09 noviembre, 2004

Lygia Fagundes Telles(Brasil,1923)


El chico del saxo
Yo era camionero y estaba ganando una nota alta con un tipo que era el contrabando. A día de hoy no entiendo por qué yo tenía razón para parar la pensión de señora tal, cuando una chica polaca que hizo la vida y después de su invención para abrir ese viejo Frege de exclusión aérea. Eso es lo que me dijo James, un hombre que se tragó las hojas de afeitar y ese fue mi compañero de mesa en los días trenzados allí. Tenía pensionistas y tenía volantes, una banda que vino y se fue limpiándose los dientes, cosa que nunca soportó antes que yo. Incluso había una señora que una vez ordenó piso solo porque en nuestra primera cita, después de comer un bocadillo, metió un palitão entre los dientes y mantuvo la boca arreganhada tal manera que yo pudiera ver lo que estaba pasando cavucando palillo. Bueno, yo diría que en esta era de Frege-fly rueda. La comida, un lío hermoso y por si fuera poco tener que tragar los lavados, todavía tenía las piernas enanas malditas atornillado nosotros. Y allí estaba la música del saxofón. 
No es que no me gusta la música, siempre me gustó escuchar que todo está charanga en mi radio transistor por la noche en la carretera, mientras que giving'll hacer el truco. Pero eso saxofón fue incluso doblar tampoco. Jugó bien, no discutas. Lo que me puso enfermo era el camino, un camino tan triste como el infierno, creo que nunca voy a escuchar el juego a nadie como ese hombre tocando el saxofón. 
- ¿Qué es? - Le pregunté al tipo de maquinillas de afeitar. Era mi primer día de la pensión y aún no sabía nada. Señalé el techo que parecía de cartón, tan fuerte la música llegó a nuestra mesa. ¿Quién está jugando? 
-. está la esclava del saxofón 
masticó lentamente. Yo había oído hablar antes de saxofón, pero que la pensión que ni siquiera podía reconocer ni aquí ni en China. 
- Y su habitación hasta aquí? 
James puso una patata entera en la boca. Él negó con la cabeza y abrió la boca más que ardiente como un volcán con una papa caliente en la parte posterior. Sopló un montón de tiempo a fumar antes de contestar. 
- Hasta aquí. 
Pues este tipo James. Trabajó en una feria de diversión, pero como yo estaba haciendo viejo, quería ver un negocio se apoderó de los billetes. Esperé a que fuera de la papa, mientras llenaba mi tenedor. 
- Es una canción triste miserable - que estaba diciendo. 
- Una mujer engaña a su lado hasta el perico - James respondió aprobando la miga de pan en el fondo del plato para disfrutar salsa. - El pobre queda encerrado todo el día, ensayando. No desciende ni para comer. Mientras tanto, la cabra se acuesta con todo lo que aparece como un cristiano. 
- Se acostó contigo? 
- Es un poco flaca para mi gusto, pero es hermoso. Y el joven. Luego me fui con mi juego, ¿sabes? Pero he visto que no se dé suerte con las mujeres, y luego torcer la nariz cuando se enteran de que me trago navaja, creo que tiene miedo de cortar ... 
Yo quería reír también, pero justo en ese momento empezó a tocar el saxofón de una manera silenciosa, sin aliento como una boca con ganas de gritar, pero con una cubierta mano, suena exprimido a través de sus dedos. Entonces me acordé de la chica que se reunieron una noche en mi camioneta. Dejó de tener un hijo en el pueblo, pero no resistió y cayó allí mismo, en la carretera, rodando bestia hecho. Me fijo en la camioneta y corrió como loco para llegar lo antes posible, aterrorizada del niño por nacer en la forma y desentrañar el aullido que ni la madre. A fin de no molestar a mí más, ella grita ahogado en la lona, ​​pero te juro que sería mejor abrir la boca en el mundo, lo que hay que sofocar los gritos ya era endoidando mí. Dove, el enemigo no desea que un cuarto de hora. 
- Parece que la gente pidiendo ayuda - dije, llenando mi vaso de cerveza. - ¿Es que no tienen una alegre canción? 
James se encogió de hombros. 
-. Horn duele 
primer día me enteré de que a pesar de que el muchacho estaba tocando el saxofón en un bar, sólo regresan al amanecer. Dormía en un cuarto separado de su 
esposa. - ¿Pero por qué? - Pregunta beber más rápido para acabar de una vez y enviarme lejos. La verdad es que no había nada que ella nunca fue a meterse en la vida de nadie, pero era mejor escuchar el James tro-lo-lo que el saxofón. 
