Trasplantada
Quiebro mi primer huevo. Cae en la cacerola y chisporrotea la mantequilla. La cafetera humeando y Julio listo para ir al trabajo.
—Está bonita la vista, ¿verdad? Los arboles y allá, lejos, la ciudad.
Nos despedimos con un beso. Desde el corredor veo cuando su carro se pierde en la primera curva de la carretera.
“Diseña mi casa”, así me había declarado su amor. Todavía no terminaba mi carrera de arquitectura y ya tenía un proyecto en mis manos. Al graduarme el techo ya encerraba los muros y el bosque la casa. La fecha del matrimonio se coordinó con la entrega de la obra.
Termino de lavar los pocillos, tomo la escoba y comienzo a barrer esas esquinas que yo misma había dibujado. Me detengo frente a la ventana del bosque; a través de las hojas se perfila un día brillante. Vuelvo la mirada y veo mis líneas de tinta negra hechas muros. Limpio del mantel unas migas de pan y descubro una hormiga que se prende obstinada a un cristal de azúcar. La tomo con cuidado, abro la ventana de la cocina y la saco afuera. Respiro el aire fresco y pienso en los trazos de lápiz que fueron dibujando cada espacio, en las escuadras que confinaron los cuartos. Sigo con las tareas. Recojo mi zapato y encuentro el compañero junto a la cama. Sonrío. Aliso sábanas y cobijas y tiendo el edredón.
Algunos dijeron, cuando me felicitaron en la iglesia, “que suerte tienes al diseñar tu propia casa”. Y me sonó raro.
Dejo que la mañana se escurra. Después de almuerzo, cuando el sopor cede, tomo un libro, salgo al corredor y me acomodo en el puf, de espaldas a la casa. El sol se filtra por las ramas dibujando tibios arabescos en el suelo. Miro el índice y elijo el cuento más corto. Leo las primeras líneas, pero un Cucarachero da salticos en las baldosas. Me canta. Lo sigo con la mirada. Me arrellano de nuevo y retomo la lectura desde el principio. Atrás del libro un pájaro grande vuela de una rama a otra. Escudriño la silueta y descubro que es una Soledad. La delata el movimiento pendular, casi hipnótico, de su cola. La saludo imitándola con la mano, pero el Cucarachero se asusta remontándose al techo. Vuelvo a la lectura. Un hombre lee una novela. Esta sentado en un sillón de terciopelo verde. Suena el celular y corro a contestarlo.
—Hola, amor... Sí, estoy bien. Ya limpié la casa y ahora estoy leyendo... Te quiero.
Mi beso también se queda sin respuesta. El sol se ha ido y la temperatura comienza a bajar. Dejo el teléfono sobre la mesita de la entrada. Vuelvo al hoyo de mi cuerpo en el puf y me hundo en él. Busco el doblez de la hoja en el libro. La atmósfera se torna densa. De nuevo intento que la ilusión me gane, que el bosque desaparezca; desgajarme línea a línea en la lectura. Un perro ladra lejos. Presiento las nubes mullidas en las copas de los árboles, oigo un murmullo vibrante de lluvia seca, un crujir rasgado de papel mantequilla. El libro cae a mi regazo.
Extrañada, descubro un ratoncito contorsionándose en la última baldosa, allá, en el límite del bosque. Mientras lo observo una sombra rastrera cruza el camino empedrado, la busco, pero no la puedo identificar. Vuelvo los ojos a la terraza y el ratón ha desaparecido. Entre las hojas salta un grillo. Está apurado. Huye. Todo es tan raro... mi atención se colma de algo etéreo; un olor amargo, el peso de las nubes en los árboles, la penumbra del frío, el ruido tostado de las hojas secas. Aparto el libro y enderezo la espalda.
Una explosión de grillos, arañas y escarabajos histéricos, a zancadas, avanzan entre la hojarasca. Me pongo de pie. Es tan misterioso, tan inminente, tan real... Vuelvo la mirada al fondo y en las baldosas veo un hilo de hormigas. Le sigo el rastro. La madeja crece y se teje con otras hebras que comienzan a serpentear frente a mis ojos. Líneas y líneas ondulan pintando la terraza de negro. Una legión. Una ruidosa ronda de hormigas viene marchando hacia la casa. Regreso adentro y cierro la puerta. Atrincherada en la ventana veo cómo el corredor se inunda, los muros se oscurecen y la marea se filtra amarga bajo la puerta. Empujo el tapete pero las fisuras se convierten en exclusas. El libro, el puf, el teléfono, mis zapatos; todo es colonia de hormigas negras.
Retrocedo a la cocina, trepo al mesón y arrinconada, por la ventana, dejo tu casa.
de Arma de casa.(Sílaba Editores, Colección Mil y una sílabas, Medellín,2011)
Ana María Cadavid Moreno es arquitecta y ama de casa. Sus cuentos se han publicado en diversas antologías y revistas. En 2006 fue ganadora del concurso “Las 700 del ego” de la revista El Malpensante. Su cuento infantil “Bitácora de luna”, con sus propias ilustraciones, fue publicado en 2004.
