10 mayo, 2007

GRACIELA MONTES(Argentina, 1947)

GRACIELA MONTES(Argentina, 1947)


HUEVO


Esta historia empieza con un huevo. Eso no sería tan raro, porque, en realidad, la mayor parte de las historias empiezan con un huevo. Lo raro de esta histo­ria es que también termina con un huevo; eso la con­vierte en una historia peligrosa.
El primer huevo, el huevo del principio, es el huevo de un Tragapanta voracissimus, más conocido como monstruo tragón. De modo que esta historia em­pieza con un huevo lisito y brillante, entre rosado y vio­láceo, de cáscara casi transparente y de medida están­dar: dieciocho metros de alto y catorce de ancho, o bien catorce de alto y dieciocho de ancho (convengamos que no es fácil medir un huevo).
Hasta aquí, nada raro. Hasta aquí, todo normal.
El Tragapanta rompió el cascarón con su diente único y poderoso y nació (o algo así, con los traga­panta nunca se sabe).
Corrían tiempos difíciles para los monstruos tragones. Me refiero a que no era fácil conseguir comi­da, y menos que menos comida sana, nutritiva, buena de digerir. Los plesiosaurios, por ejemplo, que abunda­ban —y mucho— por ese entonces, nunca les cayeron del todo bien a los tragones. Bastaba que se comiesen un plesiosaurio en ayunas para que se pasasen regurgi­tando todo el santo día. Tampoco les resultaban dema­siado codiciables los tiranosaurios: las escamas de la nuca y sobre todo la cresta dentada les raspaban doloro­samente la garganta. Las piedras que arrojaban día y no­che los volcanes, aunque sabrosas, no les significaban más que un aperitivo, y cada vez era más difícil cazar al vuelo algún que otro globital, esos bellos pájaros de es­camas brillantes y carnes tiernas que anidan en las nu­bes del atardecer. En fin, que la vida no empezó dema­siado bien para el monstruo de nuestra historia.
Pero, con todo, nació. Y nació dispuesto a to­do. Quiero decir que, en cuanto nació, empezó a tragar­se el mundo. (Tampoco eso tiene nada de raro: todos empezamos a tragarnos el mundo en cuanto nacemos.)
El pobre tenía demasiada hambre y muy poca comida. Y, peor aun: no hubo ninguna madre tragapan­ta que anduviese de aquí para allá acarreando pterosau­rios en el pico. Los monstruos tragones nacen huérfa­nos, pobrecitos, y tienen que vérselas a solas con el mundo desde el primer momento.
Bueno, para hacerla corta: empezó por dos o tres dinosaurios que encontró al paso. Siguió por la montaña en cuya ladera estaban aún diseminados los trozos más rosados y más brillantes de la cáscara del huevo. Avanzó sobre un valle lleno de pterodáctilos. Se tomó tres océanos de un solo sorbo. Para la hora del al­muerzo ya había tragado la cadena montañosa más ele­vada de la época, incluidos los animalejos que vivían en sus grietas. Merendó siete bosques recién nacidos y se bebió, uno a uno, los trescientos mil ríos, riachos y arro­yitos que antes fluían hacia los mares y que ya para esa hora, a falta de mares, andaban de acá para allá, vagan­do como perdidos. Al caer la noche ya se había tragado todo el planeta, y todavía sentía el estómago vacío.
Emigró hacia el sol y se lo tragó de un trago. El resto de los planetas y todas sus lunas le sirvieron de postre. Se supone que esa noche durmió tranquilo: afue­ra estaba oscuro y la panza se sentía tibia, con el sol adentro.
Se sabe que emigró después hacia otros pun­tos de la galaxia, y luego hacia otras galaxias, llenas de puntos.
Eso sucedió hace mucho pero mucho tiempo. Los eructos y los suspiros del tragapanta van señalando el paso de los años.
Y no habría de qué asustarse. Acá adentro to­do anda más o menos bien. Seguimos teniendo un sol que brilla (siempre y cuando no amanezca nublado). Hay estrellas, bosques, volcanes. Los ríos fluyen otra vez hacia los mares. No hay dinosaurios, es cierto, pero al menos hay monos, yacarés, leones. O tan siquiera ga­tos y perros, canarios, tortugas. No está tan mal vivir acá. O no estaría. Lo malo es lo que está por suceder. O, mejor dicho, lo que sucedió esta mañana.
Según el noticiero de las ocho —que, como todo el mundo sabe, sólo se apoya en fuentes fidedig­nas—, acaba de aparecer un huevo entre rosado y violá­ceo en la ladera sur del Aconcagua. Lisito, brillante, de cáscara casi transparente y de medida estándar.

















Graciela Montes nació en Buenos Aires el 18 de marzo de 1947. Es autora de más de setenta títulos de ficción para niños ("Historia de un amor exagerado", "Tengo un monstruo en el bolsillo", "Aventuras y desventuras de Casiperro del Hambre", "La batalla de los monstruos y las hadas", entre otros). Publicó también las novelas para adultos "El umbral", "Elísabet" y "El turno del escriba" (escrito en colaboración con Ema Wolf). Tradujo obras de Lewis Carrol, Charles Perrault, Mark Twain y Marc Soriano. Fue candidata por la Argentina al Premio Hans Christian Andersen en 1996, 1998 y 2000. Recibió el Accésit Premio Lazarillo (1980), el Premio Fantasía Infantil (1996), el Premio Casa di Risparmio di Cento (2001) y el Premio de Novela Alfaguara (2005).

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