casas particulares, como hacía antes. Él puede hacerla de carpintero, de electricista, de plomero. De lo que caiga. Él le entra a todo. Lo malo es que hace mucho tiempo que no va a ver a sus clientes. Tendrá que empezar de nuevo. Esperar que sus conocidos lo recomienden por ahi. Ir viendo dónde hace falta una escobillada, poner un enjarre, resanar una pared o emparejar un piso.

El trabajo es que caiga el primer cliente. Luego, a la vez que está haciendo algo en una casa, buscará otros encargos. Agarrará todo lo que le ofrezcan. Al cabo lo principal es que le den un adelanto y pa’ el material. Ya les irá dando largas a cada cliente y trabajándoles en ratitos a cada uno.

Se da cuenta de que María se levanta y de que empieza a vestir a la niña. Le recomienda a ésta que no hable recio. Lo cree dormido. Quién sabe si después de todo tenga que decirle a María la verdá. Porque a la mejor tiene que empeñar el radio, para irla pasando los primeros días. Ya ella se irá haciendo al modo. Pero orita no le dirá nada. Se hará el enojado. E irá primero a ver qué le resuelve la señora esa que tiene una casa ahi cerca, la que fue a ver ayer en la tarde, por consejo de Grabiel. Luego luego fue a verla. Supo por su cuate que quería que le taparan unas goteras a su casa. Una casa rete fea y rete vieja, como su dueña. Pero ésas son las casas que dan de comer a los maistros desbalagados, como él. Y si le resuelve que sí, ya’stuvo que tuvo algo bueno que decirle a María. Ya no lo molerá tanto.

El sábado en la noche se fue con Grabiel a una cantina. Tomaron de fiado. Había que hogar las penas. Y como maldición, cuando salían de ahí, vieron pasar al ingeniero. Iba en un carrazo, con una vieja muy elegante. Ésos sí la pasan bien. Lo tienen todo: coche, dinero, viejas. Nomás se dedican a botar la lana. No les importan los probes. A la mejor, como dijo Grabiel, les habían quitado la chamba a ellos pa’ poder gastar más dinero en aquella vieja canija.

Quién sabe por qué a unos les toca siempre la de ganar y a otros la de perder. Es un cochino mundo este mundo. Con uno solo de los anillos que traiba aquella güila, podía darles él de comer a sus gentes un año. Y pa’ la falta que le hacía a ella un anillo. En unas cuantas noches lo repondría.

Pero el hilo se revienta siempre por lo más delgado. Capaz que lo llevaban a la cárcel y lo dejaban ahi pudriéndose un año. O quién sabe cuánto.

Decide por fin levantarse. El agua fría que refresca su cara también limpia su mente de amargores y malos pensamientos. Mientras espera, y luego mientras toma el desayuno, juega con Chabela. No quiere hablar con María ni de relajo. Y sale en seguida.

El sol tempranero, con su descarada alegría, le echa en cara de pronto su pobreza y su inestabilidad. Y el encono le muerde las venas como insecto. No escucha el canto de los gorriones ni disfruta el frescor del aire. Echa a andar y con sus pies levanta una tenue polvareda.


Este frío de la madrugada puede ser el culpable de que el motor no arranque. A lo mejor debió hacer revisar el coche. De cuando en cuando emite ruidos raros. La marcha se mata. Un día de estos se va a quedar tirado en la calle. Debió traerse el Ford de Betsy. Pinche vieja. No se lo hubiera soltado. Cuándo. Además, si llegaba con el Ford a su casa, su mujer menos lo dejaría entrar. Ya lo conocía, la muy.

Al fin el motor se pone en marcha. El ingeniero Fuentes recorre aprisa calles muy conocidas para él. Antes, esta avenida era de dos sentidos, y él vislumbraba de cuando en cuando y de ida y vuelta, aquellas casas feísimas que la flanqueaban. Más que una indignación profesional ante el hecho absurdo de que aquellas construcciones se mantuvieran aún en pie, lo invadía una leve nostalgia entreverada con asco. Como debieron ser en sus buenos tiempos, esas casas le recordaban la suya, la de su infancia. Pórtico de escalinata y columnas que pretendieron ser jónicas. Dos pisos con insolentes ventanas francesas y un tejado de dos aguas, al estilo inglés. Jamás entendió esa mezcla tonta de estilos que, sin embargo, correspondía tan nítidamente a la confusión de que su hogar estaba impregnado. Una moral ñoña y rígida volando siempre en las palabras: admoniciones, reproches, súplicas. Y un egoísmo fiero reptando en los hechos: indolencia, mentira, codicia. Pero era su casa. Todo lo que él tuvo, si alguna vez tuvo algo, porque ahora...

La decisión de Betsy en el sentido de terminar sus relaciones con él colmó la medida. Nadie le quita de la cabeza que lo que a ella le pasa es que presiente que ya no podrá darle más alhajas, más pieles, más dinero. Dios, si por esa pinche vieja se ha quedado en la calle. Y ahora quiere botarlo, como a un limón exprimido. Claro es que ella es joven y bonita y que él, claro, está un poco calvo, un poco barrigón. Pero todavía las puede, cómo de que no. Pero ella lo mandó a la tiznada. Y sin regresarle ni la casa, ni el coche. Nada. Para qué habrá puesto todo a su nombre. Cómo se lo va a quitar ahora. Tendrá que ver a un licenciado. Porque Betsy, por las buenas, no quiere. Dice que bastante le dio. Que su juventud, que sus mejores años. Que están a mano. Que se vaya y no vuelva. Sabe Dios cuántas veces lo haría pendejo en esos años. Ni modo de estarla vigilando siempre. Y ultimadamente, que se vaya a la chingada.

La que deveras lo trae con el zapato lleno de piedritas es su mujer. La muy. Como ella es la de la lana, y como descubrió lo de Betsy, le levantó la canasta. A la carrera mandó por su licenciado y le dijo que cancelara la cuenta mancomunada. Y quién sabe cuántas cosas más haría. La cara que pondrá el lunes, cuando vea que ya queda muy poco. Le pedirá cuentas otra vez. Él le anticipó que había habido pérdidas. Y ella, haciéndose la chistosa, le dijo que nomás una, pero sin acento: una perdida. Y puede que sí lo sea. Pero ya no va a pensar tanto en Betsy. Qué le importa. Si mujeres es lo que sobra en el mundo. Habiendo lana. Lo malo es que ya no hay.

Tuvo que parar la obra porque deveras ya no pudo afrontar los gastos. Bueno, no pararla diatiro, pero casi. Despidió a unos cuantos peones, entre ellos ese Gabriel, que ya se estaba poniendo pesado con que ya quería su contrato y entrar al Seguro. Claro que pronto tendrá que hacer las cosas en regla y puede que hasta le salga mejor, porque tantas mordidas a los cabrones inspectores le están costando ya mucho. Y quién sabe cuánto se clave el encargado, de paso. Pero ese Gabriel le caía mal. Era peor que los demás, con los aires que se daba. Como si esos imbéciles pudieran salir alguna vez de pericos perros. El Gobierno los quiere hacer gentes, pero es inútil. Ahí está ese Eloy: un inconsciente. Lo acaban de despedir y ya anda borracho, junto con su contlapache. Él lo había visto, esa misma noche, cuando pasó con Betsy por aquella cantina de mala muerte. La manía de Betsy de andar por los barrios donde vivió de chica. Bien dicen que la cabra siempre tira al monte. Aunque tuviera casa y carro y buena ropa y alhajas y todo lo que él le había dado, hasta el nombre —ese Betsy de los buenos tiempos—, no dejará nunca de ser una muchacha corriente. Se había graduado en Comercio. Él la sacó de la oficina de un arquitecto, primer empleo que ella había conseguido. Y así como cambió su vulgar Chabela por el cariñoso Betsy, así había tratado de hacer de ella una señora. Para qué. Para que le pagara en esa forma tan cochina. Pero ya no va a pensar tanto en ella.

