30 diciembre, 2012

Luisa Valenzuela(Argentina, 1938)

 

Fin de Milenio(fragmento)

Él

Él tiene una cantidad de posibilidades a su alcance. Puede reventar su dinero en un festejo de una noche en París o New York, puede irse a Fiji donde por primera vez en todo el mundo empieza el tercer milenio, puede. No encontrará ni un rincón en un hotel pero qué le importa, hotel no necesita. Ha estado explorando en Internet, explorando y explorando, conoce todos los precios posibilidades y secretos. La guita que se puede reventar sin hacerle mella a su familia, la guita que ni ellos mismos saben que existe asciende a más de diecisiete mil dólares y eso debería de alcanzarle ampliamente.
Tiene desplegados ante sí sus propios retratos, lo que no tiene ni remotamente cerca es un espejo. Hasta se afeita de memoria. Poco a poco desde que vive solo ha ido eliminando todas las superficies reflectoras en su departamento. Las fotos sobre el escritorio lo muestran de treinta años, pintón... Ahora tiene algo más del doble, mucho menos pelo, blanco por cierto-- a los pelos los ve en el peine, trata de peinarse lo menos posible, escribe, escribe, pero lo que escribe es su autobiografía distorsionada, más o menos apócrifa, de cuando tenía los benditos treinta años. En dicha edad ha decidido quedarse congelado, coagulado, fijo. Tres años atrás se plantó en sus treinta, y es ésa la personalidad que asume para las circunstanciales parejas on line. Ellas son hermosas a menos de que estén mintiendo tanto o más que él, algunas hasta son interesantes. Es con quienes se demora más tiempo, meses en ciertos casos, cada noche encontrándolas en la pantalla de su computadora, hasta que al propio relato de sí mismo le debería de ir apareciendo alguna cana, alguna arruga; para mantener su imagen su imagen debería cierto día cumplir un año más. La resulta intolerable. Entonces corta la comunicación de cuajo, se deshace de esa cita ciega y empieza una nueva, penosamente a veces, buscando quién como la otra logre arrancarlo por un tiempo de la angustia.
Así desde que le pusieron el triple by-pass y la cosa se complicó y ni vale la pena pensar en eso. Así desde que no pudo responderles más a aquellas a quienes solía arrimarse blandiendo toda su verdad, porque su verdad se le hizo de goma, su verdad no supo atender más los desesperados reclamos de su sangre. Y entonces. Entonces se hizo instalar el modem y a otra cosa mariposa.
Hoy ya no es lo mismo. El hoy ya está a un paso de dar vuelta la página del siglo, del milenio, y la realidad virtual está a punto -- también ella -- de traicionarlo. El primero de enero cero horas un segundo enloquecerán las computadoras, se estremecerán las pantallas, se apagará el mundo. Y2K, guai tu kei lo llaman los entendidos en muy norteamericana sigla de implicaciónes apocalípticas. Ante tamaño Armágedon él tendrá derecho de volver a ser el macho de siempre, el de sus treinta años cabellera al viento ojos luminosamente verdes y no glaucos. Aunque sea por una vez, una solita. La decisión le vino de golpe, ahora quiere planearlo todo bien y se va tomando el tiempo.
Le manda un e-mail a cada uno de sus hijos en México deseándoles más felicidades de las que se merecen, turros los dos que se fueron a instalar a 2.600 metros de altura sabiendo muy bien que él allí no podría alcanzarlos. Turra sobre todo la hija que lo alejó así de sus dos nietitos. No importa. Tampoco importa su ex mujer que nunca lo entendió ni entendió su necesidad de expansión, su vitalismo cuando él escapaba por ahí con alguna turrita o enfermera, la misma cosa, para darle libre curso a toda la maravilla que bullía en él y ya no bulle. Su ex mujer hace ya tres años que estará riendo sin parar. Bonita venganza para ella, justicia poética habrá pensado la muy turra cuando la operación tuvo en él efectos imprevisibles. Él hoy no quiere ni oírle la voz ni siquiera comunicarse con ella por correo electrónico. Que reviente. Ella de nuevo se pondrá pesada y le rogará que reabra el consultorio, le dirá una vez más que los pacientes le tenían gran confianza y lo reclaman. Ya deben de haber muerto todos por suerte, le contestó a su mujer pero ella no se dejó amilanar; no te creas insustituible eras simplemente un muy buen clínico, le contestó sin mosquear y él pensó que nadie puede ser buen médico si no logra curarse a sí mismo, y bueno o malo qué importa si lo único que importa es lo que en él ya no responde, y para qué seguir pensando.
