27 enero, 2007

Lucía Scosceria - Paraguay -

Ella prefería la oscuridad
Un pasillo de dos metros llevaba al dormitorio. Ahí es donde me colocó él. ¿Qué quién es él? El dueño de la alcoba. Y de la casa, supongo. Al menos, es quien paga las cuentas. Yo no salgo nunca, por eso me entero de muchas cosas. Oí que siempre está leyendo o escribiendo algo. Aquí mira televisión antes de acostarse, lee algún libro y desfilan mujeres.
De todo tipo. En cinco años vi pasar a muchas. Al principio venía una muy seguido. Parecía que iba a quedarse. Claro que también venían otras. Creo que se enteró de ello y lo dejó. Sí, recuerdo la escena.
Él dijo que no le gustaba que le preguntasen cosas y que lo debía aceptar como era. Ella dijo que no podía. Lloró, pero él no dijo nada. Esperó que se calmara, se vistió y desaparecieron por la puerta. Nunca más la vi. Fue una lástima, porque me caía simpática. Todavía tengo en la mente la primera vez que vino.
Fue unos meses después del verano.
Entraron abrazados al cuarto y antes de llegar a la cama ya estaban desnudos. No me miraron, pero yo los veía, porque las luces estaban encendidas. Quedaban hasta el otro día, durmiendo y haciendo el amor. Hasta que lentamente se apagó la pasión. Y vinieron otras mujeres y ella reclamó. Y con el reclamo la ruptura.
A veces aparecían algunas que no quedaban ni una hora. O él no tenía humor o ellas querían otra cosa.
Por las mañanas entraba el sol por los ventanales. Cuando estaban abiertos de par en par yo me emborrachaba con sus rayos.
Hasta esa noche en que vino una nueva. No era muy joven. No era fea, pero tampoco linda. Podría decir que era atractiva.
Él dijo que verían televisión, ella parecía cortada, porque sillas no había, así que tuvo que sentarse a su lado, en la cama. Y ese era su terreno favorito. De él, desde luego. Al rato, de la película no vieron nada. El título, tal vez. Recuerdo que suspiraban y reían mucho. Ella parecía muy feliz. Cuando él iba al baño, que queda aquí mismo, a mi derecha, ella se miraba coqueta en mí y arreglaba sus largos cabellos con los dedos. A veces los ataba, otras, los dejaba sueltos formando una corona en la almohada.
Vino seguido. La reconocía por su perfume, antes que entrase furtivamente donde yo estaba y cruzase frente a mí. Reía en la oscuridad entre murmullos y susurros. Había ocasiones en que parecía triste. Me pregunté por qué tanta tristeza y melancolía. La llamé "La triste", no sabía bien por qué. Quizás porque yo en el fondo también lo fuese. Porque estaba cansado de reflejar lo que la gente ponía frente a mí. O renegaba de mi condición de ser inerte, de no poder mirar al sol o a la luna cuando magnánima en el cielo lo iluminaba todo, y debía conformarme con algún débil rayo que se filtraba por las rendijas de las persianas. No sé si fue la mirada que me regaló, algo salvaje y sensible al mismo tiempo, o el amor y el fuego que se desprendían de ella lo que me atrajo desde la primera vez que la vi.
Él no la amaba, como no amaba a ninguna de las muchas mujeres que venían aquí.. Para él, no eran nada. Objetos misteriosos que una vez conocidos pasaban al rincón de los recuerdos. El celular sonaba constantemente. Si la "nueva" era importante, lo apagaba, de lo contrario, lo dejaba prendido y lo atendía sin problemas frente a ella.
Algunas se hartaron, otras no. Él debía tener un encanto que nunca pude descubrir. Tal vez algo en su voz, o en sus gestos.
Ella prefería la oscuridad. Entonces me privaba del placer de mirarla. Yo la esperaba. Siempre llegaba en horas de la madrugada. Entonces no dormía mi sueño de ser sin alma. Me contentaba con saber que estaba ahí, a mi lado. Aunque no pudiera tocarla, aunque ella no me mirase hasta la aurora, en que la luz sería mi cómplice y posaría sobre mí sus grandes ojos rasgados.