El verdadero problema es su mujer. Mira el reloj: ¡chispas! Ya son las cinco de la mañana. Mañana de domingo. Domingo que él debería pasar tranquilo, feliz, en casa de Betsy. Hacía mucho que su mujer se había resignado a que él fuera todos los fines de semana, o casi todos, a inspeccionar obras. Aquí y fuera de México. Cuáles obras. Si se pasaba el tiempo con Betsy. Hasta que... ¿Cómo se enteró su mujer? Eso es lo que le intriga. Y la escena que le hizo. Dios santo. Que si ella siempre le había sido fiel. Que si era incapaz de. Como si fuera lo mismo. Él es hombre. Y casado no quiere decir capado. Además, Etelvina está tan amolada desde hace años. Gorda, arrugada, siempre quejándose. Y ni siquiera había servido para darle hijos. Por qué no se cuidan las mujeres, pues. Y ultimadamente, aunque se cuiden. En la variedad está el gusto. Además ella ¿no lo tiene todo para ser feliz? Criadas que le sirvan, amigas con quienes jugar canasta y cotorrear. Vestidos, joyas, pieles. Salón de belleza cada tercer día. No hace nada. Claro que con su propio dinero. Pero. Él tiene que lidiar con maistros y piones e inspectores. Al carajo. A la tiznada quisiera mandar todo.

Con tal de que a Etelvina se le olvide lo de Betsy. Que no insista en divorciarse. Le propondrá una segunda luna de miel. En Acapulco. Quién quita y allá encuentre él algo bueno. Una que no sea tan avorazada como esta Betsy del demonio. Qué bueno: Etelvina tiene apagada la luz. De seguro está dormida. Él va a entrar en la casa. Cómo de que no. Su mujer lo corrió. Le dijo que no regresara. Pero ya parece. Además, no tiene a dónde ir. Ni cien pesos trae en la bolsa. Claro que tendrá que apechugar y hacerle el amor a Etelvina, para conjurar de una vez la catástrofe. Pero, viéndolo bien, ahí será otro día. Está que se muere de sueño. Y la verdad, con su propia mujer. No, qué diablos.


Ha dormido un poco. Dormitado, a ratos. Pero es más lo que ha estado despierta esta noche, entre sábado y domingo. Lo que hizo en la tarde la tiene anonadada, feliz y arrepentida a un tiempo. Sabía desde hacía tiempo que existían esos lugares, disfrazados de salones de belleza. Y que ahí había muchachos. Se indignó cuando lo supo. Qué perversión, Dios mío. Ya era peor que en París. Tita, la ex condiscípula que le contó eso, le juró que ella jamás había ido, que se lo habían contado, nomás. Pero le dio una dirección, como quien no quiere la cosa. Y después, cuando estaban jugando canasta, sacó de nuevo el tema, ante la curiosidad disfrazada de escándalo de las otras dos. Y dijo Tita que viéndolo bien a eso tenía que llegarse. Que la infidelidad de los maridos ya era insufrible. Que además a muchas esposas ellos ni siquiera. Que cómo se iban a aguantar pues. Que en estos tiempos las mujeres ya tienen los mismos derechos que los hombres. Las otras gritaron, se rieron, se enojaron. Hicieron grandes aspavientos. Le aconsejaron a Tita que ni de chiste dijera eso. No fuera a pensarse. Y Margot, la más inteligente, la calló diciéndole que igualdad de derechos no quiere decir igualdad de perversión, de vicio, de. Tita se encogió de hombros y se llevó el pozo, con un par de cuatros. Margot había lanzado triunfante un cuatro, creyendo que era el último que quedaba. Y ya ninguna habló esa tarde. Ni de los salones de belleza ni de esos muchachos.

Había sido hoy apenas. Bueno, ayer sábado, porque ya es la madrugada del domingo. Etelvina recordó esa charla. Y la dirección. Qué día este sábado, Dios mío. Estaba en la mañana muy quitada de la pena regañando a la cocinera porque no habían cambiado el tanque de gas, cuando sonó el teléfono. Fue en persona a contestar. —Bueno. —¿Está el ingeniero Fuentes? —¿De parte de quién? —De su casa. —¿De su casa? ¡Cómo de su casa! Si está hablando a su casa, ¡idiota! —De su mujer, entonces. —¿De su mujer? ¡Y dale! Está hablando con su esposa, entiende. —Bueno, de su otra mujer, entonces,¿entiende usted ahora?—. Se quedó Etelvina en suspenso. La otra voz siguió: —Dígale de parte de Betsy, de su mujer, que es urgente que venga a la casa. Que aquí le dejaron unos papeles—. Otra pausa. —Y por si usted, señora, cree que esto es una broma, y no le quiere decir nada al ingeniero, le daré la dirección—. Y nombró una calle y dio un número. Y colgó.

Etelvina, con manos repentinamente frías, dejó caer la bocina. Tenía la boca seca. Llamó a la recamarera. ¿Habría oído por la extensión? Tal vez no. Tenía una cara inocente y despistada. —Prepárame un jaibol— ordenó. Y luego: —Y dile a Jaime que saque el coche. Voy a salir en seguida.

Mientras tomaba el jaibol y fumaba un cigarro y se vestía y se acicalaba, Etelvina agotó in mente su repertorio de epítetos injuriosos. Los dirigía ora a su marido, ora a la otra. Por instantes sin embargo dudaba. A lo mejor era una broma. A lo mejor esa dirección no existía. Cuando se la dio a Jaime la cara de asombro primero y luego de culpa que puso el hombre, le trajo la primera certeza. Conque el chofer sabía. Cuántas veces habrá llevado a la otra en este coche. En su coche. Imbécil. Poco le iba a durar el gusto. Lo correría, iba a ver. Y llegó a la casa. Se bajó y tocó.

Un chamaco se acercó y dijo: —No están. La señora acaba de salir y el ingeniero no ha venido todavía—. Etelvina señaló un Ford rojo: —¿Cómo que no están? Y, ¿ese coche? —Es el de la señora. Pero salió a pie, aquí cerca. Si gusta esperarla. El ingeniero trae otro. Un Volkswagen... verde, sí. Pero sepa dónde lo guarda—. Y sin que nadie se lo preguntara, añadió: —La señora Betsy es muy bonita, mucho más joven que el ingeniero. No tienen niños, pero... Etelvina le dio la espalda y subió al coche. Alcanzó a ver, de reojo, que el niño le sacaba la lengua.

De vuelta en su casa, se encerró en su cuarto. Se negó a comer, a contestar el teléfono, a escuchar recados. Fumaba cigarro tras cigarro y no dejaba de pensar en la otra. Betsy. Joven. Muy bonita. Con coche nuevo. Y casa propia. Con el dinero de ella, de Etelvina. Pero eso iba a acabarse. Se los quitaría. Cómo. Mañana, no, el lunes, hablaría con el licenciado. Y se divorciaría. Y por de pronto, cancelaría la cuenta en el banco. ¿Qué horas eran? Las doce y media, y en sábado. Apenas. Antes de que otra cosa suceda. Y habló con el gerente del banco, y con el licenciado. Ni un centavo para su marido, ¿entendían? No fuera ella a morirse y aquélla a heredarla. Bastante había robado ya. Que lo supieran. No le importaba. Y llegó el licenciado y firmó ella unos papeles: cartas al banco, un poder, un testamento. Y una demanda. Y se quedó un poco tranquila. En dos horas el licenciado había arreglado lo principal. Ya podía venir su marido. Y llegó Romualdo. Y ella le dijo todo a gritos. Y lo insultó y lloró. Y lo amenazó. Y el muy cínico admitió todo. Sólo decía: —¿Qué? ¿Te has visto bien al espejo? Con todos tus tintes y tus pinturas y tus masajes eres una vieja, ¿sabes? Una vieja. Cómo quieres compararte. Si a ti, nadie. Ni con todito tu dinero. Y no necesitas correrme. Yo me largo—. Y salió dando portazos.

Si a ti nadie. Ni con todito tu dinero. Por eso fue allá. Por eso hizo lo que hizo. Y, la mera verdad, fue emocionante. Él era vulgar; pero guapo. Y joven. Y le dijo que ella representaba apenas unos treinta y cinco años. Y sintió Etelvina cómo en realidad diez años de su aburrida existencia caían al suelo como un indumento ajado y sucio que es de plano descartado. Y se halló en cambio revestida de un ropaje flamante, tibio y sedoso. Fue un estreno, deveras. Nunca, en sus once años de vida conyugal, había ella sentido. Y cuando recordaba, volvía a sentir. Casi. Y aunque la otra persistiera en estrujar de nuevo sus recuerdos, los gozosos sentidos de Etelvina la ponían en fuga.

Es claro que le costó su dinero. Pero había sido en forma tan indirecta, tan delicada. Como quien de antemano paga un permanente, un manicure o un masaje. Nada. La ilusión persistía. Y las sensaciones. El dinero es lo de menos. Aunque, sí, el dinero. Pero, viéndolo bien, ¿no es asimismo el dinero lo que procura a Romualdo su otra casa, su otra mujer, su otra vida placentera? A poco aquella mujer bonita y joven va a quererlo por sí mismo. Calvo y barrigón. Malcriado y déspota. Claro que ella le dirá que todavía es atractivo o, al menos, que a ella le gusta como es. Como a ella aquel... aquel muchacho le dijo. Mentiras. Todo son mentiras. Y se echa a llorar sin remedio.