Sólo que ahora sí, pensar es la única actitud de vida. Pensar y planear y desempolvar el viejo recetario y consultar el archivo de las candidatas del chat-room. Las de antes y las de ahora, ¿cuál estará mejor? ¿cuál de ellas estará diciendo la verdad? No tiene tiempo para andar desperdiciando en investigaciones EVR. En la Vida Real, le causa gracia la sigla, como si la otra vida donde él luce eternos treinta años con ojos llenos de chispas y un potencial inagotable no fuera también real, a su manera, y yo te cojo así y así y te hago esto y lo otro como les escribe a algunas minitas (las turras según él quienes desde una computadora distante lo estimulan y lo azuzan), y acabo en larguísimas eyecciones de lava ardiente y blanca y te chorreo toda y esas cosas, mientras ellas quizá se relaman de gusto sin saber el mal que le están haciendo, las muy turras.
Son todas iguales, reventar a alguna de éstas no sería mala idea, se dice.
Pero él ya no tiene los treinta años que le juró tener a la minita, a cualquiera de ellas. Ni en un rincón el corazón los tiene, porque ése mismo rincón reventó cierta mañana en su propio consultorio, y de ahí al quirófano un solo paso y ahora esto. Lo estuvo reconstruyendo, al rincón treintañero de su corazón maltrecho, durante cientos de miles de palabras pero se le han agotado las palabras, se está acabando el tiempo. Cuando suenen las doce de la noche del último día de este mismo mes de diciembre ya nada será lo mismo, el siglo que lo vio descollar en descomunales revolcones se habrá ido, se eclipsarán las pantallas, se eclipsarán sus fotos de los treinta años, el buen mozo que hizo revivir en monitores ajenos perderá la poca consistencia que alguna vez supo tener, ni la memoria perdurará de ciertas verborrágicas orgías que lo alimentaron durante le tiempo de comunicación virtual. Agotado estará el alimento, vencido como quien dice.
Ellas serán todas iguales unas turras de décima pero él es un tipo ético y no le puede hacer una cosa así a ninguna minita de ésas que cándidamente (turramente) andan flotando por el ciberespacio como quien se revuelca en una cama deshecha. No, no le pude hacer eso aun sin pensar en el quilombo que se armaría. Lo fácil que sería desemascararlo a través de la dirección de su casilla punto com y después su familia metida en todo, los chicos viniéndose de México a verlo cuando ya es demasiado tarde, su ex ni hablar, las idiotas de sus primas que nunca se mosquearon por él haciendo declaraciones a la prensa. Nada de eso. No quiere nada de eso. Y Juanjo, haciendo lo imposible, seguro, por consolarla a su ex, Juanjo el muy metido, el mismo que le dijo muy al principio Vos las odiás a todas porque no se te para más. Lo bien que hizo en mandarlo al carajo a ése su ex mejor amigo de una vez para siempre. Él no las odia a todas porque, no, él las quiere, por eso mismo las odia.
No es momento de ponerse sentimental. Es momento de acción. Desempolvar los viejos recetarios, desempolvar los trajes aunque con este calor ni pensar en trajes. Afeitarse de memoria, el cuello no más, un poco las mejillas; quizá le quede bien la barba después de todo, no sabe, no quiere verse. No puede. Ha suprimido los espejos en su casa. Cuando salga, cuando retome el paso, cuando vaya más allá del supermercado de la vuelta tan completo con Banelco y todo, una vez que le haya puesto la funda negra a la computadora, al monitor, y la funda al teclado y la funda a la impresora, como un luto.



