22 marzo, 2008

Stella Calloni (Argentina)


EL HOMBRE QUE FUE YACARÉ

Venía desde lejos, desde el sertâo de Brasil, así lo dijo. Ojos añorazados en el alma solitaria. Ni por más de sentir le di pan, palabras mías. El miraba a lo hondo, como cavando mi alma en pena, en luces. Alma en luces pareció verme. Breñales de los suyos propios andares quedaron prontamente en mí. Sentido que hubo las doloranzas o dolores de los propios sertâos, los de su cuerpo, la piel juntada a sí mismo, la piel seca, los soles secando la piel suya, muy propia, oscura, o quien sabe qué formas de su tristeza. Fue que el hombre anduvo en mis alrededores, de mí cavándolo todo, mis cuentos, mi risa, mi piedad, mis temblores. Todo cavándolo, a su manera, a sus formas de mirar, hondo, sin decires, sin sutilezas, formas, para mí, profundas de mirar. Eso administró mis sentidos. Cayuquito de sus soledades él mismo queriéndome, dijo. Esto lo expresaba con todo su cuerpo, sus largas manos, su lengua en mi cuello. Dio en sentarse por fin sobre los tristes muebles, apenas un catre de lona vieja, sillas de totora, el ropero que mi padre trajo desde Areguá, en el Paraguay. Lo cargó días y días en su viejo carro, tirado por los caballos del abuelo que murieron después del viaje.

El hombre aquel que llegó un día al amanecer, tenía una luna propia, como vuelo de ave, hasta que volvió en sí. Volvió de sus andares, de su socavado mundo. Lloró entonces bajamente, con bajuras, como llanto de vida perdida, como un hombre sin amores más que los suyos. Contó su historia. Un pasado propio, en ríos, lagunares, todo un gran ruido del agua en su cabeza, según dijo. «He cazado cocodrilos, yacarés en Brasil. He visto hombres sin piernas, sin brazos, hombres mochos mirando las costas, hombres aquellos como una bahía, una bahía propia en sus pesares. ¿Quién ha visto esos muñones, esos pedacitos de hombre quedando en lontananza de la vida, tendidos en las cos­tas sobre las arenas, mirando, mirando, sólo para ver un día morir al cocodrilo, esperando ver esa agonía del yacaré maldito que lo mochó?». Así decía y lloraba quedito, amurallado en su propio cuerpo. Habló de los propios sertâos, de sus miedos y llantos. Y entonces vi como se iba formando él mismo en yacaré, recordando a esos malditos lagartos que mochaban hombres.

«¿Y para qué tanto dolor, tanta espesuras de hombres?. Para aquellos que vienen desde otros mundos y llegan allá a las fronterizas verdes y compran apenas por nada, por una botella de ron amargo, una camisa, una muda apenas, unas monedas, compran la piel del cocodrilo o un lagarto vivito. ¿Y para eso tanto hombre mocho, sin brazos, sin piernas, tantos hombres desolados», dijo y se doblaba sobre su propio vientre.

Doblado él en sus fiebres, temblando, tembladeral de su cuerpo y de su alma. Y ya no parecía verme. Sólo buscaba mi piel para calentamiento de sus propios sentidos en esa soledad del sertâo, aunque no es sertâo mi casa en la selva espesa.

Sola yo, ido mi hombre en otro largo tiempo, ya sin espe­ras, calmé aquel triste de mi cuerpo con este hombre nuevo que luego entró en los delirios. Cada día los ojos como vidrios y muchas lunas se encendían en esos, sus oscurantes modos de vivir. Le hablé necesariamente de la calma, de estarse quieto, de olvidar sertâos, de estos otros tiempos andando conmigo por la selva, escuchando a los pájaros, mirando la sombra del yaguareté y las otras muchas remembranzas. Pero el hombre entró a contar historias propias, las de la fiebre.

«Yo soy cocodrilo ahora, yacaré -me dijo- yo también soy yacaré, lagarto cazado por los hombres, soy yo, yo mismo». Y diciendo esto se azotaba sobre paredes y barros aquel hombre lagarto. Y solícita lo llevé al río muchas veces y creo que lagarto yacaré era porque se arrastraba en las arenas. Y miedo fue cavando en mi pecho, miedo por el día y por la noche.

Tarde alguna, tiempos idos, calmado muchas veces en el sosiego de mi cuerpo, queriéndome mucho -según dijo- y evitándome males, volvía a su naturaleza de hombre lagarto y se largó por el río, en la correntada se fue, yacaré vuelto -dijo él­ aunque yo sólo vi forma de hombre sobre el agua. Se iba más lejos, hacia Foz de Iguazú se iba, quien sabe.

¿Y mi hijo será también yacaré?, me preguntaba yo en esta selva-sertâo. Rogué a los dioses de la selva su protección. Y ellos anduvieron en mis alrededores hasta la parición. Rondaban ciertamente dulces. Alejaron los sertones que el hombre dejó en mi cuerpo, pero no pudieron desenredar mi lengua. El hombre me dejó sus modos, su forma de dar vuelta las palabras, de cortarlas.

Y mi hijo no será yacaré lagarto, me dijo la mujer de la Villa Grande, cuando me dio la ropa para el niño, y se rió muy bajito, como de muy querido se rió. Me volví a la selva con mi hijo, nunca más sola, aunque lagarto yacaré fuera su padre.

De El hombre que fue yacaré (Ediciones Papeles de Coghlan, Buenos Aires 1998)

CALLONI LEGUIZAMÓN, Stella: Nació en Pueblo Leguizamón. La Paz. Entre Ríos. Actualmente reside en Buenos Aires. Periodista y escritora. Corresponsal en Sud­américa del periódico “La jornada de México”. Desde hace 25 años tra­baja en publicaciones mexicanas y residió en diversos países de Centroamérica como corresponsal. Colaboró con diversas revistas argentinas, de América Latina, Europa y Estados Unidos. Premio Latinoamericano de periodismo José Martí. Libros Publicados: En Ediciones colectivas de poesía: 16 Poemas Breves y Vocación de Buenos Aires (Ediciones del Alto Sol, Argentina, 1968). Libros de Poesía: Los Subverdes (Ediciones El Mendrugo, Argentina, 1975). Carta a LeRoi Jones (Formato 16, Universidad de Panamá, 1983). Memorias de Trashumante (Ediciones Papeles de Coghlan, Argentina, 1998). Cuentos: El hombre que fue yacaré (Ediciones Papeles de Coghlan, Argentina, 1998). Ensayos: Torrijos y el Canal de Panamá (Argentina 1975). Nicaragua: el Tercer Día (Uruguay y Argentina, Ediciones: La Hora y Noé, 1986). La Guerra Encubierta contra Contadora y de Contadora a Esquipulas (ambos en colaboración con el periodista uruguayo Rafael Cribari, Panamá y Uruguay, 1983-1986). Panamá: Pequeña Hiroshima (Edi­ciones El Día, México, 1992). En 1970 escribió la poesía y las letras del Long Play Las Montoneras (historia de la independencia argentina) con música del uruguayo Manuel Picón. Poesías y cuentos de la auto­ra fueron traducidos y publi­cados en distintos países.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente periodista y de una coherencia como pocos en este pais.

julio

Anónimo dijo...

Excelente periodista y de una coherencia como pocos en este pais.

julio

Anónimo dijo...

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julio

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