28 octubre, 2010

Giovanna Rivero (Santa Cruz, Bolivia, 1972).


De antología




Definitivamente era un mal cuento. El editor lo sabía pero no supo decir que no cuando ella ingresó a su oficina con aquella faldita blanca transparentando sus bragas oscuras. Además, la boca, él tenía debilidad por las bocas pequeñas, redonditas como pronunciando la o con lascivia. O de olor, O de opio, O de odio, O de ombligo, O de obsesión. Su boca era una O carnosa, un anillo perfecto.


Se sentó frente a él y dijo con el descaro propio de la ignorancia:


-¿Cuándo me publica mi cuentito?
-Tendríamos que hacer demasiadas correcciones- contestó el editor, moviéndose en el péndulo de la amabilidad y el profesionalismo. Cuando ella hablaba, la fascinación lo cubría enturbiando su inteligencia. Quizás debería aconsejarle que intentara grabar un disco, cualquiera puede ser cantante en estos tiempos.
-¿Y qué parte le gustó más?
-Bueno… -titubeó el editor- el cuento es ambiguo. Habría que definir el clímax.
-Adoro esa palabra -dijo ella, sonriendo. El anillo de su boca se extendió suavemente dejando ver los dientes cuya separación en los delanteros le daba un aspecto de niña.
-¡Clímax! Es una linda palabra. Podría incluirla en alguna parte del cuento, ¿no cree?


El editor hizo un esfuerzo por desprenderse de la fascinación: abrió la gaveta de su escritorio y sacó un archivador con una enorme cantidad de papeles.


-Mira todo lo que nos envían diariamente a la editorial. Son poemas, ensayos, novelas de escritores conocidos. Necesitamos revisar nuestro presupuesto. Un libro de cuentos ahora…
-Pero podríamos arreglar eso que usted dice, lo del clímax- insistió ella. "Presupuesto" no era una palabra que su boca pudiera pronunciar con tanta facilidad.


-Escuche- prosiguió ella, inconsciente de que su voz erizaba los vellos de la espalda del editor- le leeré la parte que a mí me encanta y tal vez ahí podríamos aumentar lo del clímax.


"La bailarina que los tres amigos habían contratado para la despedida de soltero no era ninguna belleza. La danza del vientre sólo conseguía que la panza le temblara, cuando se suponía que lo gelatinoso del baile debería estar en las caderas".


-¿Qué le parece?


Antes de que él pudiera responder, la secretaria tocó la puerta. Dijo que se trataba de Luis Simonetti. ¿Sabría ella quién era Simonetti? Intentó explicarle que la reunión para hablar sobre su cuento había concluido. Simonetti acababa de ganar el premio de novela más importante del país y no podía desperdiciar la oportunidad de publicarlo.


-¿No es que no había presupuesto?- preguntó ella enfadada. Su boca se frunció en un puchero y él temió que de pronto, en aquella escena surrealista que estaba viviendo, ella se echaría a llorar. Pero ella propuso algo inesperado.


-Me quedaré. Quiero saber cómo se dirige a un verdadero escritor.


-No puedes quedarte- dijo él, con dulzura- Simonetti es un tipo serio y querrá tratar sus cosas en privado.


-No me verá- dijo ella. Y sin más, se metió bajo el escritorio emitiendo risitas entrecortadas como si todo aquello, su presencia, su cuento sobre una bailarina gorda, fuera tan sólo una picardía infantil.


Ya era tarde para hacer otra cosa. Simonetti había ingresado a la oficina, saludando a su estilo.