Si Tita la hubiera visto. Si Margot supiera. No, qué vergüenza. Nunca volverá allá. Le bastará el recuerdo. La certeza. Tal vez algún día de otro modo. Y se anima, de pronto. ¿Por qué no? El marido de Tita, sin ir más lejos, siempre le está echando flores. Que si el tiempo no pasa por ella. Que si es tan elegante, tan distinguida. Y él nada feo está. Mucho mejor que Romualdo, eso que ni qué. Está Tita de por medio. Pero. Alardea de ser tan moderna, tan civilizada. Seguramente ni le importaría. Irá con ellos a Acapulco. Acaban de invitarla hace poco. Y ¿si Romualdo no regresa? ¿Si se queda a vivir con la otra? No puede. Con qué va a mantenerla. Por de pronto hay que guardar las apariencias. No le gustaría a Etelvina que la compadecieran. Vigilará a Romualdo, no le dará otra oportunidad para que dilapide su dinero. Pero fingirá que lo perdona, que se reconcilia con él. De palabra nomás. Porque lo aborrece. Porque ella nunca olvidará. Porque todo su mundo de moral segura, de rutina prevista y de tranquilo aburrimiento, hecho añicos en el lapso de unas cuantas horas, pesará sobre su mente por lo que le reste de vida.

Cercada por abandono cierto y por remordimiento inseguro, mira el reloj: son las cinco de la mañana en punto. Apaga la luz.


Tal vez la señora Etelvina esté tranquila y cómodamente dormida en su cama mientras que ella sólo da vueltas en la suya y no puede, aunque quisiera, descansar. Y tal vez no. Es posible que la señora esté esperando a Romualdo aunque son ya las cinco de la mañana. Que esté dispuesta a hacerle otra escena cuando llegue. Pobre hombre, después de todo. Dos cortones en un solo día. Aunque a lo mejor Etelvina no piensa divorciarse deveras. Ya está grande. No tiene hijos. ¿Qué va a hacer, sola? Puede ser que se reconcilie con él. Bueno, allá ellos. Ése es su problema. Ella, ha resuelto el suyo. Ya tiene vendida la casa sin que Romualdo siquiera lo sospeche. Y el lunes a primera hora se cambiará. A un edificio al otro extremo de la ciudad donde difícilmente va a encontrarla, si es que la busca. Si Etelvina lo deja.

Tuvo que hacerlo. Después de mucho pensarlo, se convenció de que la señora tenía que enterarse de la doble vida que llevaba su esposo. Ésa era la única forma en que Romualdo la dejaría en paz. Ya no lo soportaba. Tan déspota, tan malhablado. Sudando siempre y resoplando. Y con sus tremendos celos. Ella tiene derecho a vivir, qué caray. Todavía es joven. Y bastante lo aguantó ya. Por eso le habló a Etelvina. Pensó que un anónimo, aparte de ser una fea cosa, no iba a ser tan efectivo. Y aleccionó luego a Panchito y le dio una buena propina. Presenció toda la escena desde la ventana de la recámara. Hasta el susto se le quitó. Le dio risa, deveras, ver cómo Panchito le sacaba la lengua a la señora. Ella no la odia. Le tiene envidia. Tan rica, tan decente. Teniéndolo todo en la vida para ser feliz. Desde chica. Sin saber lo que es miseria, lo que es andar buscando trabajo y andar defendiéndose de los hombres. Respetada por todos. Mientras que ella es casi una cualquiera. La otra, en el menos malo de los casos. Con un nombre y una situación prestados. Sin amistades verdaderas, sin afectos. Traicionada desde muy joven. Cuando creyó que había llegado el final de sus sinsabores, éstos comenzaban apenas. Romualdo la engañó. No le dijo que era casado. Más: lo negó. Y le prometió matrimonio. Sólo cuando las cosas no tuvieron remedio le confesó la verdad. Qué podía hacer ella entonces. Tuvo miedo de quedarse sola y con un hijo. Sin empleo, sin nadie a quien recurrir. Hacía poco su madre había muerto. Creyó en el amor de Romualdo porque no tenía otra cosa en qué creer.

A lo largo del tiempo lo fue conociendo y penetrando en su amargo cinismo, en su pobre vanidad. Ni siquiera se dio cuenta nunca de que era él, no ella ni Etelvina, quien era estéril, incapaz de tener hijos. Decía que qué chistoso, que las dos le hubieran salido vanas. Como nueces sin fruto. Ella sabía por un médico que estaba perfectamente sana. Como a no dudarlo lo estaba Etelvina. Pero ésta seguramente jamás tendría oportunidad de saberlo. O si lo sabía ya jamás sería madre. Porque el tiempo no corre en vano.

Puede ser que la señora Etelvina no sea tan feliz. Nadie, estando atada de por vida a un hombre como Romualdo, podría serlo. La compadecería si la conciencia no le remordiera. Porque a veces piensa que todo lo que tiene se lo ha robado a ella. Que por lo menos es cómplice del que la ha robado. Pero para qué tener escrúpulos. Lo caido, caido. Y ella bien que se ha ganado la casa, el coche y las alhajitas. Con su juventud sacrificada, con los celos y malos tratos de Romualdo, con la maledicencia de que ha sido constante objeto.

Qué dirán cuando me vaya no importa lo que digan el carro vendrá mañana temprano mañana todo el día empacar no llevarse lo que no sirva la mamá de Panchito a lo mejor se ofende mejor lo dejo tirado lo dejé claro antes que me dejara cuántas veces vino tomado oliendo a perfume no le bastaba pero al cabo ahora ya no en el coche puede llevar cosas y cuántos días para arreglar mi departamento cuántos días siempre he estado sola sola necesitaré quién me ayude la mamá de Chabela Eloy está sin chamba cómo me miró anoche los hombres son iguales no quiero hombres serán seguras las cédulas los bonos hipotecarios cuánto no me va a alcanzar puedo vender el coche no el coche no el coche quería llevárselo está asegurado serán seguros cuánto los bonos no gastar mucho vestidos tengo empacar temprano domingo y si viene.

Ay, si viene. No, no. Etelvina no va a dejarlo. Que no lo deje. Según lo que le contó Romualdo se enojó deveras. Le dijo que le había hablado al licenciado que para que él ya no pudiera agarrar ni un centavo. Y lo corrió. Y él sabe bien que sin el dinero de su mujer no va a vivir. Tiene que contentarla. Pero y si mientras quiere volver con ella. Y vender el coche. Y quitarle las alhajitas. Bien claro le recordó ella que todo estaba a su nombre. Pero él amenazó con ver a un licenciado. Pero eso será hasta el lunes. En domingo no puede hacer nada. Pero si viene a rogarle. O a hacer un escándalo. Si Etelvina no lo recibe... ¿Qué horas son? Casi las seis y media. Ya sería tiempo de que estuviera aquí, si hubiera regresado. No, ya no regresa. Y mañana será otro día. Ella le picó el amor propio. Le dijo: ni te pongas tan furioso que al cabo al rato vas a regresar con la cola entre las piernas porque tu mujer no te va a dejar entrar a su casa. Y él gritó: ¡es mi casa! Qué te has creído.

Para qué se lo dije hoy hubiera esperado el domingo en lunes a fuerza está más ocupado y si viene pues que venga mejor no empaco que se lleven todo como sea mejor me voy todo el día a donde el departamento y ahí qué hago sin muebles Chin... viejo maldito si me hace un escándalo lo mato le pego él me pega ya quiero estar lejos ya es de día voy a levantarme a empacar a levant... A lev.

Trae unas reatas en la mano. Y no carga los muebles. Se me queda mirando. Cómo va a llevarse todo. Se me acerca. Es Eloy. Va a pegarme. A amarrarme con las reatas. No puedo moverme. Me estoy sumiendo en la tierra. Las tablas rotas se encajan en mis pies y en mis manos. Las ratas corren y juegan con mis anillos y mi prendedor. Los dejan regados. Voy a recogerlos y sólo encuentro piedritas. Una canastita y una muñeca de trapo. Corro detrás de Eloy. Cómo pesan las tablas. Hay muchas cajas, muebles. Grandes y que brillan. Y no le encuentro. Chabela está llorando. Me acerco a ella. Viene Eloy y se la lleva. Estoy adentro de una caseta de teléfonos y afuera llueve mucho. Le hablo a Panchito. Que me abra. Pero él me saca la lengua. Él y Chabela se ponen a rayar el coche y se ríen. De repente lo voltean y se meten a navegar en él, en un río sucio. Y yo no puedo salir de la caseta. Y vienen muchos hombres con reatas y cargan la caseta y se la llevan. Y yo los miro irse. Y las ratas vuelven. Están vestidas. Parecen muñecas. Y se ponen a jugar a la comidita. Ya voy a levantarme. Qué día es hoy. Domingo. Y hace mucho sol. Debe ser tarde. Es increíble. Son apenas las seis y media de la mañana. Me quedé dormida un rato.