Quiebro mi primer huevo. Cae en la cacerola y chisporrotea la mantequilla. La cafetera humeando y Julio listo para ir al trabajo.
—Está bonita la vista, ¿verdad? Los arboles y allá, lejos, la ciudad.
Nos despedimos con un beso. Desde el corredor veo cuando su carro se pierde en la primera curva de la carretera.
“Diseña mi casa”, así me había declarado su amor. Todavía no terminaba mi carrera de arquitectura y ya tenía un proyecto en mis manos. Al graduarme el techo ya encerraba los muros y el bosque la casa. La fecha del matrimonio se coordinó con la entrega de la obra.
Termino de lavar los pocillos, tomo la escoba y comienzo a barrer esas esquinas que yo misma había dibujado. Me detengo frente a la ventana del bosque; a través de las hojas se perfila un día brillante. Vuelvo la mirada y veo mis líneas de tinta negra hechas muros. Limpio del mantel unas migas de pan y descubro una hormiga que se prende obstinada a un cristal de azúcar. La tomo con cuidado, abro la ventana de la cocina y la saco afuera. Respiro el aire fresco y pienso en los trazos de lápiz que fueron dibujando cada espacio, en las escuadras que confinaron los cuartos. Sigo con las tareas. Recojo mi zapato y encuentro el compañero junto a la cama. Sonrío. Aliso sábanas y cobijas y tiendo el edredón.
Algunos dijeron, cuando me felicitaron en la iglesia, “que suerte tienes al diseñar tu propia casa”. Y me sonó raro.
Dejo que la mañana se escurra. Después de almuerzo, cuando el sopor cede, tomo un libro, salgo al corredor y me acomodo en el puf, de espaldas a la casa. El sol se filtra por las ramas dibujando tibios arabescos en el suelo. Miro el índice y elijo el cuento más corto. Leo las primeras líneas, pero un Cucarachero da salticos en las baldosas. Me canta. Lo sigo con la mirada. Me arrellano de nuevo y retomo la lectura desde el principio. Atrás del libro un pájaro grande vuela de una rama a otra. Escudriño la silueta y descubro que es una Soledad. La delata el movimiento pendular, casi hipnótico, de su cola. La saludo imitándola con la mano, pero el Cucarachero se asusta remontándose al techo. Vuelvo a la lectura. Un hombre lee una novela. Esta sentado en un sillón de terciopelo verde. Suena el celular y corro a contestarlo.
—Hola, amor... Sí, estoy bien. Ya limpié la casa y ahora estoy leyendo... Te quiero.
Mi beso también se queda sin respuesta. El sol se ha ido y la temperatura comienza a bajar. Dejo el teléfono sobre la mesita de la entrada. Vuelvo al hoyo de mi cuerpo en el puf y me hundo en él. Busco el doblez de la hoja en el libro. La atmósfera se torna densa. De nuevo intento que la ilusión me gane, que el bosque desaparezca; desgajarme línea a línea en la lectura. Un perro ladra lejos. Presiento las nubes mullidas en las copas de los árboles, oigo un murmullo vibrante de lluvia seca, un crujir rasgado de papel mantequilla. El libro cae a mi regazo.
Extrañada, descubro un ratoncito contorsionándose en la última baldosa, allá, en el límite del bosque. Mientras lo observo una sombra rastrera cruza el camino empedrado, la busco, pero no la puedo identificar. Vuelvo los ojos a la terraza y el ratón ha desaparecido. Entre las hojas salta un grillo. Está apurado. Huye. Todo es tan raro... mi atención se colma de algo etéreo; un olor amargo, el peso de las nubes en los árboles, la penumbra del frío, el ruido tostado de las hojas secas. Aparto el libro y enderezo la espalda.
Una explosión de grillos, arañas y escarabajos histéricos, a zancadas, avanzan entre la hojarasca. Me pongo de pie. Es tan misterioso, tan inminente, tan real... Vuelvo la mirada al fondo y en las baldosas veo un hilo de hormigas. Le sigo el rastro. La madeja crece y se teje con otras hebras que comienzan a serpentear frente a mis ojos. Líneas y líneas ondulan pintando la terraza de negro. Una legión. Una ruidosa ronda de hormigas viene marchando hacia la casa. Regreso adentro y cierro la puerta. Atrincherada en la ventana veo cómo el corredor se inunda, los muros se oscurecen y la marea se filtra amarga bajo la puerta. Empujo el tapete pero las fisuras se convierten en exclusas. El libro, el puf, el teléfono, mis zapatos; todo es colonia de hormigas negras.
Retrocedo a la cocina, trepo al mesón y arrinconada, por la ventana, dejo tu casa.
de Arma de casa.(Sílaba Editores, Colección Mil y una sílabas, Medellín,2011)
Ana María Cadavid Moreno es arquitecta y ama de casa. Sus cuentos se han publicado en diversas antologías y revistas. En 2006 fue ganadora del concurso “Las 700 del ego” de la revista El Malpensante. Su cuento infantil “Bitácora de luna”, con sus propias ilustraciones, fue publicado en 2004.
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