16 enero, 2007

Marilyn Bobes (La Habana, 1955)

Pregúntaselo a Dios

Si quieres conocer, mujer perjura,

los tormentos que tu infamia me causó,

eleva el pensamiento a las alturas

y allá en el cielo pregúntaselo a Dios.
(Canción cubana)

Iluminada Peña conoció a Jacques Dupuis una noche de decepciones en el Malecón de La Habana. Tenía los ojos llorosos y el maquillaje corrido y llevaba un vestido de lycra muy descubierto en la espalda. Era un vestido especial: el color amarillo resaltaba los tonos rojizos de su piel y el cabello negrísimo ensortijado; lo ceñido de la tela dejaba adivinar el torso esbelto, las caderas macizas y las extremidades largas y bien torneadas. A pesar de todo lo que su abuela pagó por aquella prenda a un traficante, tampoco esta vez el Bebo se había mostrado dispuesto a aceptar a Iluminada como pareja fija en el bailable de La Tropical.

Yanai, llevo cuatros días en Tulús y te extraño más de lo que podía imaginarme. Esto es muy bonito pero me aburro, sí, me aburro mucho. El fin de semana Jacques me llevó a una iglesia a oír música de muertos y allí me quedé dormida. Después fuimos a almorzar pero el restaurante no tenía techo y por poco me congelo. Dice Jacques que si siento frío ahora, que es verano, no sabe qué será de mí cuando llegue el invierno. Ayer conocí a Nadín, la que era mujer de Jacques. Fuimos a comer con ella y con el nuevo marido que tiene. Para Jacques no hay nada de malo en ser amigo de esa mujer que le pegó los tarros. Incluso trata a ese Fransuá como si nada, y eso que fue con él que ella lo traicionó. Si mi mamá se entera diría que todos los franceses son unos depravados. Así que mejor ni se lo cuentes. Ni eso, ni las otras cosas malas que yo te diga en mis cartas. En la famosa cena traté de hablar en francés, pero no supe. Me dieron tan poquita comida que me quedé con hambre. Yo pedí una cerveza, para acompañar, porque el vino de aquí me da dolor de estómago y una pesadez muy extraña, pero Nadín dijo que la bier (la cerveza) era un hábito de alemanes muy mal elevé. Yo sé que mal elevé quiere decir maleducada aunque ella habló de los alemanes, me pareció que lo dijo por mí, por eso la miré atravesado. Enseguida Jacques me puso la mano en el muslo, como asustado de que yo me hubiera puesta brava.

Jacques Dupuis se acercó discretamente al muro y, después de contemplar un rato el mar, preguntó a Iluminada Peña por el Castillo de los Tgres Greyes del Mogrro. Ella había vacilado antes de contestarle: no le gustaba aquel asunto de los extranjeros y mucho menos después de la horrible experiencia de la Marina Hemingway.

Esta mañana, por culpa mía, se rompió una jarra de porcelana. A Madame Dupuis le dio un ataque de histeria y después de hablar en ese francés que quién le entiende, se encerró a llorar en su cuarto. Jacques se pasó la tarde tratando de pegar los pedazos y me regañó porque dice que yo bajo la escalera con mucha brusquedad. Esta noche vi a Lady Diana por televisión. Tú sabes bien lo que dicen de ella las revistas pero, la muy mosquita muerta se las da de señora decente y camina como si pisara huevos, te lo juro. Madame Dupuis se viró para donde yo estaba y me dijo con su carita de huelepeos: Tu regar? Se con sa. Por poco la mando para el carajo. Para colmo, he estado soñando con Bebo. No se por qué se me aparece, si yo vivo en Francia, Jacques es mi esposo y es muy bueno. Su único defecto es que se deja dominar por la madre. Pero mi abuela y mi mamá, que son las personas que más me quieren en el mundo, dicen que yo elegí bien. Y yo creo que es verdad.