Decide levantarse. Va a hacer un café. Qué chistoso. Soñó a Eloy. Nunca ha hablado con él. Lo conoce porque es el papá de Chabela. Su tocaya. Porque trabaja en la obra que dirige Romualdo. Bueno, trabajaba. Porque Romualdo lo despidió. Qué irán a hacer ahora. Su padre también era albañil. Y era muy bueno con ella. Nunca le pegaba. En cambio su mamá le daba buenas tundas. Por nada. Y ella se desquitaba con el gato. Vivían en la misma vecindad donde vive Chabela con sus padres. Un día también su padre se quedó sin chamba. Fueron días malos. Ya no la llevaban a Chapultepec. Comían apenas. Su mamá se puso a lavar ajeno. No era mala su mamá. Ni tonta. De mal carácter y apurona, nomás. Pero ayudó como pudo al marido. Y salieron adelante. Y hasta progresaron. Ella estudió Comercio. Parecía que su padre sólo hubiera estado esperando eso para morirse. Al día siguiente de la graduación se cayó del andamio y se mató.

Después de apurar su café, de bañarse y de vestirse, Betsy decide ir a ver a Chabela y a sus padres. Les prestará un poco de dinero por de pronto. Y le conseguirá trabajo a Eloy con el arquitecto Encinas, ése que siempre que puede se le resbala, cuando Romualdo no está mirando. Pobre gente. No quiere que Chabela sufra tanto. Por eso a veces, a escondidas, le da dinero. Es entonces, en esos ratos en que de pasadita la ve, cuando su encono hacia el mundo se derrite. Es como si se ayudara a sí misma. Como si evitara que le sucediera lo que le sucedió. Como si pudiera oír de nuevo el canto de los pájaros y mirar de frente el sol.

Saca el coche y enfila hacia la vecindad donde vive Chabela. A las dos cuadras, al dar vuelta a una avenida, divisa un Volkswagen verde. Su corazón se encoge. Y si fuera Romualdo. Y si la sigue. Tiene que evitarlo. Ahí en la vecindad no la hallará. Ya va llegando. Ya oye las campanas del templo. A Eloy va a darle mucho gusto. Pero ¿y si el arquitecto le cuenta a Romualdo? Y si se empeña en que ella. Y si se enoja. Y si averigua dónde vive, dónde va a vivir. Lo sabría Romualdo y le echaría los perros encima otra vez. Ya está casi frente a la vecindad. Ya divisa a Chabela. No, no puede. Tiene que cambiarse de casa, huir, no dejar rastro. No puede hablarle al arquitecto. Sólo por un instante sus ojos se encuentran con los de Chabela.

El sol de este domingo ha trepado hasta la azotea de las casas y ahora ilumina el automóvil rojo que, deliberadamente, avanza por la calle. Y en el quicio de una puerta ya muy vieja, se recarga una niña.


1987

26 noviembre, 2012

Feliz cumpleaños a Luisa Valenzuela!!!

La máscara sarda (fragmento de su última novela)

"Hay en el campo patagónico al pie de un árbol una tumba que ya ha sido borrada, pisada por el ganado, profanada quizá por alguna carretera por la que hoy corren coches y camiones. El árbol está seco. Esa tumba ya no está en el centro de lo que fue el potrero seis de la estancia La Porteña, al pie de la meseta basáltica en el corazón del Chubut, pero está en el corazón de él, lacerándolo, y esa tumba lleva una cruz y Perón habrá de acercarse a ella y leerá la leyenda que nunca ha sido grabada y verá claramente que dice Juvanne Paulis, 1892-1909, pero sabrá que en realidad se trata del otro y al fin comprenderá que el otro es él y no es él, y para que no nunca más sea él en ninguna de sus manifestaciones, él deberá depositar la máscara de Mamuthòn sobre la tumba ya desintegrada pero inmanente por siempre aun en su ausencia y se despedirá del muerto, cualquiera que éste sea. Que su fantasma no vuelva más a atormentarlo ni en sueños. Vete, le dirá, toma tu espíritu y vete."

22 noviembre, 2012

Adriana Díaz Enciso ( México, 1964)

Y que haya cuerpos

Y que haya cuerpos. Vivos, abiertos yacientes y ávidos aún entre la bruma de la melancolía. Que haya siempre cuerpos, en habitaciones suaves que respiren, en calles arboladas y entre flores. Cuerpos capaces del desnudo completo, limpio, perfecto. Manos con ganas de viajar por los cuerpos. Labios que húmedos se comuniquen las últimas noticias de la espera. Húmedos cuerpos que respiren y duerman en calma profundísima junto al deseo que duerme, y que en el deseo despierten y se muevan suaves en la oscuridad lo mismo que en la más clara luz.

Que ya la soledad deje de ponerle candados a los cuerpos y el frío no nos reseque más la piel y las ganas y la entrega fragilísima.

Que no quede nadie ignorante de su cuerpo, con el vacío en el alma y la amargura de la piel intacta en la mirada. Que nadie se confunda ni confunda la vida con su ansia oculta, insatisfecha del amante.

Que no quede un solo cuerpo indigno del amor, ni un solo freno para el cuerpo amoroso y su bellísimo despliegue de sombras en vaivén.

Y que pueda yo andar con mi cuerpo por la calle, y nada en mí ni en mi ropaje me oculte con mi cuerpo para nadie, y que nadie se sorprenda ni se ensucie ni se ofenda por mí, por mi orgullo de mi cuerpo ni por mi andar de entrega. Que podamos andar y rozarnos al andar en el silencio, brazo con brazo y con mirada.

Que haya cuerpos, que las tristezas caigan rodeando nuestro abrazo como un mar oscuro que protege. Que el dolor de estar vivo no nos duela en el cuerpo. Que esta sorpresa de criaturas sobre el mundo sea luminosidad de azoro en las miradas de cara hacia la vida, de frente a nuestros cuerpos, y que sea inmenso y amoroso el beso que nos salve del miedo espeluznante ante la muerte.

15 noviembre, 2012

Cecilia Prada ( São Paulo-Brasil, 1929).

