03 mayo, 2012

Beatriz Espejo (Veracruz, México, 1939).

Consuelo y la muñeca de cera



Para Martha Bárcenas Coqui


Cada vez que su mamá anunciaba el viaje a Puebla, Consuelo sentía que le daba un vuelco el corazón de puro gusto. Apenas subía al autobús con su mochila roja en los hombros, y antes de colocarla bajo su asiento, pedíala ventanilla para mirar el panorama que cambiaba en el camino. Aunqueencendían el televisor y pasaban películas, prefería observar el recorrido.
Dejaba atrás las huertas de mangos y naranjas, los platanales, y de esa vegetación tropical llegaba a otras menos generosas, pero hasta en pasa- jes áridos todas las casas pobladas tenían flores dentro de latas, macetaso desde el trecho de la entrada bugambilias esponjosas como árboles con sus colores deslumbrantes. ¡Son tan diversos los paisajes de México que van de la costa al altiplano! ¡Y los climas! Así que cerca del Pico de Ori-zaba rodeado de nubes, rozando el cielo con la punta blanca, Consuelo abrió su mochila buscando un suéter que evitara cualquier resfrío. Queríamantenerse en buenas condiciones y aprovechar la oportunidad. Sólo unmes al año se le presentaba cuando las tías llamaban invitándolas a huirdel sudoroso agosto para disfrutar su mansión colonial de grandes patiosy recámaras con vigas en el techo, donde en la sala había un cuadro de la bisabuela sobre la que nadie debía averiguar cómo fue el tiempo de su vida rodeado de susurros.
—¿Verdad que es una obra maestra? Los encargados de Museo Bello han querido comprárnoslo, pero les hemos contestado que no se vende decían y se miraban nostálgicas las manos en que brillaban menos anillos.
Por esa ruta, los pasajeros a la capital encontrarían, además del Pico, otros dos volcanes, el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl lanzando endurecido hacia el espacio abierto fumarolas que asustan al más valiente. En realidad se trataba de dos guardianes cargando una leyenda amorosa a cuestas. ¿Quién habrá inventado que ella con su silueta ondulante era una mujer dormida y él tan altivo y enojón se encargaba de cuidar su sueño?La realidad se conunde con la poesía. Permanece alrededor de nosotrossi sabemos escucharla; pero únicamente los grandes poetas llegan al corazón de los hombres; sin embargo Consuelo todavía no acababa de entender tales cuestiones. En cambio, su mirada oscura traspasaba el airecomo si todo lo que veía pudiera enriquecerla.
En la estación, las tías movían los brazos para ser descubiertas entre la gente. Habían envejecido desde el último encuentro, una arruga por acá, una cana por allá. Estaban más gordas, cosa que no cambiaba su ánimo ni sus deseos de atenderlas. Se proponían divertirlas y conversar con su hermana menor paseando por calles llenas de hoteles, conventos, capillas e iglesias donde había santos milagrosos. Y claro irían a la catedral.
Contemplarían nuevamente la reja de ángeles y elmagnífico órgano, con sus fuelles, su teclado de varios registros ordena-dos para que durante las misas solemnes los coros y la música treparanhasta las bóvedas, franquearan los portones y retumbaran contra aquellos muros centenarios. Irían también al mercado y al Parián donde laniña encontraría toda clase de baratijas y tableros de ajedrez que traje-ron a cuento recordando que participaba en torneos de su escuela y a lomejor representaría al país en un campeonato internacional. Las propuestas no resultaban novedosas pero a Consuelo le encantaba volver.
Ni su mamá ni sus tías trabajaban de adivinas y jamás mencionaron una dulcería que la embelesaba por su espejo de marco dorado, hecho para un palacio, abarcando la pared entera. Un par de viejitas guardaban polvos de mole rojo y verde sazonados por ellas mismas. Los vendían a clientas favoritas capaces de apreciarlos. La mamá de la niña se contaba entre las agraciadas y siempre llegaban allí antes de regresar al puerto; pero Consuelo propuso que fueran enseguida. Así se encontró ante el mostrador. Sólo el fleco y una parte de su Frente alcanzaban a reflejarse sobre la enorme luna. Sus ojos recorrían cajas con camotes de varios sabores envueltos en papel encerado, galletas de nuez, almendras y manteca con sabor a limón acomodadas en montecitos, diminutos muebles de palo, jarros miniatura que ya nadie compraba convertidos en reliquias y ¡claro, las muñecas con cabeza de cera y cuerpo de trapo! Por algún motivo, Consuelo dejaba a un lado su nintendo tan de moda planeando ves-tir una de esas muñecas que se empolvaban bajo el vidrio y escogía la del peinado con rizos en la coronilla.Las tías guardaban en su caserón cosas viejas. Les costaba desprenderse de los triques. Tenían costales de ropa.
Y Consuelo escogía tercio-pelos, brocados, rasos plateados para coser un vestido dándose vuelo,después de la comida y mientras sus parientes descansaban por tanto caminar. Reproduciría lo mejor posible aquel atuendo de la señora retra-tada entre cojines apoyando su cabeza en una mano y sosteniendo con la otra un libro a medio leer. Su expresión aburrida decía que mataban lashoras; esas horas que a su mamá no le alcanzaban pues el ocio se había fugado sin remedio y las mujeres actuales andaban corriendo de un lado a otro.
Los días volaron y llegaron las despedidas. Luego de besos, abrazos y planes para la próxima reunión. Consuelo guardó en su mochila roja la muñeca vestida como duquesa. El trajecito fue muy celebrado y hasta oyó decir en voz baja que había sacado el buen gusto familiar y parecía niña de otra época. Nunca supieron que cuando pensaba en el futuro imaginaba pasarelas con desfiles de modelos presentando sus diseños. Acababa de terminar unaprimera creación. Pero el destino suele ser cruel y sangriento. Tan pronto legaron a Veracruz la muñeca sudaba, había perdido la nariz y el cabello se derretía enhilos negros escurriéndole sobre lacara con el calor indomable. Sobrevino la tragedia. Ningún poder en el mundo era suficiente para consolar a Consuelo que subía y bajaba las escale-ras, recorría pasillos y cuartos en medio de lágrimas y gritos destemplados. Su madre asustada prometía comprarle otra muñeca,mandarla buscar. Nada. Seguía llorando con- vencida de que la sustituta sufriría la misma desgracia y como si una ilusión se le escapara rum-bo al mar abierto. Pero de pronto, sin causa aparente, su llanto fue iluminado por una idea. Inventaría unantifaz igual a los que usan en los carnavales, se fundiríacon la cera y nunca lograrían despegarlo. Le pondría una plumita que se trajo de un sombrero y a la bisabuela le agregaría otro misterio.




Muros de azogue (1979), El cantar del pecador (1993) y Alta costura (1996, Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí), obras indispensables para la comprensión de la narrativa mexicana del siglo XX.

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