- Una mujer como ella tiene que tener su dormitorio - James explicó , teniendo un palillo para palillo titular. - Y entonces, tal vez ella se queja de saxofón. 
- Y otros no se quejan? 
- Nos hemos acostumbrado. 
preguntó dónde estaba lleno y me levanté antes de que James comenzó a meter los pargos rojos que le quedaban. Cuando subí la escalera de caracol, me encontré con un enano que iba a venir abajo. Un enano, pensé. Así que dejé que reservamos con él en el pasillo, pero ahora estaba en un equipo diferente. Se cambió de ropa, me pareció medio sorprendido, porque era demasiado rápido. Y ahora bajaba las escaleras cuando pasó delante de mí otra vez, pero ahora con otra ropa. Yo estaba mareado.¿Qué diablos es este enano que se cambia de ropa cada dos minutos? Comprendí más tarde, no era uno, sino un salvamanteles ellos, miles de enanos y secundarios rubio cabello. Repartidinho 
- ¿Puede decirme de dónde viene tanto enano? - Le pregunté a la señora, y ella se rió. 
- Todos los artistas, mi pensión es de casi todos los artistas ... 
Vi cómo cuidadosamente el mayordomo comenzó a acumular cojines en las sillas para que se sentaran. La comida era mala, enano y el saxofón. Enano me llena y había resuelto que pagar cuando ella apareció y desapareció. Llegó por detrás, palabra que no había espacio para moverse un batallón, pero se las arregló para golpear en mí. 
- Licencia 
no tenía que preguntar para saber que se trataba de saxofón joven de la mujer. En ese momento el saxofón se había detenido. Yo miraba. Era delgada, sí, pero había redondeado las caderas y un piso pensado muy bien. El vestido rojo no podría ser más corto. Abancou a solas en una mesa con la mirada baja y comenzó a pelar el pan con las uñas de color rojo. De repente se echó a reír y apareció un hoyuelo en la barbilla.Dove, que quería ir allí, coger ella por la barbilla y aprender por qué se estaba riendo.Me estaba riendo a lo largo. 
- ¿A qué hora es la cena? - Preguntó la señora, mientras pagado. 
- Vai siete-nueve. Mi fijo pensionistas suele comer a las ocho - dijo ella, doblando dinero y mirando con un ojo acostumbrado a la dama de rojo. - ¿Te gusta la comida 
volvimos a las ocho en punto. The James acaba mordió el bistec. En la habitación había un anciano con una barba de chivo, que era profesor de magia que parece empequeñecer la ropa y el ajedrez. Pero ella no había llegado. Yo me animó un poco cuando se trata de un plato de pastas, Estoy loco para los creyones. James comenzó a hablar de una pelea en el parque de diversiones, pero no tenía echado el ojo a la puerta. Vi como ella caminaba tranquilamente charlando con un chico en el bigote rojo. Subieron las escaleras como dos gatos pisando suave. No pasó nada y el saxofón radio desentrañar jugando. 
- Sí, señor - y James dijo que pensaba que estaba hablando en una pelea. 
- Lo peor es que yo estaba borracho, yo no podía defenderme! 
Mordí un pastel que tenía más fumar que cualquier otra cosa. Examiné los crayones otros para descubrir si había llenado más. 
- Juega bien este convicto. ¿Quieres decir que no has comido alguna vez? 
James llevó a comprender lo que estaba hablando. Él hizo una mueca. Sin duda, prefería el parque. 
- Vamos en la habitación, verás que estamos avergonzados de - murmuró, tirando de un palillo de dientes. - Lo siento, pero a veces me pone furiosa bestia, cuerno. Otro había acabado con su vida! 
Ahora la música llegó a un entusiasta tan agudo que me duele el oído. Una vez más pensé en la chica gime de dolor en la espalda, pidiendo más ayuda para los que no lo sé. 
- No lo superior, paloma. 
- Es qué? 
cruzó los cubiertos. La música más a las dos de máxima encerrado en una habitación y allí vi a ese bastardo de Jacobo limpiándose los dientes. Ganas tuvo que disparar en el techo del plato con queso y guayaba enviarme lejos de todo ese rollo. 
