30 septiembre, 2010

Sandra Comino ( Argentina, 1964)

Un cuento para Angie

Angie acompaña a mamá a hacer compras y va sentada en la parte de
atrás del auto con las zapatillas nuevas. Angie no se aburre nunca aunque
este quieta y en silencio. Igual nunca está quieta. Una tarde de verano mamá
Gaby bajó a comprar caramelos y dijo: “Angie no hagas nada que vengo
enseguida”.
Y Angie no hizo nada. Fue el dedo de Angie que bajó el vidrio de la
ventanilla y para ver si era de verdad que lo había bajado, tiró una zapatilla
por allí y después quiso bajar más todavía la ventanilla, para asomarse; pero
como estaba atada no pudo y de repente el dedo se corrió, como por obra
de la magia y el vidrio se subió. Qué trabajo dan los grandes cuando dicen
“vengo enseguida y no vienen”. Angie se durmió y la zapatilla quedó del
otro lado.
Cuando llegaron a casa faltaba una zapatilla. Mamá llamó a la radio
para avisar que si alguien la encontr
A Angie le encantan las tijeras. Y tiene unas que son inquietas como
ella. Todas las cosas se parecen a su dueño o dueña, dice la tía. ¡Aunque
la tía dice cada cosa! Las tijeras de Angie trabajan de cortar cosas que no
se pueden cortar y a Angie ayudarlas le fascina. Fue por eso que un día les
ayudó a las tijeras a cortar el diccionario de la abuela. Y otro día se escondió
atrás del sillón y las tijeras cortaron un poco el pelo. Pero Angie no lo tiró
porque desde que perdió la zapatilla le dijeron que no tirara nada y entonces
se lo dio a la abuela para que lo guardara. Es que las abuelas saben guardar
cosas y sobre todo, secretos. Y dejan subirse a la a la mesada y saltar sobre
la cama.
Un día Angie y Agustina, empezaron a saltar sobre la cama de elástico
de alambre que la abuela tiene desde hace tanto… a las 5 de la tarde empezaron a saltar. Eran las 9 de la noche y seguían saltando. Esa noche Angie se
durmió sin cenar y al día siguiente la vistieron dormida y despertó como a
las 10 en el jardín. Que raro dormirse en la casa de la abuela, soñar que la
metieron en la cama y despertarse en el jardín. Pero Angie escucha a cada
rato que “el mundo está raro”.
Angie una mañana de sol vio al abu Pedro con un bastón revolviendo
el agua al borde de la pileta. Y le preguntó:
— ¿Qué se te cayó?
— Un pañuelo.
— Esperá…
Y Angie se infló bien. Cerró la boca y se tiró en lo hondo mientras
el abu quedó duro del susto y miraba cómo Angie fue por abajo del agua
derechito hasta donde estaba el pañuelo. A Abu le pareció que Angie era una
sirenita… Y ella volvió rápido con el pañuelo recuperado.
Angie juega con los sapos, agarra las vaquitas de San Antonio y no
le tiene miedo a nada. Es que Angie tiene papás que corren carreras de
bicicletas, juegan golf, practican ski, nadan mar adentro y corren como
treinta kilómetros. Angie también necesita correr, treparse, y a los dos años
ya dominaba palitos de golf. Las abuelas de Angie se desesperaron al uní-
sono porque no tenía ollitas, ni planchitas. Entonces la abuela Miri comprjuegos de té y la abuela Tata, planchita. Pero Angie prefiere las raquetas de
tenis, las pelotas de básquet, la soga para saltar.
La tía de Angie le regala libros.
La primera vez que le la tía le trajo un libro, Angie lo tiró. Y a la pobre
Angie la retaron porque los grandes quieren que los chicos reaccionen como
ellos. Y sin querer les enseñan a mentir. ¿Por qué si las pelotas se tiran no se
pueden tirar los libros? se pregunta Angie para adentro. Pero parece que hay
cosas que no se pueden hacer aunque sean divertidas.
Tata dijo ese día, fuerte para que escucharan todos:
— Pero si a Angie le encantan los libritos, ¿no es cierto?
Y Angie se puso a llorar. Y eso que Angie no llora nunca. Ni cuando le
cosieron un dedo que eso sí era para llorar y ella se aguantó. Pero cuando los
grandes quieren que algo les guste a los chicos, insisten.
Con el tiempo, cada vez que Angie veía a la tía con un libro corría con
mamá que era la única que la entendía.
Más tarde, la tía se hacía la que no traía libros y después de darle un
beso a Angie metía la mano en la bolsa, al mismo tiempo que todos entonaban “¿a ver que libro te trajo la tía?”. Y Angie gritaba agarrándose la cabeza:
“no quiedo libo, no quiedo libooooo” y le daban como unos ataques, parecidos a los de la prima Juanita, pero sin temblar. Menos mal que Mamá
la abrazaba y le hacía masajitos en la espalda. Y los masajes de mamá en la
espalda hacen bien al pecho. Y se van las ganas de llorar.
Pero un día, la tía y Angie estaban en la vereda de la casa de Abu y
cuando la tía le dio un libro, Angie lo agarró. Si no fuera porque lo tiró por
los aires, todo habría terminado allí. Tan alto Angie tiró el libro hacia arriba,
que la tío pensó que nunca había visto a nadie tan chico con tanta fuerza.
La tía se quedó mirando lo alto que viajó el libro. Y Angie con un dedo
en la boca miraba a la tía que tenía la boca abierta y la cabeza apuntando
al cielo. Angie miraba a la tía y al libro, al libro y a la tía. Y todos miraban
para arriba. Hasta un señor que pasaba en bicicleta y cuando vio que todos
miraban para arriba él también. Angie vio como la tía se preparaba para
recibir al libro, igualita a mamá cuando jugaba al Voley. - 4 -
S
El libro empezó a bajar abierto y parecía una mariposa con muchas
alitas. Es tan lindo ver volar.
Papá dijo:
— No le regales libros caros si los tira.
Abu Aldo dijo:
— Ojo con los de tapa dura que le puede sacar un ojo a alguien.
Todos acordaban que un libro en manos de Angie podría ser un arma
peligrosa, por no decir mortal.
Cuando la tía lo agarró miró a Angie y las dos se sonrieron.
Angie sabía tirar y la tía atajar. Buen comienzo.
A Angie le empezó a gustar tirar libros. Y a todos atajarlos.
Y el abu Aldo, la abuela Miri, y la abuela Tata, después de atajar, probaron leerle en voz alta a Angie.
Cuando los papás de Angie salen, alguno viene a cuidarla. Y así mientras alguien leía, al principio, Angie corría y a veces para escuchar a algunas
partes se quedaba quieta. Luego aprendió a esperar el final. Y un día escuchó
un cuento entero: Tomasito. ¡Cómo le gustan los cuentos de Tomasito a
Angie!
Y después La princesa Sukimuki.
Ahora Angie es grande, tiene como cuatro años, escucha mirando las
letras y los dibujos y cuando Tata llega le dice ¿“trajite los lente?”, porque
ahora la que quiere tirar los libros por el aire es Tata porque como va y viene
todo el día, trabajando de abuela, está cansada de que Angie sin saludarla
le pida que le “lea”.
Y otro día de pronto, Angie le dice a Tata que se vaya a “hacer las
cosas” que ella le va a contar a Pepita el cuento de la princesa Sukimoto.
Porque ahora Angie conoce las letras. Y Tata que hace las cosas con la oreja
parada, como todas las abuelas, se da cuenta de que Angie se lo sabe todo.
Y rápido lo cuenta.
Cuando Tata va a tender ropa Angie sigue contando y cuando vuelve,
Angie duerme con Pepita en brazos y el librito se convirtió en frazada.