-"Cosa terrible el amor", ¿eh, Sampieri?- Saludó el escritor con un apretón de manos.
-Terrible, terrible- hizo eco el editor, invitándolo con un gesto de la mano a que tomara asiento.
-Así se titulará mi novela. Decidí cambiar el título en honor al maestro.
-¿Venderá? El título digo. Lo clásico no siempre engancha.
-!Oh! Ustedes los editores siempre matando la inspiración. Recuerda que la literatura es lo único que en estos momentos, duros momentos, en que la vida parece ser tan relativa, tan vacua, nos da…


El editor oía las palabras del escritor famoso intentando entenderlas, pero su esfuerzo era inútil. La muchacha, acurrucada como una mimosa gatita bajo el escritorio, le había bajado el cierre del pantalón y su boca traviesa ahora se ocupaba de su pene. El editor sintió cómo la boca saboreaba la punta de su sexo, pasando la lengua en círculos, apretándola un poquito. Sintió su pene crecer, vencer su propia inteligencia, mandar al diablo su sentido común, su capacidad para sacarle ventaja a los mejores escritores. La boca engullía su sexo y él se sentía inmenso, el escritorio podría levantarse en cualquier momento, levitar, sorprender a Simonetti con una magia que él jamás había concebido en su estilo tediosamente clásico. La boca mordió despacito, avanzando desde la punta hasta el centro de su pene, donde las venas inflamadas surcaban caminos desconocidos. El editor se acomodó en el sillón, bajando un poco la espalda y echando el cuello hacia atrás.


-…porque, como habrás leído, la mezcla de política y religión sigue siendo una buen truco para darle densidad a los temas. Ahora me interesa esta cuestión del existencialismo, el hombre solo, autista, masturbando su propia alma.


-Masturbando…- repitió el editor. Buscaba con desesperación la lógica en alguna parte de sus neuronas.


Pero sus neuronas se habían convertido en invisibles espermatozoides alborotados que intentaban contenerse. La boca en O ahora comía los testículos, succionándolos, fruta salada, voracidad, olvido de sí mismo. Su columna vertebral era un torrente eléctrico que explotaría en cualquier momento.


-Entonces… ¿En qué quedamos?- preguntó el escritor.
-¿En qué… quedamos?


Podía sentir su pene aprisionado en el paladar de la muchacha, rozando su garganta, quizás también sus amígdalas. Imaginó las amígdalas de aquella gatita traviesa como dos ovarios rosaditos, fértiles.


-No hay pre…


-¡No me digas que no hay presupuesto!- casi gritó el escritor. La fama lo tornaba impaciente.


El editor suspiró y cerró los ojos. Acababa de eyacular en aquella boca profunda y cálida. Bajó la mano izquierda y acarició el pelo castaño de la muchacha.


-Me refiero a que no hay precio para un clímax como el que has logrado. Te publicaremos- dijo.


Simonetti sonrió satisfecho. La muchacha estaba segura que se refería a su cuento sobre la bailarina gorda. Quiso reír fuerte, pero por suerte, el líquido tibio le sellaba los labios.






Su obra incluye los libros de relatos Las bestias (1997, Premio Nacional de Literatura), Sentir lo oscuro (2002), Contraluna (2005), Sangre dulce (2006) y las novelas Las camaleonas (2001) y Tukzon, historias colaterales (2008), y el libro de cuentos para niños La dueña de nuestros sueños (2002). Sus relatos “El secreto de la vida” y “Dueños de la arena” obtuvieron el premio de cuento del periódico Presencia (1993) y el Premio de Cuento Franz Tamayo (2005), respectivamente. A través de la beca Fulbright-LASPAU hizo una Maestría en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Florida, USA. Participó del Iowa Writing Program en el otoño del 2004, en la Universidad de Iowa City. Recientemente su cuento "Camas gemelas" fue seleccionado para participar de la antología latinoamericana El futuro no es nuestro (2009) y fue invitada como uno de los cuastro escritores latinoamericanos para compartir el programa "Escribir en residencia" que la Universidad Alcalá de Henares auspició durante todo el mes de abril del presente año. Acaba de publicar su primer libro en España, Niñas y detectives, con el sello Bartleby Editores (Madrid, 2009). El cuento que aparece en la revista forma parte de este libro.

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