Ella

Enfermera, inteligente, puta. No sabe cómo se concilian estas tres instancias, sabe que la definen. Se lo repite a su imagen del espejo:
- Sos enfermera, inteligente, puta.
Enfermera y puta son dos datos concreto, pero lo de inteligente es apenas una apreciación personal y además los hechos no parecerían darle la razón. ¿Qué hay de inteligente en haberse venido a Comodoro Rivadavia, esta malhadada ciudad hecha de vientos, para cambiar de vida? Bueno, lo inteligente es precisamente eso, que logró su objetivo: cambió de vida. No que alguien lo estuviera persiguiendo, ni que hubiese motivo alguno para que la persiguieran. En su trabajo siempre fue irreprochable, despiadada, eficaz. Como le enseñaron. Nada de enternecerse, nada de perder el tiempo con algún caso más patético que otros. A todos lo mismo por igual, es decir lo estrictamente necesario, lo que dicta la orden médica.
El que se volvió totalmente ineficaz para ella fue su trabajo. En el hospital la declararon prescindible tras treinta años de irreprochable foja de servicio. Después de convertirse en la mano derecha del cirujano mayor --él solía repetírselo-- el cirujano se volvió zurdo y la pateó de su lado.
A este nuevo trabajo, si se lo puede llamar así, arrastró las costumbres del viejo. También es irreprochable, eficaz y despiadada. Nada de enternecerse demasiado, aunque ahora a veces se permite perder un poco más de tiempo, sobre todo cuando encuentra un atisbo de goce, aunque sea un atisbo.
Ya no tiene edad de pedir mucho más. Todo lo contrario: tiene edad de pedirlo todo porque por fin sabe qué quiere, pero nadie se lo dará, sería como reclamar en el vacío. Más le vale callar. Es lo que mejor practica, el silencio. Esta tardecita una vez más como todos los últimos meses atravesará el bruto viento por calles que ni puede reconocer de tanto entornar los párpados para que no la ciegue la bruta polvareda, girará con la puerta giratoria del Garby's, respirará el alivio de un aire detenido donde el tufo a hombre será la invitación para abrir nuevamente los ojos. En el Garby's toda penetración es auditiva, alguno se sentará a su lado en el mostrador y le contará su vida, el drama de su vida porque si no es dramática a qué contarla, ella pondrá la oreja con todo esmero, profesionalmente casi, hará lo posible para que su potencial cliente sienta la imperiosa necesidad de pasar de la penetración auditiva a la vaginal, la única provechosa para ella. Es una vida como cualquier otra, se dice, es en realidad la otra cara de su vida anterior, ésa que acabó vaciándola del todo y la escupió a estas costas.
Una vez adentro abre los ojos pero ni mira al hombre que circunstancialmente se sienta a su lado. Lo escucha no más, y es ésa su carnada. Tampoco pretende que él la mire demasiado ya no está para eso ha pasado la cincuentena aunque se ve bien, lo reconoce, las carnes duras y una sonrisa bastante juvenil nacida acá porque sí, quizá porque casi nunca afloró en su antigua profesión y entonces es más nueva que ella, la sonrisa.
Con el cirujano mayor a veces la sonrisa la latía en la comisura de los labios, allá en Rosario, en el distante lugar convertido ahora en un ya muy distante tiempo. Y el cirujano mayor una buena mañana la declaró prescindible, porque sí, y alegando motivos de presupuesto contrató a una asistente inexperta, sin antigüedad es decir mucho más joven, más apetecible. Ella reclamó tanto, protestó tanto que ahora ni abrir la boca quiere. Sólo para menesteres de su nuevo oficio, y bien la abre y chupa y chupa y con eso también sorbe las palabras del cliente que no es un hombre para ella, nunca un hombre o ser humano alguno, sólo un cliente. Un ente. Que reviente, se dice en más de una oportunidad, por mí que reviente, aunque no sería éste quien debería reventar de mil maneras sino el cirujano mayor, el malaentraña.
Allá lejos, tiempo atrás, en otro infierno.

