12 octubre, 2007

Julieta Pinto (San José,1922 )

"Tres nombres para la ausencia"

El avión se eleva encogiendo prados, ríos, ciudades, hasta dejarlas reducidas a un recuerdo o un sueño. Rolando trata de leer el periódico, pero yo sé que su mente vaga por los sitios abandonados con la figura dorada en todas las imágenes.

Liana apareció al comienzo de la mañana. Su piel traslúcida permitía adivinar la red invisible que sostenía el porte de la cabeza y el gesto voluntario de la boca. En ella estaban sumidas las generaciones que la antecedieron, ritos y creencias de una raza aún fijada en el el Arca de la Alianza, las palabras de Moisés y la exigencia de su alcurnia.

Llegó a nuestra casa en busca de una pintura de mi marido. La había visto en la sala de exposiciones del Museo y quería comprarla. No preguntó precio, ni la posibilidad de adquirirla, tenía la certeza de cumplir con su deseo. Sorprendida escuché la aceptación de Rolando con voz alegre. Me había acostumbrado a las palabras de los últimos meses, duras e inflexibles como latigazos y había olvidado las pronunciadas en un tiempo antiguo, casi perdido en el laberinto de la memoria. La mujer comenzó a hablar y si antes me había parecido la encarnación de alguna diosa, ahora fue la certeza. Nos tenía hechizados con sus movimientos cadenciosos, gestos rituales antiguos unidos a la belleza de la juventud, y palabras pronunciadas en un tono algo gutural que aumentaba el encanto. Hablaba bien el español, no cabía la menor duda, pero la particularidad del acento le concedía una dimensión diferente al alargar las sílabas o quebrar voces.

Atrapado en una atmósfera mágica, donde se conjugaban signos y recuerdos largamente olvidados, con otros de reciente formación, entre en un tiempo sin relojes y la mañana se convirtió en celaje, llegó la noche y su carga de misterio; nos encontramos en una casa desconocida, donde todo desde el umbral con una vid arrollada en los horcones, hasta la puertecilla que comunicaba al jardín, tenían el aire de lo esperado. La comida de platillos ajenos al sabor cotidiano, combinó muy bien con el aire impregnado por el incienso que humeaba en cuencos de metal labrado.

En la madrugada, gotas de luz disiparon la noche; no pude desprender mis ojos de los gestos lentos de mi interlocutora y los torné a mi marido. La posición alerta de su cuerpo, la cara tensa, los ojos brillantes y la boca entreabierta, me hicieron recordar el tiempo ido para siempre en la estela de los días. Mi corazón saltó y escuché con asombro el ritmo que nunca creí renaciera del acervo de escombros acumulados.Una mano leve en mi hombro, mano de hada o de diosa, volvió mi cabeza hacia ella y me invitó a descansar.“Hay una cama tendida en el cuarto de huéspedes, te gustará el lugar”.Caminé en la dirección indicada y caí dormida encima de la cama, sin tiempo de desvestirme. Sueños extraños poblaron mi mente, luchas heroicas entre diosesgriegos. Liana participaba en ellas convertida en walkiria, diosa, bruja, descendiente del desierto o arcángel vengador.Yo en la sombra, en la observación de encuentros dirigidos por un destino ajeno a mi voluntad durmiente.

Me desperté buscando a mi lado la figura de mi marido, pero no había nadie en la cama ni en el cuarto. Salí y escuché risas alegres al otro extremo de la casa. Los encontré desayunando en una pequeña mesa cubierta por un mantel parecido al que mi abuela usaba en los día del almuerzo familiar.(Es del extranjero, nos decía siempre, me lo trajo Juan en uno de sus viajes) .No tuve tiempo de detenerme en el pensamiento que podía solucionar un montón de incógnitassobre aquel país extranjero, porque Liana acercándose a mí me besó efusivamente.“¿Dormiste bien, cariño?”, mientras su brazo en mi cintura me dirigía al lado de Rolando, quien delante de una taza de café y diversa clases de panecillos, comía vorazmente.Continuó sonriendo: “desde que murió mi marido no me acuerdo de haber sido tan feliz”. Su cara irradiaba luz y me sentí contagiada. Lejos habían quedado los despertares angustiantes con la cotidianidad de los días, el mal genio de Rolando, el hastío del desamor y los papeles del divorcio. “Quisiera pintarlas; las dos juntas ofrecen un contraste interesantísimo“, expresó mi marido. Miré el color de mi piel morena del cruce de razas, imaginélos ojos negros tan oscuros que al comienzo del matrimonio Rolando se sumergía en ellos diciéndome que algún día descubriría su misterio. Últimamente habían tomado un color borroso, como de ropa demasiado gastada o enmohecida por falta de uso. Los ojos de Liana eran dorados como su piel y su mano reposaba sobre la mía con la confianza que concede la amistad de muchos años. No intenté retirarla, era natural que así fuera y que su otra mano ciñera la de mi marido.

Tomado de : Relatos de mujeres: antología de narradoras de Costa Rica. San José: Editorial Mujeres, 1996.

Nació en la ciudad de San José en 1922. Cursó estudios primarios en el Colegio Superior de Señoritas, luego ingresó a la Universidad de Costa Rica donde obtuvo la licenciatura en Filología. Viajó a Francia y allí realizó estudios de Sociología de la Literatura.
Fue directora de la Escuela de Literatura y Ciencias del Lenguaje de la Universidad Nacional de Heredia. Asimismo, sirvió en algunos cargos de la administración pública, movida solamente por sus inquietudes sociales, la cual ha incrementado sus experiencias en tal sentido, permitiéndole conocer mucho más a fondo muchas de las angustias y necesidades de los sectores campesinos y urbanos relegados siempre por los grupos detentadores de los poderes políticos y económicos.
Pero a esos intereses por los problemas de orden social, se aúna su preocupación por asimilar a las nuevas técnicas formales de la narrativa actual, cuyo proceso de ruptura con las formas tradicionales es evidente su obra.
Ha colaborado publicando poesía, cuento, ensayo, en gran cantidad de revistas y diarios tanto nacionales como del extranjeros, entre los más destacados "La Nación"; "La República", suplemento "Áncora"; "La Prensa Libre"; "Revista de Cultura"; "Contrapunto"; "Kañina", y muchas otras más. Su prosa se ha integrado ha diferentes antologías tanto dentro como fuera del país.
Cuentos de la tierra, 1963, Si se oyera el silencio, 1967, La estación que sigue al verano, 1969, Los marginados, 1970, A la vuelta de la esquina, 1975, El sermón de lo cotidiano, 1977, David, 1979, El eco de los pasos, 1979, Abrir los ojos, 1982, La lagartija de la panza color musgo, 1986, Entre el sol y la neblina, 1987, Historias de Navidad, 1988, Tierra de espejismo, 1993, El despertar de Lázaro, 1994, El lenguaje de la lluvia, 2001, El niño que vivía en dos casas, 2002.

1 comentario:

Migdalia B. Mansilla R. dijo...

¡Cuán hermoso resulta conocer tanta autora maravillosa!

Es un placer el visitar todos los espacios que nos brinda, una boca en este mundo...


Un abrazo y toda mi querencia.

Migdalia

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