- El café es fresco? - Pregunta mulatinho ya limpiar la mesa con un trapo sucio con aceite como su cara. 
- Hecho ahora. 
Para el hombre vio que era una mentira. 
- No es necesario, me tomo la esquina. 
música se detuvo. Yo pagué, mantuvo el cambio y miró hacia la puerta, porque tenía la sensación de que iba a aparecer. E incluso apareció con techo gata aninho, el pelo suelto sobre la espalda y vestido de amarillo aún más corta que el rojo. El tipo de bigote pasó después abrochándose la chaqueta. Saludó a la señora, que había hecho una cantidad de aire que hacer y se fue a la calle. 
- Sí, señor 
- Sí, señor, ¿qué? - Pregunta de James. 
- Cuando entra en la habitación con un chico, que comienza a jugar, pero tan pronto como aparece, se detiene. ¿Te has fijado? Baste enfurnar y comienza él. 
James pidió otra cerveza. Miró al techo. 
- La mujer es el diablo ... 
Me levanté y cuando me pasó por la mesa, paso retrasado. Luego dejó caer la servilleta. Cuando se agachó, le dio las gracias con la mirada baja. 
- Bueno, no hay necesidad de preocuparse ... 
rascó la cerilla para encender su cigarrillo. Sentí su perfume fuerte. 
- ¿Mañana? - Me preguntó, ofreciéndole los partidos. - A las siete, ¿de acuerdo? 
- es que la puerta está en el lado de las escaleras a la derecha según se sube. 
luego salí, fingiendo no verle la cara a unos enanos sucia que estaba cerca y zarpei en mi camioneta antes de Madame me preguntaba si yo estaba disfrutando de la comida.Al día siguiente llegué a las siete de la tarde, llovió ollas y tuve que viajar toda la noche. El mulatinho ya apilados sobre cojines sillas para los enanos. Subí las escaleras en silencio, preparándose para explicar lo que iba a dejar de lado, por si alguien se presentó. Pero nadie vino. La primera puerta a la derecha de la escalera, llamó a la ligera y se entra. No sé cuánto tiempo estuve de pie en medio de la habitación: era un hombre joven con un saxofón. Estaba sentado en una silla, en mangas de camisa, mirándome sin decir una palabra. Parecía ni sorprendido ni nada, sólo me miró -. Lo siento, estaba equivocado de la habitación -. Dije, con una voz que todavía no sé de dónde tomé 
saxofón El chico apretó contra su pecho excavado. 
- Y la puerta por delante - dijo en voz baja, asintiendo. 
probado cigarrillos sólo para hacer algo. Esa paloma situación. Si pudiera, agarró al que pertenece el cabello, estúpido. Le ofrecí cigarrillos. 
- sirven? 
- Gracias, no puedo fumar. 
salió en retirada hacia atrás. Y de repente, no podía soportarlo. Si hubiera hecho ningún gesto, dijo que nada, yo aún tenía, pero esa calma bruto me hizo perder los tramontanas. 
- Y usted acepta todo tan callado? No hay reacción? ¿Por qué no darle una buena paliza, no pateas con bolsa y todo en el medio de la calle? Si fuera yo, paloma, lo había roto por la mitad! Siento ser yo mismo metiendo, pero sí significa que usted no hace nada - Toco el saxofón. 
principio me miró a la cara, que parecía hecha de yeso tan blanco. Entonces miré el saxofón. Él se pasó los largos dedos a través de los botones de abajo arriba y de arriba hacia abajo, lentamente, a la espera de que me vaya a empezar a jugar. Se limpió la boca con un pañuelo al instrumento, antes de comenzar con los aullidos de sangre. 
golpeó la puerta. Entonces la puerta se abrió suavemente el lado bueno, pude ver su mano sujetando el asa para que el viento no se abre demasiado. Yo estaba parado ni un momento, incluso sin saber qué hacer, te juro que no tomó una decisión pronto, se detuvo y me hizo esperar bestia, entonces Cristo Rey? ¿Y después? Fue entonces cuando la música comenzó muy lentamente saxofón. Yo broxa tiempo, paloma. Bajé las escaleras golpeando. En la calle, tropezó con un enano vestido con impermeable, esquivó otro, que había venido detrás de mí y enfurnei el camión. La oscuridad y la lluvia. Cuando comienzo, el saxofón ha subido un agudo que el fin nunca llegó. Mi deseo de huir era tal que el camión pasó por fuera de control, a la perfección.