En el bar del aeropuerto
- Usted es el único que está llegando, sabe, todos se han ido yendo, día tras día, casi todos a la Capital a festejar, o donde tengan más familia. Nadie quiere quedarse en Comodoro a ver cómo el viento les trae el 2000. Con decirle que las autoridades planearon fuegos artificiales sobre el mar pero después desistieron, se les iban a desarmar antes de alcanzar la altura necesaria. Creo que hasta las autoridades se rajaron, la cosa va a estar mejor en Trelew, o en Rawson, dicen. Acá no cabe el color, sólo esa especie de gris de estas tierras tan grises, no entiendo qué vino a hacer usted acá justamente hoy para acabar el siglo.
Él no se sentó a tomar un escocés en las rocas para charlar con el barman. Pero le viene bien, necesita una información.
- Trabajo, contesta entonces parcamente. Vine porque no pude evitarlo, me pregunto dónde habrá algunas chicas para no pasarlo tan solo.
- Si es hombre del petróleo se entiende. Lo van a albergar bien en la compañía, pero usté escápese al hotel Imperial. Ahí tienen minas de primera, unas bombas, pregúntele a mi colega del bar y él le va a presentar a las mejores. Dígale que va de parte de Truman.
- ¿Habrá otros lugares, también, no?
- En el Impe son muy discretos. Pero bueno, va en gustos y en bolsillos. Está también el Tom Tom, un lugar de jerarquía, oscurito, Alfonso se ocupa de eso allí, pregúntele, también puede ofrecerle otras amenidades, si prefiere.
- Ajá, ¿y?
- Hay otros. Y está el Garby's, pero yo no se lo recomendaría. Todas bastante gastaditas, qué le voy a decir.
...

de Cuentos Completos y uno más.(Alfaguara,México, DF / Buenos Aires, 1999)


14 diciembre, 2012

URSULA LE GUIN (California- E.E.U.U., 1929)


Los que se alejan de Omelas(1973)