Texto © 2010 Sandra Comino.


Sandra Comino nació en Junín, provincia de Buenos Aires, Argentina. Es escritora, periodista, docente, coordinadora de talleres de escritura y de lectura en voz alta. Forma parte del grupo de autores convocados por el Plan Nacional de Lectura.

Es Miembro de ALIJA (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil Argentina) Sección Nacional de IBBY (International Board On Books For Young People). Entidad en la cual fue miembro además entre 1998 y 2003.

Fue Miembro del Comité Editorial de Revista La Mancha (de 1998 hasta 2006). Colaboró en el suplemento Radar Libros, Página 12, Revista Fadamorgana (Santiago de Compostela) Educación y Bibliotecas y En julio como en enero, La Habana, entre otros Medios.

Algunos de sus libros son Así en la tierra como en el cielo, La enamorada del muro, El pueblo de Mala Muerte, Nadar de pie.

Su novela La Casita Azul, recibió el Premio Iberoamericano de novela, 2001. Cuba, La Habana. Su traducción en inglés The little blue house, Groundwood, Toronto, integra la lista Américas Awards Winners, 2003. University of Wisconsin. Center for Latin American & Caribbean Studies. Milwaukee.

Recibió el Premio “A la Orilla del Viento” del Fondo de Cultura Económica de México. Premio Especial “La Rosa Blanca” a la trayectoria en Promoción de la literatura infantil. Ciudad de La Habana, 19 de octubre de 2001. Premio “Madre Teresa”, 2004, otorgado por la Biblioteca Popular “Madre Teresa”, Virrey del Pino, La Matanza, en el Área de Educación y Cultura y Bibliotecas, por el apoyo en la difusión de La Literatura Infantil y Juvenil y apoyo a Bibliotecas Populares.

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