10 mayo, 2012

Rosa Beltrán( México, 1960)

La máquina del tiempo

El profesor Sigma, científico eminente, logró por fin construir la máquina que devolvía las cosas perdidas. En cuanto se dio la noticia, todos en el pueblo acudieron. No había quien no quisiera usarla, pues cada uno había perdido algo en su vida que estaba ansioso por recuperar. El señor Gastón,el hombre más rico del lugar, acudió en medio del acto. Estaba desesperado por saber cuánto tenía en el banco. Había perdido la cuenta de los ceros en su libreta de ahorros. La máquina se accionó y enseguida apareció la cantidad de 100000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000 pesos, que dejó boquiabierto a todo el mundo,más aún cuando se supo que la cifra era precisa. Ante el asombro de la multitud, el señor Gastón decidió comprar la máquina, invirtiendo pesosobre peso lo que tenía. Su idea era cobrar por cada objeto que la gente quisiera recuperar. El profesor Sigma, científico humanista, no tuvo ob- jeción; pensó que de esa forma, todos podrían tener algo de lo perdido yque con la suma adquirida, la ciencia se beneficiaría al recibir un gran estímulo para sus investigaciones. Así pues, vendió la máquina, previafirma del contrato, y donó la cantidad completa a la Sociedad Científica de Inventores de Máquinas y Artilugios Relacionados con el Tiempo.
Pero los precios del señor Gastón resultaron altísimos. Quería recobrar su inversión y, de ser posible, centuplicarla cuando menos. Mas, como la gente no tenía el dinero necesario, el dueño acordó recibir lo que cada uno tuviera e irle devolviendo lo perdido en abonos. Para ello, accionaría la máquina en orma parcial, sin bajar la palanca del todo.
La primera en llegar fue la cocinera del pueblo, que algo de dinero tenía dada su abundante clientela, pues para comer y gastar todo es cosade empezar. Asentó una gran bolsa con billetes, se paró frente al artefacto aquél y pidió que volviera su amor. Por un orificio salió un gordo majadero que enseguida le pegó porque se le había salado la sopa. Luego, se acercó un viejo que junto con los años había perdido la alegría. Pagó lasuma reunida, accionó la palanca hasta la mitad y esperó. Volvieron los años, pero no la alegría. Un par de nietas acudió a buscar a su abuelo. Lo único que regresó fue el bastón y el sombrero. La gente se empezó a de-cepcionar. Comenzó a preguntarse sobre la utilidad del invento. Pero laesperanza muere al último, así que llegó por fin un niño que había per-dido a su perro. Agitó su alcancía y se la dio al señor Gastón, quien no tuvo más remedio que recibirla y jalar un centímetro la palanca, torcien-do la boca. Sólo regresaron el olor y las pulgas. Junto con el chasco, el niñose ganó el mal humor de su madre, pues por más que se bañara y tallara con bastante jabón, no dejó de seguirlo un olor a perro y un comité de pulgas que lo hacía rascarse todo el tiempo.
Decepcionado, el profesor Sigma, científico honorable, se presentó frente al comprador. Su invento no había sido destinado para ese uso, explicó. Lo perdido debía regresar completo. De no ser así, se haría mala fama a la ciencia, la máquina se descompondría, su nombre de científico seríapisoteado… En fin, que si no se daba el uso correcto al aparato, estaba decidido a devolver la inversión. El señor Gastón acordó buscar a personas pudientes, de preferencia extranjeros, y bajar la palanca hasta el tope a señora Pírrica (una mujer muy, muy rica) pidió que le fuera de- vuelto un collar de esmeraldas que le habían robado, ya no se acordaba en cuál revolución. Pagó una barbaridad, el señor Gastón hizo una caravana y jaló la palanca hasta el piso. El collar volvió íntegro, pero la Señora no se conformó. Dijo, con gran decepción, que en su recuerdo el collarera mucho más bello. El Duque de No Sé Cuántos —pues no sabía cuántos reinos tuvo y perdió— exigió que se los devolvieran uno a uno. La máquina funcionó, pero los reinos regresaron poblados con gente que ni siquiera sabía hablar su lengua y entre la que había muchos pobres queel Duque antes no vio.
Ante tal desastre, el pueblo se amotinó, incluido el señor Gastón, fren-te a la Sociedad Científica de Inventores, para que le devolvieran su dine-ro. Como ésta lo había gastado ya en otro invento donde era posible pensar el día menos pensado, no pudo devolver la suma, con lo cual la gente fue a armarse con picos y palos para destruir la máquina. Y fue destruida,
a la vista de todos, en la plaza. El profesor Sigma, científico intachable,dio la media vuelta y volvió a su labor. Según declaró, el experimento había sido un éxito. El problema estaba en la gente, que había perdido el sentido de lo que podría hacerse con tan prodigioso invento

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