NOVENA 
NOCHE DE LOS ÁNGELES DE ORO 


Domenico tenía las rastas y apestaba. Con el cabello graso y el lado largo de la cabeza que él tejió las trenzas recogido. Ella nunca había visto la trenza hombre. Empujado a su madre y comenzó a reír. Su madre dijo que era napolitano y lo que en la tierra a sus hombres llevaban el pelo así. Y ella dejó de reír era fea chica se ríe en la iglesia. 
Sus Domenico era uno de los hombres importantes que cantaban la Novena de Navidad en el Santuario del Sagrado Corazón. Todos estos hombres como su padre, medio gordo, medio de edad, saludó levantando su sombrero a la puerta de la iglesia.Algunos hablaban sólo italiano, y así fue como se enteró de que ella quería buona diré buenas noches y no tenía nada que ver con la cera roja que pasa Parquetina marca en el suelo. 
importantes, las mujeres separadas, ya que ni conocía, avanzaron por pasillo central de la iglesia, que en aquellos días era todos los ángeles dorados iluminados, y se dirigió a los asientos delanteros. Pero su única hija, la única chica, se fue con ellos, lo importante, va de la mano del Padre descubrí riendo suspirosos ojos señoras que estaban envueltas en sus velos, de rodillas, la cabeza hacia abajo, mientras que los ganadores de grupo caminó cabeza planteada por el ala central de la iglesia, yendo directamente a la divinidad, hombres de la Cofradía del Santísimo Sacramento. 
dividen al mundo entero, que no pastel. Aquí las mujeres, los hombres allí. Rodajas personas, coloridos, del mundo. Las muchachas solteras eran Hijas de María - llevaba vestido blanco con mangas largas y una cinta en forma de V con la medalla, el verde y cerca de los aspirantes, azul y amplio a los que ya había sido aceptada. Cuando la bendición que acaba de tomar la cinta, besó la medalla, mantuvo el bolso cinta doblada. Ella estaba celosa. No podía esperar a crecer. Pero cuando se casaron, ya no podían vestir de blanco. No podían ser más Hija de María. Blanco y azul son los colores de la Virgen y de jóvenes vírgenes, porque la Virgen había sido virgen antes, durante y después del parto, y quién sabe lo que eso significaba. 
Las mujeres casadas vestidos en colores negros u oscuros y tenía una cinta Rojo - el Bendito, dijo. Ellos eran todos gordos y triste mitad. Y un día escuchó una discusión entre la madre y su tía Eduarda, hermana de padre - que nunca se habían casado, pero vestía de negro, porque tenía más de 44 años. Y la tía le dijo a mi madre que la mujer casada no podía llevar una falda rosa, siempre, donde hemos visto, no estaba bien. y que le importaba más, después de ya 27 años, debe comportarse como una dama. 
- Los hombres solteros son Hijos de María 
Todos se habían reído tanto, la gente estaba siempre riendo a sus preguntas. 
- Mariano reunida, es, pues, Se dice que había corregido su tío, que también llevaba una cinta azul en el traje gris. 
Pero lo más hermoso e importante eran los mismos hombres de la Hermandad del Beato, que llevaba una capa roja no, Santa Claus, llamada opa, y tenía privilegios, llevar antorchas, llevando el dosel, que era una tela roja como una choza en la playa se extendía sobre cuatro palos de oro, y que cubre el Santísimo Sacramento en procesión - ella pensó que no era para que él tome la lluvia. 
hombres, sólo podían cargar el dosel y acercarse al Santo, los hombres mayores, serio, casado, gordito. ¿Es que no tiene miedo de la Santísima? Ella tenía mucho miedo, así que fue hasta que el Santo Padre sólo podía conseguir dentro de esa caja llamada custodia de oro, y sosteniendo una toalla con oro - si no se quema? 
Porque el Santo, ah, el Santo, que ni siquiera debería ser al Padre cuando Él levantó la hostia consagrada, en la misa. 
- Reduce la cabeza, muchacha. 
Si miraba, estaba ciego? Santísima estuvo siempre asociada con un rayo. La custodia fue rayos dorados que rodean el cuerpo de Nuestro Señor y que subiría a la Hostia consagrada, que era el cuerpo y la sangre de nuestro Señor, vino un rayo caído del cielo y fulminó. Se llama sacrilegio. Fue un pecado que no había esperanza. El peor pecado. Pero el padre atrapado en el huésped. Se lavó las manos antes, un cuenco entero de oro, mientras el monaguillo rojo podía acercarse a él, porque él era un niño.Pero solo el Padre, porque el Padre era y por qué estaba él podría coger el host. Las mujeres no arrancaba, no pudo alcanzar nunca. - No, si me lavo la mano antes? -. No Y cuando más tarde, cinco años más tarde, diez días después de su cumpleaños número 10, tuvo su período, el día estaba ayudando madre a hacer la masa del pan y la pasta agriado por su culpa. La madre dijo que la mujer fue molestado cuando las cosas se agriaron. Y entonces comprendí por qué las mujeres no podían tomar el host - agrió el cuerpo de Nuestro Señor. Sentía sucia y humillada. Y se puso a llorar. ... La sangre menstrual olía medio ácido, ya sea mujer estaba oculto entonces la sangre, la humillación, el secreto permanecerá para siempre en las esquinas, a la sombra, de rodillas en las bancas de la parte posterior de la iglesia, mientras los hombres iban a la cabeza inclinada mirando en los asientos delanteros, el lugar que les pertenecía por derecho divino. Pero - a diferencia de todos los aspirantes, de las mujeres, de los otros niños - ella sólo porque ella admitió, con caricias, en sus cinco años de rizos castaños en el coro de hombres de la Novena de Navidad que era la cosa más hermosa del mundo. Y si tenía suerte podía sacar a su padre de un banco muy lejos de Domenico, que tenía rastas y olía mal. El coro masculino cerca del órgano cantaban en latín. En aquellos días, el organista, D.Francisca, descansó. Salió de un organista, un hombre, porque las mujeres sólo sirvió para igualar el todo el día, dijo el Padre Incluso grandes cocineros son hombres. Los sacerdotes cantaban y el coro de los hermanos Beato respondieron a coro: - Rege venturum Domine Venite adoremus Al salir de la iglesia, su madre y su tía, se reunieron de nuevo, me dijeron que había oído una voz que cantaba desafinado poco - Lege ventulum Domine Venite adolemus Pero ella no le importaba. Ella sabía latín. Ella cantó en el coro de los hombres. Ella era diferente.había ganado el derecho a hablar. cabreado Mane (Basado en el cuento "Unbreakable" de João Guimarães Rosa - incluido en la antología "Historias de los miércoles", ed Rinaldo Fernandes -. Garamond, Río de Janeiro, 2006) Las cosas pasar esta zona de tierra de por ahí, nadie sabe a ciencia cierta. El interior es la tierra de la percha con los labios, lo que habla del valle. Todos hablan, nadie sabe reparado?Tierra de las cosas que crecen en no-verdades más extendidos en la vida cotidiana. A pesar de eso, dime, ¿dónde está el interior del país hoy en día? Es decir, existe todavía es, para que todo el Brasil, como grande. Sólo lo que sabemos, puede adivinar, el oscuro, cerrado e imposible. Pero este lugar ahora, Laginha, que estaba fuera de pista antes, no, ahora no. Después de la presa, después de BR ahora por ahí, nadie sabe más, ha visto desierto real con TV, con la gente quedarse en casa a ver telenovelas? El interior estaba de pie en las historias de la gente, recordado por la edad, las otras veces. Fulo Mane De entonces? Recuerde. Hasta que conoció, murió muy viejo. Y oí muchas veces, me han dicho, que la historia de tantos aspectos de la ... caminando, hasta que espese. Ese muchacho, sí, miserable y tristinho, nacimiento encorujado, al parecer, la Manezinho que nadie daba nada por él, el pueblo Veiga, todo gusano de seda medio del bosque, a veces dos se unió a un burro raquítico, llegó a la ciudad para vender un montón Banana-oro, la mitad de una bolsa de harina, un par de cosas. El niño impedido, sí, que venía del campo con su madre, vivió en la casa del coronel apareciendo Peixoto - que la casa de gran abertura, ocho ventanas cerradas en el patio de la iglesia, ocho ventanas de par en par a par en par, llamativo, brillante en hoja verde , la suavidad del remolque retocado todo el año. Dijeron que era el hijo natural del coronel. De los muchos. empujó la madre del niño, "tiene la bendición de El Padrino," enroscado él, tosco e insensible, restregándose contra el marco de la puerta, arrugando torpemente ala de un sombrero marrón, muy sucio. Un niño que nadie ha oído hablar hablando, en ese momento, nunca. Paresque no tenía ni voz.Que de vez en cuando tomó una moneda lanzada por un coronel padrino casi asco ", lleva allí, oh boy". Pero eso estaba creciendo muy delgado, mirada de soslayo. Bajo en prosa normal, entonces se desarrolla saltos en la taberna - creció una animación, se llevó a hablar con nadie. Incluso dicen que desde que el hombre cogió una amistad con un chico, doctor, médico que llegó de la capital y vivió un tiempo en Laginha, al que le gustaba tirar prosa con todo el mundo - mi padre me dijo que yo era un chico esta vez , ya sabes. Dice de pronto, en medio de la conversación, este joven médico sacó un pequeño libro de cubierta de hule negro, tomó nota de todo - un poco extraño a él. . Para muchas personas aquí ya pasó pronto como parecía, tenía dos Mane Fulo - que fue un medio traste a ver, chico, incluso en voz baja, algo de poco valor, la mirada tranquila y de soslayo, que fue una habitación de esquina , la iglesia, la plaza, con una especie de cisma. Dice que creció, niño, edades de pie en la esquina de la casa del coronel, mirando a la puerta que daba, siempre abierta, como de costumbre la gente de aquí. Como para entrar, solo, sin la madre, que ya había muerto, vaya al Coronel ... La gente habla demasiado. Dime, ¿cómo iban a saber lo que pensaba, dime? En sí, esa conversación es que palrada que comenzó a desarrollarse en el bar, se crió en el éxtasis y la imaginación - para eructar dio algunas grandes cosas que nunca tuvimos, como la historia de la yegua había comprado un montón de gitanos, el