Con un repicar de campanas que echaba a volar las golondrinas, el Festival de Verano llegaba a la ciudad de Omelas, torres brillantes junto al mar. En la bahía, chispeaban banderas en las jarcias de los barcos. En las calles, entre casas de tejado rojo y paredes pintadas, entre jardines musgosos y bajo avenidas de árboles, frente a grandes parques y edificios públicos, avanzaban las procesiones. Algunas eran sobrias: ancianos con largas y rígidas túnicas color malva y gris, graves maestres de cada oficio, mujeres apacibles y alegres que llevaban sus niños y caminaban parloteando. En otras calles la música era más rítmica, un trepidar de gongs y panderos, y la gente iba danzando, la procesión era una danza. Los niños correteaban de aquí para allá, y sus chillidos estridentes se elevaban sobre la música y el canto como el vuelo raudo de las golondrinas. Todas las procesiones si dirigían al lado norte de la ciudad, donde en el gran prado llamado Campos Verdes muchachos y muchachas, desnudos en el aire brillante, los pies y los tobillos enlodados, los brazos largos y ágiles, ejercitaban los caballos resoplantes antes de la carrera. Loscaballos no usaban ningún arreo, salvo una brida sin bocado. Tenían las crines orladas con banderines plateados, dorados y verdes. Hacían aletear los ollares y coceaban y alardeaban entre sí; estaban muy excitados, pues el caballo es el único animal que ha adoptado como propias nuestras ceremonias. Allá lejos, al norte y al oeste, las montañas se erguían casi arrinconando a Omelas contra la bahía. Elaire de la mañana era tan límpido que la nieve que todavía coronaba los Dieciocho Picos aún ardía con un fuego oro blanco a través de millas de aire luminoso, bajo el azul oscuro del cielo. Soplaba apenas viento suficiente para que los estandartes que marcaban la pista de carreras chasquearan y flamearan de vez en cuando. En el silencio de los anchos prados verdes se oía la música serpeando por las calles de la ciudad, más lejos y más cerca y siempre aproximándose, una gozosa y tenue dulzura del aire que de vez en cuando tiritaba y se arracimaba y estallaba en el clamoreo inmenso y alegre de las campanas.
¡Alegre! ¿Cómo se puede nombrar la alegría? ¿Cómo describir a los ciudadanos de Omelas?
Ante todo; no eran gente simple, aunque eran felices. Pero hoy día las palabras de júbilo han caído en desuso. Todas las sonrisas se han vuelto arcaicas. Ante una descripción como ésta uno tiende a hacer ciertas presunciones. Ante una descripción como ésta uno también tiende a buscar al rey, montado en un espléndido corcel y rodeado por sus nobles caballeros, o quizás tendido en una litera dorada llevada por esclavos musculosos. Pero no había rey. No usaban espadas, ni tenían esclavos. No eran bárbaros. No conozco las normas ni las leyes de esa sociedad, pero sospecho que eran singularmente escasas. Así como se arreglaban sin monarquía ni esclavitud, también podían prescindir de la bolsa de valores, la publicidad, la policía secreta, y la bomba. Sin embargo debo repetir que no era gente simple, ni bucólicos pastores, ni buenos salvajes, ni utópicos blandos. No eran menos complejos que nosotros. El problema es que tenemos la mala costumbre, alentada por los pedantes y los sofisticados, de considerar la felicidad como algo bastante estúpido. Sólo el dolor es intelectual, sólo el mal es interesante. Esa es la traición del artista: una negativa a admitir la trivialidad del mal y el tedio espantoso del dolor. Si no puedes vencerlos, únete a ellos. Si duele, repítelo. Pero elogiar la desesperación es condenar el deleite, adherir a la violencia es perder de vista todo lo demás. Casi lo hemos perdido; ya no sabemos describir a un hombre feliz, ni celebramos la alegría. ¿Cómo puedo contaros sobre la gente de Omelas? No eran niños ingenuos y felices aunque es cierto que sus niños eran felices. Eran adultos maduros, inteligentes, apasionados, cuyas vidas no eran sórdidas. ¡Oh milagro! Pero ojalá pudiera describirlo mejor. Ojalá pudiera convenceros. Omelas suena en mis palabras como una ciudad de cuentos de hadas, hace tiempo y allá lejos, érase una vez. Tal vez sería mejor si la imaginaras según vuestra propia fantasía, esperando que la ciudad esté a la altura de la ocasión, pues por cierto no puedo conformaros a todos. Por ejemplo, ¿qué diremos de la tecnología? Pienso que no habría coches ni helicópteros en y sobre las calles; es natural, considerando que los habitantes de Omelas son gente feliz. La felicidad se basa en una discriminación justa entre lo que es necesario, lo que no es necesario ni destructivo, y lo que es destructivo. En la categoría intermedia, sin embargo - lo innecesario pero no destructivo, el confort, el lujo, la exuberancia, etcétera -, bien podían tener calefacción central, trenes subterráneos, máquinas de lavar, y toda suerte de artefactos maravillosos aún no inventados aquí, fuentes luminosas flotantes, energía sin combustible, una cura para el vulgar resfrío. O podrían no tener nada de eso: lo mismo da. Como gustéis. Yo me inclino a pensar que los habitantes de los pueblos costeros de la zona han estado llegando a Omelas durante los últimos días antes del Festival en trencitos muy rápidos y tranvías de dos pisos, y que la estación ferroviaria de Omelas es en verdad el edificio más elegante de la ciudad, aunque más