Antes de conocer a Jacques Dupuis y aceptar su invitación y sus primeras caricias, Iluminada Peña había tenido una sola aventura con extranjeros. Fue un día en que el Bebo la dejó plantada en medio de un apagón. Carcomida por el aburrimiento, a la luz de un quinqué, escuchaba a su madre y a su abuela quejarse de la falta de comida, cuando llegó la invitación de Yanai. Su amiga vino con dos españoles en un Toyota rentado que los llevó hasta Marina Hemingway. Iluminada se enteró entonces de que en ese atracadero de yates, al oeste de La Habana un viejo escritor americano había pescado agujas en los años cincuenta. Hemingway, sí. Iluminada había leído un fragmento de El Viejo y el Mar en el segundo año de Pre, antes de cansarse de tanto libro. Pero ahora la Marina Hemingway era un lugar lleno de hoteles, discotecas y tiendas para el turismo.
Los gallegos, como decía Yanai, eran dos cincuentones jadeantes que hablaban a gritos, colorados por el ron y el sol de la playa. Iluminada se sintió mal desde el principio, y al filo de las once de la noche, cansada de esquivar el bulto de una barriga lujuriosa que le prometía cremas para la piel y jabones de baño a cambio de unas horas de felicidad, decidió fingir un dolor de muelas y dejar a Yanai todo el botín. Volvió sola al apartamentico de Neptuno y Espada. Una muchedumbre celebraba en aquel momento, con silbidos y aplausos, la restitución de la luz. Se sintió satisfecha porque alcanzó a ver las escenas finales de la película del sábado: allí donde Glenn Close, en una resurrección digna de Cristo, salía sorpresivamente de la bañadera, cuchillo en mano, dispuesta a defender su felicidad.

Ayer recibí tu carta y me dio mucha alegría, pero también tristeza. Sobre lo que me pides de tener paciencia con la madre de Jacques, tú no la conoces. Esa vieja es tremenda falta de respeto, Yanai. Como ha visto que sólo me pongo la ropa que Jacques me compró en La Habana y no los vejestorios que ella metió en el escaparate, hoy se me apareció con un paquete. Vualá, me dijo, ce purtúa pásque tu te aville comin clochard. Clochard (lo busque en el diccionario) quiere decir vagabundo. Habráse visto, la muy atrevida. No me pude aguantar, agarré un pedazo de papel y escribí siete veces Adele Dupuis, Adele Dupuis, Adele Dupuis, Adele Dupuis, Adele Dupuis, Adele Dupuis y Adele Dupuis y lo metí en el congelador. Para que no joda más. Si puedes, pregúntale a mi madrina Clarita qué otra cosa podríamos hacer para neutralizarla. (...)

Jacques Dupuis e Iluminada Peña hicieron el amor por primera vez en una esplendorosa suite del Hotel Nacional. Para ella fue lindo, quizás no tan bueno como con Bebo, pero más delicado. Aunque él terminó rápido, la abrazó largamente y la tuvo mucho rato pegada a su cuerpo. Con el tiempo Iluminada aprendería que eso se llama tendresse. Era lo que más le gustaba a Jacques: la tendresse.
El domingo antes de su partida, le pidió que se casara con él. Reposaban bajo una sombrilla playera, después de un suculento almuerzo en las arenas finas de Varadero. Iluminada lo llevó a conocer a su familia y, conmovido por las carencias de todo tipo que descubrió en aquella casa, Jacques se apresuró a proveerla de cuanto estuvo a su alcance.
En el avión de regreso a Toulouse, Jacques no dejó de palpar ni un momento en su desmedrada billetera el saldo de aquellas decisivas vacaciones, una escueta factura en la que podía leerse: Recibí de Jacques Dupuis la cantidad de setecientos veinte dólares por concepto de matrimonio y protocolarización. La Habana, 28 de diciembre de 1991.

Mi amiga hice todo lo que me mandó a decir Clarita y ya se ven los resultados. Me di los baños con azucena y tiré los huevos en la puerta por donde la vieja tenía que atravesar. Ella estaba muy preocupada pensando quién podría haber hecho esa cochinerí, pero como no sabe nada de santos, ni por la mente le pasa que fui yo. Últimamente paso mucho tiempo sola con Madame Dupuis. Jacques viaja mucho. Tú sabes que él representa a esa agencia que lleva turistas para Cuba y no siempre lo puedo acompañar. En el fondo me alegro porque cada vez que voy a esas comidas de negocios me siento como un elefante en una cristalería, paso muchos aprietos con los cubiertos y la finura de esos franceses. Siempre, después de esas comidas, Jacques acaba poniéndose bravo. Así que es mejor que yo no vaya más. Además él quiere que yo baje de peso. Siempre había creído que le gustaba como era, tú sabes que eso se siente en la cama pero después, cuando vamos a alguna parte y veo a esas francesas flacas como palos de escoba, me doy cuenta de que a él le da pena que yo llame tanto la atención. Ahora, la noticia: en diciembre iremos a Cuba. Eso es algo que no me deja dormir. A veces hasta sueño que Jacques y yo nos vamos a vivir allá. El otro día lo insinué. Pensé que le gustaría, pero tú sabes que él es revolucionario con esa revolución que hubo en el sesenta y ocho. Pero qué va: nada más hablarle de irnos a vivir a Cuba, puso una cara de espanto que me dejó helada. (...)