engaño, despectivo para comprar barato. Para engañar a alguien alguna vez visto en el suyo caballo gitano? Una de ellas es que era una buena manera de egüinha, empinadinha y trote ligero, astuto - dice él conocía tan bien el camino a casa, en la granja, lo que llevó Mane recta, pateava abrir la puerta, lo derramó sobre la cama para disfrutar de la bebida. Si se llama ... vamos a ver que soy medio olvidado, mira algunos dijeron que se llamaba, la egüinha, Beija-Fulo, o alguien me dijo Blossom? ...Ahora, ¿qué importa? Has. Tiene, sí. Había un montón, esta yegua en toda la historia que vino después, con los desarrollos. Tenemos que decir las cosas como son - incluso porque todo es incierto, y nadie sabe nada, nada en absoluto, ¿no te parece, yo ni siquiera tú, ¿cómo se puede contar el así dentro personas, como lo fueron, él, Mane, enfezadinho ese chico, ese chico tranquilo, esa conversación borracho descubierto ...nadie conoce ninguna ley, por lo que tiene que depender de lo que puede ser más cierto, el nombre de la yegua. Fulo Porque Kiss - no Dasdor, como se decía más tarde - fue el verdadero amor que el hombre, estoy seguro. No sé si se puede entender hoy que el único coche que vale. Pero a la vez, tener un caballo ... pensar en ello, el sujeto, y un sujeto que ni Mane, Mane Fulo hablado, sólo se ve ese nombre, entonces un Mane Fulo hay, que caminando por ahí, a pie y en roces entumecido tope de la puerta, apenas hablando ... y un día, quién sabe cómo, descubre que la ruptura puede aparecer en el pueblo en el momento de la misa mayor del domingo, pendiente ardiente casco delante de la iglesia, ven y levantar la frente alta futing en la plaza, se veía, como - la primera vez. ¿Te imaginas? En adelante estaba medio centauro, a tal efecto, que se conoce, seguramente ya saben, pero era así, la nueva identidad se ha encontrado, complemento, hombre-caballo, que comenzó a desbloquear. Las reuniones Ven, impávido, a de homarada, en el bar, cada vez más los altavoces. ¿Fue entonces un desconocido, prestó oído, mantuvo más. Así fue con el chico-doctor, y ese tipo alto miope de la risa que venía de la capital y vivió aquí durante un tiempo.Parece que incluso siempre con ganas de escuchar las historias de backcountry, ¿sabes? Ya he hablado, dijo que tenía una cubierta de hule cuaderno ... He olvidado su nombre, pero era importante en esta historia, de Mane Fulo, estoy tratando de decirle a le. cual es incluso una historia de transformación, ¿cómo-es-que-ese tipo ... Nos preguntamos, entonces. Lo que creo, he vivido demasiado, es que nosotros, todos nosotros, es que ni dibujo chico en un cuaderno, que primero no lo sé, sólo unos pocos trazos, el lápiz, a las manchas. Después de llenar vai color, líneas, tanto de garabato, cielo vai agregar y estrella, madre, padre, la chica de al lado, chimenea de la fábrica, coche, avión, cohetes, la policía ... Estoy hablando de niño hoy, hizo que mi nieto. En ese momento, el desierto, los hombres del interior, era menos cosa ni la policía no tenía - Laginha era casi una tierra de nadie, empezando, o el coronel Peixoto, una de plaza de la mansión, para hacer cumplir jagunçada , como se hizo antes. Solo y viejo, los médicos los niños de la ciudad, las hijas casadas. Por lo tanto, no más que Mane Fulo se aferró a esas manías, diciendo prosa, para decir "sangre Peixoto" - antes de que, en el momento del coronel muchacho y de la prosa, la sangre era de temer ...Manny Veiga de insistía. Pasó mucho que hablar en la venta. Dicen que tenía delirios de desquitarse contar lo que sabía, el interior de los poderosos, enojado de antaño - el Bejo y Miguilim de Adejalma. Zé Boi, tan valiente, mil peleas, que había caído por un precipicio y se rompió el cuello, y he aquí que el Miguilim muy, era el peor de ellos, no era entonces muere de gemidos artritis deformado en la cama? 's como tú decir, cada uno cumple su vida útil. Y el Mane Fulo, que después de todo tenía que encontrarse con ella - que las cosas pasan cuando ya se han escrito, todos los días de personas exigentes, como tal. ¿No le parece? Y todos somos iguales - todos hemos construido, otro personaje dentro de nosotros, nuestra mismidad, paresque. Y esa cifra retraso en el crecimiento y medio metro sesenta ridículo ... tanto de Manny, nacido encorujado, tonta-la-granja y tenía que ser un beso de Fulo - Dasdor María o, quién sabe, pero esto tuvo poco que decir si te digo la verdad, yo no sé si es raro, pero la bestia que Beija-Fulo o lo que usted sabe, ¿cuál es la bestia era la parte importante - si no fuera por ella ... Porque ella estaba con el Pedras Toniquinho das, a veces también llamado Aguas Toniquinho, conectado - con la bestia, el egüinha. Era, sí. Eso Toniquinho benzedor, bruja media, dijeron. Lo cual era, como ves, el mayor enemigo de la joven-médico, que estaba allí con los recursos de capital y recetas para llevar a su parroquia.Toniquinho piedras-agua, que no participó en la receta, porque no sabía escribir, pero Benzia, era todo, aconsejó que nadie debe tomar medicamentos para la farmacia, sólo "amigos" que se preparaba, cobrando muy baratos. Y miró feo, arrevezado, para que la amistad Fulo Mane taberna que estaba alcanzando visguento medio, con pequeño doctor -. Quien le dio todo lo que correa Sí que es - usted me lo pregunta? Esta historia que ya sabes, que corre alrededor de un millar de hebras, cada una de las cuales se suma a la tuya, ¿cómo crees que realmente sucedió ... Ese fue un día que estaba en Laginha, el día en que el Mane Fulo ... ya sabes. Pero para mí, es el momento pienso: será Toniquinho tal vez no era un compinche con el Targino. Ni siquiera había llamado la Targino tal vez la mitad que para resolver su bestia negocio llamado Beso Fulo ... podría ser, no? Pues mira ... y hablar con la gente que parece que da cuenta de más ideas, ¿no te parece? Lo que descubre que poco a poco-, que siempre está escondido en los pliegues de todas las historias que nunca son lo que dicen ser, la gente tiene ... Bien dicen que quien cuenta una historia añade un punto.¡Ahí! ¡Ahí está! Pero voy a añadir, no tengo ninguna intención. Sólo mi pensamiento de esta historia, estoy en lo cierto, ¿no? Porque hay algo ... -le dijo, por ejemplo, que sólo el médico le dio poco a leash Mane Fulo, en el bar ... pero pensar en ello - si la gente después del hecho, conocía muy bien qué decirle a Mane habló así los detalles de la intervención, así, es porque no dieron correa, dio oído, por lo menos. Y estas cosas, oí varios aferraban aún entonces se marchitó en la figura torpeza de Manny de nuevo allí, el comienzo de la vida ... Te lo dije, estaremos formando o dibujar garabatos que mi primer nieto sólo han luego tener nube, la casa, la tormenta y la mujer fuego, ...En el caso de Manny muy concreta, tenía la bestia, la mula poco amado. Así, la "sangre de Peixoto", sí, creo que - una reserva de la pasión? Ya era plano medio de ebullición, paresque en el habla, tendrá al menos el Fulo, que no era honky o perrengue como estas llanuras ... bien dicho, decir más, estoy realmente Peixoto, carrera de locos ... y no vienen lío con él porque lo llevé a casa sin hacer, y de insultar a su beso grueso Fulo no podía manejar. dijo. Y a veces incluso dicen mucho, arrenegando, que sólo quería tres cosas en la vida que eran una silla mexicana para aprovechar el Beija-Fulo bien merecido y pimpante, el domingo ... - Y esta silla, ¿sabes quién era? Vamos a ver cómo las cosas empatar. Como se armaron. Fue Toniquinho tenía la silla de montar y hermosa virgen de uso, si no por lo que quería que la yegua tenía su deseo? ... Cosas así. Además, los otros deseos, dos de Fulo: ser boticario o head-to-rail de tren, gorra de uniforme, dijo ... hecho nada, ¿cómo podría?El hombre no sabe leer. Y su reserva, ya estaría viendo, era la rabia, sólo rabia, la mitad de ridículo al principio, pero después de un odio que crecía en él - el Toniquinho. Así es la vida, usted podría pensar. Dasdor Maria? Ya sabes lo que dicen, alguien entró en la historia como Pilatos en el Credo? Eso fue todo. Creo. Pretexto, tal vez, a la intervención de Targino? Como ya he dicho, nunca se sabe a ciencia cierta, en el fondo de las cosas. Pero sigue mi razonamiento, creo que si hubo favoritismo, incluso connivencia con las aguas Targino Toniquinho - como yo creo ... Targino pensar, Dios mío! que matón que de vez en cuando rondaba el interior a la vez, sujeto vivo como difunto delgadez feo, flaco de maldad, como cuchillo nervio gasturento, revolver siempre listo en el dedo, luego sujeto por lo tanto creo que no aparecería más en la puerta el bar esa noche con la intención de tomar el poder de Manny, mi Dios, una mula? Mare que era, ya sabes ... Lo que sí, la verdad, es que Manny compromiso.En las cosas comunes. Un día en repimpado Beija-Fulo por la Rua do Rosario, notó a una joven bien situado, gateados ojo en la ventana. Como cualquier persona que espera a su marido. O el novio. Mane se fue, volvió, se acercó - estas cosas normal, que así procedió. Había gente que aún cree, burlándose. Pero la chica iba a pedir dinero para el ajuar bordado, personalizado Laginha - desgracia mujer soltera era un trabajo correcto, bueno contribuir a la boda. No es que fuera de esa manera con el traste-Manny-de-Mula -. Como ya se llama ahora, creo que fue el escenario de no perder ni un absurdo, portentoso - Debe haber sido ese momento, el Targino, el Targinão los Brederodes, interior del diablo, apareciendo en la puerta de este pub, enmarcados, poniendo la voz en el tono correcto, dejando caer: Mane Fulo tener una licencia especial con su doctor ... Porque fue entonces cuando la historia realmente comenzó. Ya ves, lo que dicen ... cierto que con estas historias de la antigüedad, con lo que gran parte del pasado y le dijo, nunca se sabe a ciencia cierta si fuera, yo os lo dije, es el que le dijo ... O