06 marzo, 2012

Joyce Carol Oates( Nueva York, EE.UU., 1938)


“Se puso de puntillas para darme un abrazo con un poco de retraso. Algo más fuerte de lo ordinario, para señalar que me quería aún más, porque yo era un suplicio para ella.
Cada vez que mamá me apretaba en uno de sus fuertes abrazos me parecía que ella era un poco más pequeña, más baja. Desde la muerte de papá aquel pulcro cuerpecillo que parecía poseer la elasticidad de la goma estaba perdiendo definición. Mis manos encontraron michelines en su cintura y en lo alto de la espalda, vi la carne fláccida de los antebrazos y de la barbilla. Desde que había cumplido los cincuenta, mamá había abandonado cualquier tipo de tacón, y llevaba sobre todo zapatos de suela de crepé tan planos, tan pequeños y de punta redonda que parecían zapatos de juguete de niña. Por un breve período habíamos tenido la misma altura (un metro sesenta y uno, cuando yo tenía doce años), y ahora mamá era varios centímetros más baja que yo.
Sentí una punzada de alarma, de pérdida. Quería pensar que tenía que haber algún error.
Con mi voz de fiesta dije: -Mamá, tienes un aspecto espléndido. Feliz día de la Madre.
Mamá respondió, turbada: -Es un día tonto, ya lo sé.”

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