Elísabet
Celina Noemí Varela recuerda con toda precisión el día en que decidió que se llamaría Elísabet. Tenía once años, hacía calor y estaba de pie junto a la canilla. Incluso recuerda cómo estaba vestida: short floreado, remera blanca, ojotas, una cinta roja en la muñeca derecha y otra más en el tobillo, derecho también, porque la abuela, que por entonces tenía
influencia nada desdeñable sobre Elísabet (Elísabet piensa que en cierto modo no ha dejado nunca de tenerla), consideraba que, dadas las circunstancias especialmente desdichadas como consecuencia de la última y obligada mudanza , el rojo nunca era bastante. También recuerda muy bien el primer día en que dijo llamarse Elísabet, que fue seis años más tarde. Ese día no estaba de short, remera y ojotas, sino con zapatillas, buzo azul y pantalones negros. Negros, largos y de franela, con lo que se deduce que hacía frío.
Elísabet piensa a menudo en ese día, y siempre que piensa en ese día le llama la atención el hecho de que el atuendo hubiese sido ése justamente. Es decir que lo que la sorprende es la contradicción entre el haberse animado a dar ese primer paso y el tener puestos unos pantalones para ella tan odiosos. (...)
Elisabet. Buenos Aires, Mondadori, 1999.
Matias Alcacer http://www.alcacer.com.ar/ |
Celina Noemí Varela recuerda con toda precisión el día en que decidió que se llamaría Elísabet. Tenía once años, hacía calor y estaba de pie junto a la canilla. Incluso recuerda cómo estaba vestida: short floreado, remera blanca, ojotas, una cinta roja en la muñeca derecha y otra más en el tobillo, derecho también, porque la abuela, que por entonces tenía
influencia nada desdeñable sobre Elísabet (Elísabet piensa que en cierto modo no ha dejado nunca de tenerla), consideraba que, dadas las circunstancias especialmente desdichadas como consecuencia de la última y obligada mudanza , el rojo nunca era bastante. También recuerda muy bien el primer día en que dijo llamarse Elísabet, que fue seis años más tarde. Ese día no estaba de short, remera y ojotas, sino con zapatillas, buzo azul y pantalones negros. Negros, largos y de franela, con lo que se deduce que hacía frío.
Elísabet piensa a menudo en ese día, y siempre que piensa en ese día le llama la atención el hecho de que el atuendo hubiese sido ése justamente. Es decir que lo que la sorprende es la contradicción entre el haberse animado a dar ese primer paso y el tener puestos unos pantalones para ella tan odiosos. (...)
Elisabet. Buenos Aires, Mondadori, 1999.
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