O moço do saxofone

Eu era chofer de caminhão e ganhava uma nota alta com um cara que fazia contrabando. Até hoje não entendo direito por que fui parar na pensão da tal madame, uma polaca que quando moça fazia a vida e depois que ficou velha inventou de abrir aquele frege-mosca. Foi o que me contou o James, um tipo que engolia giletes e que foi o meu companheiro de mesa nos dias em que trancei por lá. Tinha os pensionistas e tinha os volantes, uma corja que entrava e saía palitando os dentes, coisa que nunca suportei na minha frente. Teve até uma vez uma dona que mandei andar só porque no nosso primeiro encontro, depois de comer um sanduíche, enfiou um palitão entre os dentes e ficou de boca arreganhada de tal jeito que eu podia ver até o que o palito ia cavucando. Bom, mas eu dizia que no tal frege-mosca eu era volante. A comida, uma bela porcaria e como se não bastasse ter que engolir aquelas lavagens, tinha ainda os malditos anões se enroscando nas pernas da gente. E tinha a música do saxofone.
Não que não gostasse de música, sempre gostei de ouvir tudo quanto é charanga no meu rádio de pilha de noite na estrada, enquanto vou dando conta do recado. Mas aquele saxofone era mesmo de entortar qualquer um. Tocava bem, não discuto. O que me punha doente era o jeito, um jeito assim triste como o diabo, acho que nunca mais vou ouvir ninguém tocar saxofone como aquele cara tocava.
— O que é isso? — eu perguntei ao tipo das giletes. Era o meu primeiro dia de pensão e ainda não sabia de nada. Apontei para o teto que parecia de papelão, tão forte chegava a música até nossa mesa. Quem é que está tocando?
— É o moço do saxofone.
Mastiguei mais devagar. Já tinha ouvido antes saxofone, mas aquele da pensão eu não podia mesmo reconhecer nem aqui nem na China.
— E o quarto dele fica aqui em cima?
James meteu uma batata inteira na boca. Sacudiu a cabeça e abriu mais a boca que fumegava como um vulcão com a batata quente lá no fundo. Soprou um bocado de tempo a fumaça antes de responder.
— Aqui em cima.
Bom camarada esse James. Trabalhava numa feira de diversões, mas como já estivesse ficando velho, queria ver se firmava num negócio de bilhetes. Esperei que ele desse cabo da batata, enquanto ia enchendo meu garfo.
— É uma música desgraçada de triste — fui dizendo.
— A mulher engana ele até com o periquito — respondeu James, passando o miolo de pão no fundo do prato para aproveitar o molho. — O pobre fica o dia inteiro trancado, ensaiando. Não desce nem para comer. Enquanto isso, a cabra se deita com tudo quanto é cristão que aparece.
— Deitou com você?
— É meio magricela para o meu gosto, mas é bonita. E novinha. Então entrei com meu jogo, compreende? Mas já vi que não dou sorte com mulher, torcem logo o nariz quando ficam sabendo que engulo gilete, acho que ficam com medo de se cortar...
Tive vontade de rir também, mas justo nesse instante o saxofone começou a tocar de um jeito abafado, sem fôlego como uma boca querendo gritar, mas com uma mão tapando, os sons espremidos saindo por entre os dedos. Então me lembrei da moça que recolhi uma noite no meu caminhão. Saiu para ter o filho na vila, mas não agüentou e caiu ali mesmo na estrada, rolando feito bicho. Arrumei ela na carroceria e corri como um louco para chegar o quanto antes, apavorado com a idéia do filho nascer no caminho e desandar a uivar que nem a mãe. No fim, para não me aporrinhar mais, ela abafava os gritos na lona, mas juro que seria melhor que abrisse a boca no mundo, aquela coisa de sufocar os gritos já estava me endoidando. Pomba, não desejo ao inimigo aquele quarto de hora.
— Parece gente pedindo socorro — eu disse, enchendo meu copo de cerveja. — Será que ele não tem uma música mais alegre?
James encolheu o ombro.
— Chifre dói.
Nesse primeiro dia fiquei sabendo ainda que o moço do saxofone tocava num bar, voltava só de madrugada. Dormia em quarto separado da mulher.