si fue ordenado. Bien peinado, por lo menos - porque yo lo digo, que Targino, Targinão flaca y fea, apareció en la puerta del bar en el mismo instante en que tava Mane es alardear Pro-young doctor, algo que significa conversación tan borracho, quiso golpear un tiro en el medio de la Toniquinho acaricia muere en mi clítoris, seis tiros, si va a poner un poco de riba caborje mi beso Neguinha Fulo ... ¿Y por qué había sangre Peixoto, y esas cosas ... Y como usted dice - en este momento, incluso eclipsando la cuadratura del Targino puerta de la taberna, el encavado vozarrón, Mane Fulo, privado de ... No es demasiado? Luego, en el tiempo, ¿dónde está el perdedor-valente instantánea antes, ¿eh? Nada. Nada. Diga que sí a derreado, se deslizó hasta el borde de la silla, paresque querer levantarse en cuanto a ...? arco curvo en el medio, desorganizada, estaba cantando, hasta que la mano extendida, buenas noches a su Targino, com'passou? Targino fue directo a los discursos.Imperativas y terrible: Escuchar Mane Fulo, la cosa es que me ha gustado la Dasdor, ven a visitar a su novia, mañana mensaje enviado ya decirle ... Y se quedó inmóvil, fue un día único, capricho, después de lo cual podría hasta que se casan, ni le importaba. Pero si no ... Y Targino rió con una risa triste, sombrío, como un verdugo manchú. Luego, sin cortesías más, dio media vuelta y se fue. Lo que quedaba era un desastre, para descubrir, todo el mundo de habla al mismo tiempo, un montón de personas se reunieron alrededor de la esquina, pobre Manny, esta pobre chica ... Dice el joven médico-izquierda reforzar Mane, que temblaba de miedo. ¿Qué lo llevaba a su casa, ya que soplaba un solo valor que nunca iba a ser par. ¿Qué estaba hablando grasa palabras, estos muchos, algo de amor, honor, héroe, obligación, sea lo que - palabras del doctor. Dice que, ya sabes, tengo que hablar para que Mane no iba a pedir protección PRO coronel Peixoto, incluso ... porque había sangre Peixoto? Mane desconversou, dijo que ningún caballo atado a él ... ? caballo, mula, en su caso ¿Quién ha oído detrás de la puerta de la casa de su erudita - y había gente escucha tenido - no dice que el muchacho se tensó en la historia Capital. En la invención, esto es condenadamente bueno con la gente de instrucción, dijo. Dice el chico estaba hablando, así suave manso, con Mane, ponerlo a dormir muchacho hecho, no te preocupes no, hermano, vamos a inventar una manera de engañar al Targino ... Eso Mane, quedarse dormido borracho, todavía obstinadamente entrar en desesperación, que aprendió de él, dice que no, maldito bicho Targino es malo ... Entonces todos de acuerdo en que día que marcaría historia en Laginha. El médico levantó temprano, dijo que iba a tomar medidas. Era. Dice que estaba hablando con un coronel, no Nho Peixoto, no, eso no manda orar más, viejo y cansado, pero tenía otro coronel, o la mitad coronel, llamado Melguério. Así que llamó a Berda-Merguério ... Heard, ni tampoco estaba con él, que no tenía que coger el Targino para clavar ... nadie tiene que volar este hombre ... Era el vicario, preguntó el doctor. El reverendo levantó la vista, el aspecto de un desnudo rojada virgen de la arena. Se comprometió a orar. Dr. Fulano, desanimado, ya que temen por su propia piel, regresó a casa las ideas, verrumando para ver si alguno se levantó. Mane Fulo no tuvo el valor de poner el chico. La Veiga, quién sabe cómo, había acudido en solidaridad - pero era inútil, así que perrengue? A Veiga mayor barbaçudo, el médico llamó a la esquina. ¿Qué aconsejar a la Manezinho no hacer nada estúpido, entregar el caso a Dios, no para entrometerse ... Y la niña estaba bien, nos olvidamos, fingir que no pasó nada, es que ni el matrimonio con la viuda de ... Maria Dasdor caído enfermo en tal temor, a solas con su madre, llamando al novio ... Targino aún no ha aparecido - se había dado por vencido, ¿quién sabe? El día avanzaba en la anticipación. Hasta que pasó: que nadie esperaba. Que el masón que respondía al nombre de la tónica Stones, Tonic o Waters, que tenía fama de bruja ... y también tenía una silla mexicana entreabierta por falta de animales, y el codiciado beso Fulo, el gran amor de Manny Fulo ... ¿Ve usted cómo son las cosas? ... Bueno, sí, el Toniquinho, de repente apareció en la casa del doctor, pidiendo hablar con el novio deshonrado. Y se encerraron en la habitación que daba a la sala de estar, envuelto en una conversación oscuro que no importa lo mucho que lo intentó podía oír bien. Sólo una entonación entortes, un oleaje hit-and-coming hecho de agua, podría entender que Tonico insistió, negó con vehemencia el Mane, tartamudeo, renuente. Pero, de repente, se abrió la puerta e hizo la tónica, muy cínico y sacerdotal, pidiéndoles que le trajera una aguja e hilo, un plato hondo, ron y una lata con brasas. También parece Mane Fulo, más amarilla que nunca, arrugado, sufrido. Y decía: que se suponía iba a entregar la Beija-Pro Fulo su Toniquinho, ahora era el suyo. veigarada El se echó a llorar - fue una voluntad, una última petición de casi-muertos. Pero los dos propietarios de la bestia vuelve a encerrarse en la habitación, con los ajustes, así que había unos veinte minutos. Mientras tanto, el tiempo, supremo, se acercó a la reunión. La tensión en el aire era algo así como la tormenta inminente. La ciudad está envuelta en un susurro, los pasos ya estaban coco pressentidos fatal que iba a venir, implacable, su Targino - susurro - había salido de su casa colgado en la colina. Vineyard Vines que incluso fetch Maria Dasdor. Cierre las puertas y ventanas, llega allí, se pasará por aquí, delante de la casa! ... En esto, abrió la puerta de la habitación de nuevo, Mane Fulo fue primero, el sonambulismo sin dinero, la mitad, al parecer. Dice que tenía un extraño brillo en sus ojos. Sus piedras Toniquinho vino después de preguntarle ahora - esa cosa! - Por besar Fulo. Mane pasado sin ver a nadie mujeres que rezaban, por los hermanos. Incluso se puso en duda la tónica, lo que estaba haciendo con mi hermano? Y Tonic en retruque: Cerré su cuerpo. No hay falta de temor, por lo que te garantizo arma de fuego. Manezinho Y así fue que salió ese día para hacer frente a la mayor matón en la región, carente de garrucha, sólo que con una navaja casi quice ... El otro, armadão y terrible, fue lento, con el dueño caminando por la calle y todo el mundo. Y, ciertamente, se sorprendió cuando se enfrentan, a través de la calle desierta, con la figura del novio Dasdor ridículo. El antiguo dueño de la Beija-Fulo. A diez metros del enemigo se detuvo Mane - mientras que detrás de las persianas todos miraron con incredulidad ... y se rompió un tamaño de palabra de maldición, de la madre, de los matones. Targino sacó el revólver listo, mientras que los insultos cruzados en el aire, los piojos, chico estúpido perro, ... Por encima de todo - lo que piensas! - Una voz grito diferente, más gruesa, que salía de la garganta de Manuel Veiga, increíble, de Manny ...? Dispara, infierno, estoy cerrado y ha llegado tu hora! Y creció, magnífico en el enemigo. Las balas sonó cinco veces Targino el exterior de la calle - detrás de las persianas todo se agachó, arrastrándose, tratando de desaparecer en el suelo. Mujeres llorando fue más un grito de animal herido, rezar por el alma de la Mane Fulo. Cuando hizo un silencio, todos estaban arriesgando una mirada, a través de las grietas - y no había Targino, fijado como un maniquí. Y Mane Fulo cable le da, clavándole en el pecho derecho. Targino fue abrocharse el cinturón, sabiendo el suelo, manchado por el polvo - desviveu, en un instante, me parece una maravilla. Eso es lo que dijeron. Y lo que vieron, un asombro mayor, que todas las casas, las calles laterales de la plaza, acudieron al lugar del encuentro - que, crecido, el cuerpo se enderezó, en primer lugar, como quien finalmente toma posesión de la vida, que incluso el Mane Veiga, dijo Mane Mane hasta Fulo de Mula, la Manezinho, que el nacimiento encorujado, se volvió distante Targino el cuerpo inerte, cambió su curso, en posesión de una nueva energía impava, descarado, escalada en el paso rítmico y decidió ladeirão que se desprenden de la matriz. Como si esos eran tarea desencumbir mayor. Al que se desprenden, avanzaba muy firme, por medio de la nave central del jardín. En primer lugar, como cualquiera que iba a la iglesia - el pensamiento? Pero entonces, en el último intento, esquivando y mirando desafiante esa casa grande, ocho ventanas con persianas que dan al patio de la iglesia, ocho ventanas de par en par a par en par, llamativo, brillante en hoja verde, la suavidad del remolque retocado todo el año . . La casa del coronel Peixoto Y allí llegó, ya no adormecer el chico que tiró una moneda al aire para aparasse - si lo quisiera. No, no es el chico tímido y el niño escondido por desgracia, nada, ni un borracho y cobarde llorón, nada. Pero sí, hombre. El hombre cadáver del recién nacido Targino matón que en la calle era descompunha polvoriento. Y ese hombre avanzaba por la puerta principal, siempre abierta - como si esperara que sería?violada y pateó la puerta medio del pasillo, que conduce a la habitación donde lisiado en silla de ruedas, que había sido el temible Peixoto Nho que nadie se atrevía a contradecir otras épocas, con vegetación, indefensos. Y entonces - todo el odio acumulado durante todos esos años de Mane, cabrón, miserable y sin derechos, cuchillo, casi una navaja, que reunió hirta en la mano, y todavía con sangre, escapó, disparó. Y una trayectoria fuerte se logró, infalible, la yugular de su único enemigo irreversible, implacable. brotaba sangre, rojo brillante y punzante, un límite sin derramamiento de sangre, con la ropa chorreando, la silla, la pared y la casa del coronel en general y al pueblo. Ensangrentando incluso esta historia - la sangre Peixoto, sin respuesta. 