Iluminada Dupuis está otra vez en el Malecón de La Habana y tiene de nuevo los ojos llorosos y lleva un vestido de flores con mangas de terciopelo y flecos en el escote sobre una falda negra, larga y evasé. A su lado, Yanai que también llora y ríe y celebra aquella ropa elegante y el nuevo peinado de Iluminada, estás bellísima, tú sí eres una reina y tienes al francés en un puño, loco por ti, tuyo, de más nadie, eso se nota, mi amiga, qué suerte has tenido, qué suerte. Iluminada Dupuis sonríe con una tristeza incomprensible. Yanai, al menos, no la entiende, y se esmera colocando un pañuelo sobre el cemento húmedo para que su amiga no estropee el vestido, ese vestido tan lindo, tan elegante, mientras Iluminada recorre con los ojos el barrio en tinieblas y se entera de que el Bebo está preso, lo cogieron robándose el algodón de un hospital. Otras muchachas hacen señas a los automóviles de los turistas, y a Iluminada se le hace un nudo en la garganta cuando Yanai le cuenta que el gallego no ha vuelto, me mandó una postal y veinte dólares como regalo de navidad, imagínate, veinte dólares, e Iluminada llora sin saber si lo hace por su amiga o por el Bebo o por su abuela o por su madre o por la habitación que han dejado vacía y que ahora alquilan esporádicamente a los amigos extranjeros de Yanai.

Yanai: salgo para La Habana el martes. Mi amiga, es mi vida, y he sentido algo así, un brinco en el pecho, unos deseos de ver a mi gente. Ay Dios mío, Yanai, no se explicarte. A ti te llevo una blusa que te va a encantar. Cómo te quiero, Yanai, como los quiero a todos.

Iluminada se vuelve a contemplar La Habana. La espuma de una ola la salpica y un resplandor que proviene del Morro inunda su cuerpo de una ruda claridad. Frente a ella se extiende el mar oscuro. Iluminada lo mira en silencio, desde la ciudad también oscura. A unos metros del muro, abrazados y tambaleándose, dos borrachos cantan y llenan de reproches a una mujer perjura y la invitan a un viaje imposible, hasta el mismo cielo. Pregúntaselo a Dios, pregúntaselo a Dios, repiten las voces temblonas de los borrachos. Yanai los mira y hace un guiño. Iluminada se estremece. Me voy mañana, anuncia con voz neutra, y su amiga se le cuelga del cuello e Iluminada siente su olor a perfume barato y sufre también por ese olor que ya no le pertenece.


Marilyn Bobes (1955) Nació en La Habana. Ha publicado los libros de poemas : "La aguja en el pajar" (1979), premio David de Poesía en su país, y "Hallar el modo" (1989).
Bobes, quien es graduada de Historia por la Universidad de La Habana y ejerció como periodista en sus primeros años de vida profesional, obtuvo su primer reconocimiento literario en 1979 con el premio David a su cuaderno de poesía Una aguja en el pajar. A partir de ahí su carrera literaria toma impulso y vuelve a coronarse cuando en 1995 obtiene el Premio Casa por su libro de cuentos Alguien tiene que llorar.
Obtuvo su segundo Premio Casa por su novela Fiebre invernal. Los narradores Santiago Gamboa (Colombia), Liliana Heker (Argentina), Hernán Rivera Letelier (Chile) Ana Cristina Rossi (Costa Rica) y Eliseo Altunaga (Cuba) consideraron que se trata de "una novela de escritura tersa que bajo su aparente sencillez esconde una notable complejidad textual. Valiéndose del mundo fabular cubano logra una indudable contemporaneidad y un universo crítico e inquietante. La novela no sólo bucea en la situación cubana sino que también es una indagación sobre el poder de las palabras."
Para leer entrevista a la autora:

2 comentarios:

Anónimo dijo...

re bueno el relato, genial peligrosas palabras

julián

Anónimo dijo...

muy interesante propuesta, y los cuentos y autoras de buena pluma.

salud a ustedes, Nerina

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