22 febrero, 2007

MARTA LYNCH (Argentina, 1925-1985)



No te duermas, no me dejes.

Que la pequeña muerte no venga a sobornarnos. Que no quede pendiente de mi angustiosa desazón, sola, frente al oscuro roble y a los hilos telefónicos que se mueven bajo el impulso del viento de un verano. Este es un verano más. No me des la oportunidad de pensar que será el último. Ha sido hermoso vivir la vida juntos y me desgarro pensando en que llegará un tiempo en el que alguno de los dos se irá. La vida debería durar trescientos años, y aún así, pasados los trescientos, te estaría reclamando por una eternidad en la que vos y yo fueramos los mismos. Llámalo amor. Llamémosle matrimonio. Llamemos en auxilio de ambos esa fortaleza mental que libra de la nostalgia y de la melancolía. Quererse de esta manera es un hecho antinatural. Es contra natura oponer lo persistente, lo que dura, lo que permanece, a la fatal finitud.
Uno de los dos o los dos estamos errados, amor mío. Uno de los dos debe desprender sus dedos de los dedos del otro. Pero no hoy. Todavía no. Demos otra vuelta de tuerca a la historia que nos ocupó la vida. No me dejes caer de esta mutua compañía que nos hace bien y nos gratifica. Ahuyentá el sueño que viene hacia vos como un viento bendito.
No te duermas, no me dejes.
Recuperemos la luminosidad celeste, ahora que algunos creen vernos viejos y que estamos tan jóvenes como para continuar con la aventura de modo que hasta el sueño en que caemos juntos nos reúna. Espero - oíme- que de este modo amable nos sorprenda el otro largo sueño.

fragmento de "Rendición de cuentas" 

una entrevista a M.L.
http://www.bernardoneustadt.org/contenido_124.htm

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