—- Mas por quê? — perguntei, bebendo mais depressa para acabar logo e me mandar dali. A verdade é que não tinha nada com isso, nunca fui de me meter na vida de ninguém, mas era melhor ouvir o tro-ló-ló do James do que o saxofone.
— Uma mulher como ela tem que ter seu quarto — explicou James, tirando um palito do paliteiro. — E depois, vai ver que ela reclama do saxofone.
— E os outros não reclamam?
— A gente já se acostumou.
Perguntei onde era o reservado e levantei-me antes que James começasse a escarafunchar os dentões que lhe restavam. Quando subi a escada de caracol, dei com um anão que vinha descendo. Um anão, pensei. Assim que saí do reservado dei com ele no corredor, mas agora estava com uma roupa diferente. Mudou de roupa, pensei meio espantado, porque tinha sido rápido demais. E já descia a escada quando ele passou de novo na minha frente, mas já com outra roupa. Fiquei meio tonto. Mas que raio de anão é esse que muda de roupa de dois em dois minutos? Entendi depois, não era um só, mas uma trempe deles, milhares de anões louros e de cabelo repartidinho do lado.
— Pode me dizer de onde vem tanto anão? — perguntei à madame, e ela riu.
— Todos artistas, minha pensão é quase só de artistas...
Fiquei vendo com que cuidado o copeiro começou a empilhar almofadas nas cadeiras para que eles se sentassem. Comida ruim, anão e saxofone. Anão me enche e já tinha resolvido pagar e sumir quando ela apareceu. Veio por detrás, palavra que havia espaço para passar um batalhão, mas ela deu um jeito de esbarrar em mim.
— Licença?
Não precisei perguntar para saber que aquela era a mulher do moço do saxofone. Nessa altura o saxofone já tinha parado. Fiquei olhando. Era magra, sim, mas tinha as ancas redondas e um andar muito bem bolado. O vestido vermelho não podia ser mais curto. Abancou-se sozinha numa mesa e de olhos baixos começou a descascar o pão com a ponta da unha vermelha. De repente riu e apareceu uma covinha no queixo. Pomba, que tive vontade de ir lá, agarrar ela pelo queixo e saber por que estava rindo. Fiquei rindo junto.
— A que horas é a janta? — perguntei para a madame, enquanto pagava.
— Vai das sete às nove. Meus pensionistas fixos costumam comer às oito — avisou ela, dobrando o dinheiro e olhando com um olhar acostumado para a dona de vermelho. — O senhor gostou da comida?
Voltei às oito em ponto. O tal James já mastigava seu bife. Na sala havia ainda um velhote de barbicha, que era professor parece que de mágica e o anão de roupa xadrez. Mas ela não tinha chegado. Animei-me um pouco quando veio um prato de pastéis, tenho loucura por pastéis. James começou a falar então de uma briga no parque de diversões, mas eu estava de olho na porta. Vi quando ela entrou conversando baixinho com um cara de bigode ruivo. Subiram a escada como dois gatos pisando macio. Não demorou nada e o raio do saxofone desandou a tocar.
— Sim senhor — eu disse e James pensou que eu estivesse falando na tal briga.
— O pior é que eu estava de porre, mal pude me defender!
Mordi um pastel que tinha dentro mais fumaça do que outra coisa. Examinei os outros pastéis para descobrir se havia algum com mais recheio.
— Toca bem esse condenado. Quer dizer que ele não vem comer nunca?
James demorou para entender do que eu estava falando. Fez uma careta. Decerto preferia o assunto do parque.
— Come no quarto, vai ver que tem vergonha da gente — resmungou ele, tirando um palito. — Fico com pena, mas às vezes me dá raiva, corno besta. Um outro já tinha acabado com a vida dela!
Agora a música alcançava um agudo tão agudo que me doeu o ouvido. De novo pensei na moça ganindo de dor na carroceria, pedindo ajuda não sei mais para quem.
— Não topo isso, pomba.
— Isso o quê?
Cruzei o talher. A música no máximo, os dois no máximo trancados no quarto e eu ali vendo o calhorda do James palitar os dentes. Tive ganas de atirar no teto o prato de goiabada com queijo e me mandar para longe de toda aquela chateação.
— O café é fresco? — perguntei ao mulatinho que já limpava o oleado da mesa com um pano encardido como a cara dele.
— Feito agora.
Pela cara vi que era mentira.
— Não é preciso, tomo na esquina.
