06 octubre, 2014

ANA PAULA MAIA (Brasil, 1977)



C  A  R  B  Ó  N    A  N  I  M  A  l
El fuego se multiplica siempre en fuego, y lo que lo mantiene vivo es el oxígeno, lo mismo que mantiene vivo al hombre. Sin oxígeno el fuego se extingue, y el hombre también. Así como el hombre, el fuego necesita alimentarse para permanecer ardiendo. Vorazmente devora todo alrededor. Si el hombre es sofocado, muere porque no puede respirar. La llama, si es apagada, muere también.
[…]
Las llamas se mantienen encendidas mientras queman un pedazo de madera, un colhón, cortinas, entre otros productos inflamables. Incluso, los seres humanos son un producto inflamable que mantiene al fuego crepitando por mucho tiempo. Ambos sobreviven de lo mismo, y, cuando se encuentran, quieren destruírse uno al otro; consumirse uno al otro. El hombre descubrió el fuego y desde entonces pasó a dominarlo. Pero el fuego nunca se dejó dominar.
[…]
El planeta es mensurable y transitorio. Así como el espacio para almacenar basura está acabándose, para inhumar los cadáveres también. De aquí a algunas décadas o unos cien años habrá más cuerpos debajo de la tierra que encima de ella. Estaremos pisando nuestros antepasados, vecinos, parientes y enemigos, como pisamos césped seco, sin importarnos. El suelo y el agua estarán contaminados por  necro cromo, un líquido que sale de los cuerpos en descomposición y que posee sustancias tóxicas. La muerte todavía puede generar muerte. Ella se esparce hasta cuando no es percibida.
[…]
Abalurdes es una ciudad clavada en un peñasco. El río está muerto y refleja el color del sol. No hay peces y las aguas están contaminadas. El cielo, incluso cuando es azul, se carboniza cuando cae la tarde. Una región cenagosa y helada los días de frío. En las áreas más alejadas todavía existen casas de albañilería, que son simples y descoloridas. La pavimentación es precaria en algunas partes aisladas de la ciudad, con resquicios de antiguo asfalto. La ruta principal está mal iluminada, sin señalización y con curvas pronunciadas que bordean largos despeñaderos.
Abalurdes es una región carbonífera. Funciona un ferrocarril que transporta el carbón mineral explotado en el territorio. El tiempo de explotación ya dura cincuenta años; el tiempo en que las miles de toneladas de carbón mineral siguen siendo extraídas.
Los hombres que viven en la región vuelven de las minas irreconocibles, revestidos de un hollín denso. Por todo el lugar la fina capa de de cenizas cubre las superficies. La otra parte de los trabajadores vive en alojamientos cercanos a las minas.
[…]
La oscuridad de una mina es húmeda, con constantes ruidos de goteras, inminencia de desmoronamiento y un aire muy pesado. Es una oscuridad que comprime los sentidos. Que dificulta la respiración. Poco a poco esos hombres se vuelven parte de ella; cubiertos por las sombras tóxicas del aire contaminado. Cuando está fuera de la mina, a Edgar Wilson le gusta prender un cigarrillo. Se acostumbró al sabor del hollín, a lo quemado, al fuego.  Con los hombres del alojamiento aprendió a fumar. Sin embargo, algunos hombres fuman dentro de la mina. Es imposible controlarlos a todos. Es difícil tratar con peones. Son hombres brutos, de índole primaria y reacios a la obediencia. Lidiar con peones es como apacentar burros en el desierto. El lugar de una mina de carbón es una especie de desierto. Aislado, sofocante, mucho polvo, e, incluso con tantos trabajadores, existe la soledad. La inmensidad de las extensas proporciones de tierras alrededor puede aplastar la condición humana que existe hasta en el más bruto de los hombres. Los burros son animales difíciles de dominar. Indomables, intentan derribar a quien se monte en ellos; y cuando lo derriban, lo pisotean y encima buscan morderlo. Son bestias en muchos sentidos, esos hombres y los burros.
Luego de tres horas escavando una pared de carbón incesantemente, Edgar Wilson para por poco tiempo para beber agua. El trabajo de los hombres de esa galería ya rindió dos vagones de carbón que son empujados sobre vías por dos hombres responsables por esta tarea. El sonido de los mazazos perforando el carbón es interminable. Todas las noches, cuando todo alrededor hace silencio, él puede oírlas. Edgar Wilson tiene una sensación eternizada por algunos escasos segundos. Es un extraño presentimiento el que lo hace mirar hacia atrás, encima del hombro. Una suave corriente de aire pasa por su espalda, muy suave, pero perceptible para sus sentidos aguzados. Las sombras se hacen todavía mas densas. Cuando se escava el carbón mineral, puede liberarse gas grisu, que es inodoro y formado por gas metano. Al ser inhalado no causa mareo ni otro síntoma, pero es de fácil combustión cuando se acumula en grandes cantidades. Una simple chispa de una lámpara sirve de mecha para la explosión. Los extractores que están dentro de la mina estuvieron apagados por dos días por la escasez de energía eléctrica y volverían a funcionar al fin de la tarde. Fue una ráfaga de viento que arrojó a los hombres a distancias de diez o doce metros y los apuntalamientos comenzaron a desmoronarse. El gas en combustión quema y provoca la muerte por sofocamiento, además de ser venenoso. Edgar Wilson abre los ojos, pero está ciego debido a la extrema oscuridad. Su linterna despareció cuando fue arrojada hacia las profundidades de la Tierra como un habitante de las fallas subterráneas. Sin vestigio mínimo de la luz, se levanta del charco de agua y lodo hacia donde fue lanzado. Haber caído en un charco de esos evitó que se quemara. Él sólo oye gritos de socorro, gemidos sofocados y se aterra por primera vez en toda su vida. Trata de guiarse por el sonido de las goteras. El humo es tan pesado y sólido como un muro de cemento. Se quita la camisa, la moja en el charco y la pone contra su cara en una especie de filtro para poder respirar.
Es imposible pensar en buscar a alguien en esas circunstancias, él necesita salir para volver y buscar a los demás. Piensa en todos los hombres que están allí abajo, que trabajaban como él. Balbucea una oración aferrado a una medalla en el cuello. Rompe la nube de humo mientras avanza contra ella y su esfuerzo hace que la atraviese impetuoso. La respiración parece extinguirse y la cabeza le late. Edgar avanza y siente el pecho dolorido, pesado, las piernas torpes. Sigue orando por el camino tenebroso y tocando los apuntalamientos destruídos. Camina ciego sin saber dónde queda la entrada del túnel. En la entrada principal, a la espera de socorro, hay otros hombres. Ellos se recogen en el suelo aterrados y solamente aguardan. Edgar Wilson cierra los ojos y piensa en el cielo azul. Si muriera, moriría con este recuerdo. Si saliera de allí, nunca más invadiría las entrañas de la Tierra y trabajaría bajo el sol todos los días. Nunca más se ausentaría de él.

de Carvão animal, (Editora Record,2009)

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