Casi no hablaban. Ella lo besaba. Lo acariciaba, le susurraba frases a los oídos y murmuraba palabras ininteligibles llenas de pasión. Me encantaba oír su risa apagada, sus jadeos entrecortados pronunciando su nombre en la noche oscura. Yo soñaba, que ella me amaba y estaba con ellos en el lecho. Su sensualidad me alcanzaba y sentía empañarse de sudor todo mi ser. ¿Cuánto tiempo estaban así? No puedo decirlo. Una hora. Dos. Tal vez más. Cuando se calmaban, podía verla de espaldas, con la luz del televisor encendido, proyectando una absurda sombra sobre las sábanas mientras él daba una ojeada al noticiero nocturno. Después sólo había oscuridad. Ya no podía ver, sólo oír. Se iban al amanecer. Y yo la extrañaba.
Él trajo a otras mujeres, pero yo, fiel a "La triste" les devolvía una imagen distorsionada de lo que eran. A las delgadas, las engañaba y las mostraba más flacas de lo que eran, y a las gordas más obesas. Hasta que una noche ella volvió.
Había pasado más de una luna en volver. Sí, porque estaba llena, como entonces. Sentí palpitar mis moléculas y sólo deseaba que me mirase para estremecerme de placer con su mirada.
Ella lo besó y él la rechazó. El celular sonó y contestó con voz dulce a otra mujer. ¡Cómo lo odié! Sabía que "La triste" se pondría más melancólica ahora. Él dijo que era una amiga, o algo así. Ella no dijo nada, quedó silenciosa al lado de los cristales bañados por la luna, que dejaban sus rasgos y sus largos cabellos entre sombras.
Preguntó tímidamente:
-¿Ya no me quieres, verdad?
Él sólo rió por lo bajo y dijo que no se complicara la vida con preguntas.
-¿Me quisiste alguna vez?-
Una carcajada fue la respuesta.
Ella insistió. Él, con un tono lleno de cansancio y fastidio dijo que si seguía haciendo preguntas idiotas la llevaría a su casa.
Ella tomó su cartera y dijo:
-Vamos.
Se dirigió hacia el pasillo, pero inesperadamente giró sobre sus pies y se quedó mirándolo. Parecía abatida. Su tristeza penetró por ósmosis en mí. Con parsimonia, abrió su cartera y sacó un pequeño revólver. Casi sin apuntar, disparó sin pestañear.
Él cayó al suelo con un gemido ahogado.
Aterrado, fui testigo de todo. Estaban tan cerca de mí pero tan lejos al mismo tiempo. Lo abrazó con lágrimas en las mejillas. La sangre se pegó dramáticamente a su rostro y a su cuerpo. Le cerró los ojos y se los besó. Quedó quieta unos instantes. Los suficientes para que yo supiese lo que haría. No pude hacer nada para impedírselo. Oí el disparo y sentí roto mi cuerpo. La bala que se disparó en la cabeza también me había alcanzado.
Su gemido, casi inaudible, se perdió en el tintineo de mis pedazos rotos.
Los tres estaríamos de nuevo juntos. En un lugar oscuro. Muy oscuro. Por lo menos estaría contenta, porque ella prefería la oscuridad.


Lucía Scosceria, nació en Italia, pero desde pequeña vivió en Paraguay donde realizó sus estudios primarios, secundarios y universitarios. Es maestra, Licenciada en Pedagogía y Filosofía y Abogada. Creó la revista deportiva "Orión" en su ciudad, Encarnación, donde sigue residiendo.
En setiembre de 1993 publica su primer novela en Ediciones Von Bargen, Asunción, Paraguay; al año siguiente la novela Amelia, Editorial El Mercurio; en 1996 la colección de cuentos Para contar en días de lluvia. De ella dice el escritor y dramaturgo paraguayo Mario Halley Mora: "Este libro contiene relatos fluidos, que hacen de su lectura un placer, tanto por el manejo esquemáticamente agradable del relato, como por la logicidad del argumento de cada cuento -aunque rocen con lo sobrenatural- y la maestría de los diálogos". En 1998, la misma editorial publica Decisiones, colección de cuentos. Gabino Ruíz Díaz Torales, Rudy Torga, Director del departamento de Cultura Popular de Paraguay, dice: "El más firme testimonio de la literatura de Encarnación en nuestros días". Y en el año 2000 edita Sobredosis de cuentos.

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