A música parou. Paguei, guardei o troco e olhei reto para aporta, porque tive o pressentimento que ela ia aparecer. E apareceu mesmo com o aninho de gata de telhado, o cabelo solto nas costas e o vestidinho amarelo mais curto ainda do que o vermelho. O tipo de bigode passou em seguida, abotoando o paletó. Cumprimentou a madame, fez ar de quem tinha muito o que fazer e foi para a rua.
— Sim senhor!
— Sim senhor o quê? — perguntou James.
— Quando ela entra no quarto com um tipo, ele começa a tocar, mas assim que ela aparece, ele pára. Já reparou? Basta ela se enfurnar e ele já começa.
James pediu outra cerveja. Olhou para o teto.
— Mulher é o diabo...
Levantei-me e quando passei junto da mesa dela, atrasei o passo. Então ela deixou cair o guardanapo. Quando me abaixei, agradeceu, de olhos baixos.
— Ora, não precisava se incomodar...
Risquei o fósforo para acender-lhe o cigarro. Senti forte seu perfume.
— Amanhã? — perguntei, oferecendo-lhe os fósforos. — Às sete, está bem?
— É a porta que fica do lado da escada, à direita de quem sobe.
Saí em seguida, fingindo não ver a carinha safada de um dos anões que estava ali por perto e zarpei no meu caminhão antes que a madame viesse me perguntar se eu estava gostando da comida. No dia seguinte cheguei às sete em ponto, chovia potes e eu tinha que viajar a noite inteira. O mulatinho já amontoava nas cadeiras as almofadas para os anões. Subi a escada sem fazer barulho, me preparando para explicar que ia ao reservado, se por acaso aparecesse alguém. Mas ninguém apareceu. Na primeira porta, aquela à direita da escada, bati de leve e fui entrando. Não sei quanto tempo fiquei parado no meio do quarto: ali estava um moço segurando um saxofone. Estava sentado numa cadeira, em mangas de camisa, me olhando sem dizer uma palavra. Não parecia nem espantado nem nada, só me olhava.— Desculpe, me enganei de quarto — eu disse, com uma voz que até hoje não sei onde fui buscar.
O moço apertou o saxofone contra o peito cavado.
— E na porta adiante — disse ele baixinho, indicando com a cabeça.
Procurei os cigarros só para fazer alguma coisa. Que situação, pomba. Se pudesse, agarrava aquela dona pelo cabelo, a estúpida. Ofereci-lhe cigarro.
— Está servido?
— Obrigado, não posso fumar.
Fui recuando de costas. E de repente não agüentei. Se ele tivesse feito qualquer gesto, dito qualquer coisa, eu ainda me segurava, mas aquela bruta calma me fez perder as tramontanas.
— E você aceita tudo isso assim quieto? Não reage? Por que não lhe dá uma boa sova, não lhe chuta com mala e tudo no meio da rua? Se fosse comigo, pomba, eu já tinha rachado ela pelo meio! Me desculpe estar me metendo, mas quer dizer que você não faz nada?— Eu toco saxofone.
Fiquei olhando primeiro para a cara dele, que parecia feita de gesso de tão branca. Depois olhei para o saxofone. Ele corria os dedos compridos pelos botões, de baixo para cima, de cima para baixo, bem devagar, esperando que eu saísse para começar a tocar. Limpou com um lenço o bocal do instrumento, antes de começar com os malditos uivos.
Bati a porta. Então a porta do lado se abriu bem de mansinho, cheguei a ver a mão dela segurando a maçaneta para que o vento não abrisse demais. Fiquei ainda um instante parado, sem saber mesmo o que fazer, juro que não tomei logo a decisão, ela esperando e eu parado feito besta, então, Cristo-Rei!? E então? Foi quando começou bem devagarinho a música do saxofone. Fiquei broxa na hora, pomba. Desci a escada aos pulos. Na rua, tropecei num dos anões metido num impermeável, desviei de outro, que já vinha vindo atrás e me enfurnei no caminhão. Escuridão e chuva. Quando dei a partida, o saxofone já subia num agudo que não chegava nunca ao fim. Minha vontade de fugir era tamanha que o caminhão saiu meio desembestado, num arranco.

 de Antes do Baile Verde, José Olympio Editores - Rio de Janeiro, 1979, e relacionado entre Os cem melhores contos brasileiros do século, uma seleção de Ítalo Moriconi (Editora Objetiva - Rio de Janeiro, 2000)

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