Cecilia Prada nació en Bragança Paulista, São Paulo, 1929. Escritora de ficción, una ex diplomática de carrera, historiadora, dramaturga, traductora y periodista con un Premio Esso na estante  por el polémico Menores do Brasil: la locura desnudo. Como narradora, publicó Pontomorto y caos en el comedor , que obtuvo la revelación de la APCA. El demandante también Estudios de interiores  para una arquitectura de la Soledad . Ganó el premio a la Premio Revelación Autor y APCA-1978-1980 Reporting ESSO. Tiene cuentos publicados en antologías de Alemania, Suiza, Italia, Estados Unidos y Suecia.

06 noviembre, 2012

Ana Maria Nóbrega Miranda (Fortaleza-Brasil, 1951)

PUNTO DE CRUZ

me enamoré de un hombre, que visita mi difunta madre, entra en nuestra casa y tímido fragante, haciendo sonar las monedas en el bolsillo de su chaqueta, se ahoga en las primeras palabras, pero luego él va y habla con su mano en la mía pelo, siento que mi piel de gallina, pero él no se da cuenta del sentimiento que me causa, piensa que soy sólo una niña y los niños muestran cuando se sienten lo que sienten, pero no lo muestran, es fuerte la tentación de seguirle con los ojos, me no entiendo lo que dicen, mira el hombre mientras mira a bordar en el aro, lo veo tomar su taza de café a los labios, me da una moneda y le dice que vaya a la panadería a comprar un dulce, hacer la ruta concentrado y sólo perciben el mundo exterior cuando siento el dulce sabor de la fusión de caramelo en mi lengua, llego a casa y él sigue sentado frente a ella, en el mismo lugar, pero un poco pálido, como si su corazón había dejado de latir, siguen siendo silencioso, sostiene la mano y la besa, luego se va, a veces se olvida de decir adiós a mí, cierra los ojos, cuando el ruido de su coche desaparece llora en silencio, con lágrimas caen en los puntos de cruce Ella evita mirarme y luego se aleja ella mira el reloj en la pared o de un momento a otro se pierde antes de las horas de larga ventana mirando el césped, algo vació sus ojos, su cuerpo, sus abrazos y besos de los gatos, cuando la Animal se desliza fuera de su regazo me abrazaba y lo besaba tratar de la misma manera pero en vano, miro el reloj, pero no veo nada, ni el tiempo pasa, no creo que el hombre nuevo, incluso olvidar que existe, mi vida sigue como el agua de lluvia que escurre buscando vuelve a aparecer el hombre del subsuelo cuando recuerdo que lo amo, me encanta su presencia y no su ausencia, un día tal vez me encanta la ausencia de un hombre, tal vez, no sé el nombre ella, se olvidó de preguntar, pero su nombre no es importante, el nombre de alguien le importa, yo sé quién es, imaginar su alma, las esferas de su existencia, la calidez de sus gestos y el sonido de su voz, lo siento en mi cuerpo la pasión que siente por mi madre.



PONTO DE CRUZ

Eu me apaixonei por um homem, ele visita minha mãe de tarde, em nossa casa chega perfumado e tímido, as moedas tilintando no bolso de seu paletó, engasga nas primeiras palavras mas depois ele conversa com ela e passa a mão nos meus cabelos, sinto minha pele se arrepiar mas ele não percebe o sentimento que me causa, pensa que sou apenas uma criança e crianças quando sentem mostram o que sentem, mas eu não mostro, é forte a tentação de acompanhá-lo com os olhos, eu não entendo o que eles conversam, olho o homem enquanto ele a olha a bordar no bastidor, vejo-o levar a xícara de café aos lábios, ele me dá uma moeda e me diz para ir à padaria comprar um confeito, faço o percurso concentrada e só percebo o mundo de fora quando sinto o gosto doce da bala derretendo na minha língua, volto para casa e ele ainda está sentado na frente dela, no mesmo lugar mas um pouco pálido como se o seu coração tivesse parado de bater, eles permanecem em silêncio, ele segura a mão dela e a beija, em seguida vai embora, às vezes esquece de se despedir de mim, ela fecha os olhos, quando o ruído do carro dele desaparece ela chora em silêncio, suas lágrimas caem nos pontos de cruz, ela evita olhar para mim e depois que ele vai embora ela olha o relógio da parede de instante em instante ou fica diante da janela perdida longas horas olhando o gramado, algo esvaziou seus olhos, seu corpo, ela abraça e beija o gato, quando o animal escapole de seu colo eu o abraço e tento beijá-lo da mesma maneira mas em vão, olho o relógio porém não vejo nada, nem o tempo passa, eu não espero que o homem volte, até mesmo esqueço que ele existe, minha vida segue como a água da chuva que escorre procurando os subterrâneos, quando o homem reaparece eu lembro que o amo, amo a presença dele e não a sua ausência, um dia talvez eu vá amar a ausência de um homem, quiçá, não sei o nome dele, esqueci de perguntar, mas o nome dele não é importante, o nome de ninguém importa, sei quem ele é, pressinto sua alma, as esferas de sua existência, o calor de seus gestos e o rumor de sua voz, sinto em meu corpo a paixão que sente por minha mãe.


extraído de Nocturnos
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