sencillo que el suntuoso Mercado de Granjeros. Pero aunque hay trenes, temo que hasta ahora Omelas os parece demasiado idílica. Sonrisas, campanas, desfiles, caballos, bah. En tal caso, añádase una orgía. Si una orgía ayuda. No hay por que titubear. No agreguemos, sin embargo, templos de donde bellos sacerdotes y sacerdotisas desnudas salen casi en éxtasis y prontos para copular con cualquier hombre o mujer, amante o desconocido, que desee unirse con la profunda naturaleza divina de la sangre, aunque ésa fue mi primera idea. Pero en verdad sería mejor no tener templos en Omelas; al menos, no templos con sacerdotes. Religión sí, clero no. Por cierto, las beldades desnudas pueden vagabundear sin más, ofreciéndose como manjares divinos para el hambre de los necesitados y la fascinación de la carne. Que se unan a las procesiones. Que los panderos resuenen por encima de las copulaciones, y la gloria del deseo sea proclamada en los gongs, y (un detalle nada baladí) que los retoños de estos deliciosos rituales sean amados y cuidados por todos. Sé que algo no existe en Omelas, y es la culpa. ¿Pero qué más debería haber? Al principio pensé que no había drogas, pero eso es puritanismo. Para quiénes gustan de ello, la dulzura tenue y punzante del druz puede perfumar los caminos de la Ciudad, del druz que primero propicia una gran lucidez mental y agilidad corporal, y al cabo de unas horas una somnolienta languidez, y al fin maravillosas visones de los mismos arcanos y secretos íntimos del Universo, además de estimular el placer sexual más allá de todo lo imaginable; y no crea hábito. Para los gustos más modestos creo que debería haber cerveza. ¿Qué más, qué más habrá en la ciudad de la alegría? La sensación de triunfo, desde luego, la celebración del coraje. Pero así como prescindimos del clero prescindamos de los soldados. La alegría construida sobre una matanza victoriosa no es una alegría limpia; no conduce a nada, es temible y es frívola. Una sensación ilimitada y generosa, un triunfo magnánimo que no nace de la hostilidad contra un enemigo externo sino de la comunión entre las almas más refinadas y bellas de los hombres de todas partes y el esplendor del verano del mundo: esto es lo que inflama los corazones de la gente de Omelas, y la victoria que celebran es la victoria de la vida. En realidad no creo que muchos necesiten tomar druz.
La mayoría de las procesiones ha llegado ahora a los Campos Verdes. Un maravilloso olor a comida brota de los puestos rojos y azules de los proveedores. Los niños tienen pegotes deliciosos en la cara; de la benigna barba gris de un hombre cuelgan dos migajas de un rico pastel. Los jóvenes y las muchachas han montado a caballo y se están agrupando alrededor de la línea de largada de la pista. Unavieja, baja, gorda, risueña, está repartiendo flores de una canasto, y hombres jóvenes y altos usan las flores en la melena brillante. Un niño de nueve o diez años está sentado en el linde de la muchedumbre, solo, tocando una flauta de madera. La gente se detiene a escuchar, y sonríe, pero nadie le habla porque el niño nunca deja de tocar y nunca ve a nadie, los ojos oscuros profundamente sumidos en la magia dulce e inaprensible de la melodía.
Concluye, y baja lentamente las manos que empuñan la flauta de madera.
Como si ese pequeño silencio privado fuera la señal, la trompeta trina de repente en el pabellón de la línea de largada: imperiosa, melancólica, penetrante. Los caballos corcovean, y algunos responden con un relincho. Serenos, los jóvenes jinetes acarician el pescuezo de los caballos y los tranquilizan, susurrando: “Calma, calma, mi belleza, mi esperanza…” Empiezan a formar una fila en la línea de largada. Junto a la pista, las multitudes son como un campo de hierba y flores al viento. El Festival de Verano ha comenzado.
¿Lo creéis? ¿Aceptáis el festival, la ciudad, la alegría? ¿No? Pues entonces describiré algo más.
En los cimientos de uno de los hermosos edificios públicos de Omelas, o quizá en el sótano de una de las amplias moradas, hay un cuarto. Tiene una puerta cerrada con llave, y ninguna ventana. Un tajo de luz polvorienta se filtra entre las hendijas de la madera, después de atravesar una ventana cubierta de telarañas en alguna parte del sótano. En un rincón del cuarto hay un par de estropajos, duros, sucios, hediondos, junto a un balde oxidado. El suelo es mugre, un poco húmeda al tacto, como suele ser la mugre de los sótanos. El cuatro tiene tres metros de largo por dos de ancho: una mera alacena o galpón en desuso. En el cuatro esta sentado un niño. También podría ser una niña. Aparenta seis años, peor tiene casi diez. Es débil mental. Tal vez lo es de nacimiento, o quizá lo imbecilizaron el miedo, la desnutrición y el descuido. Se escarba la nariz y de vez en cuando se palpa los pies o los genitales, mientras está acurrucado en el rincón más alejado del balde y los estropajos. Le parecen horribles. Cierra los ojos, pero sabe que los estropajos están todavía allí; y la puerta tiene llave; y no vendrá nadie. La puerta siempre tiene llave; y nunca viene nadie, excepto que a veces el niño no comprende el tiempo ni los intervalos de tiempo-, a veces la puerta cruje horriblemente y se abre, y entra una persona, o varias personas. Una de ellas quizá se acerque y patee al niño para obligarlo a levantarse. Las otras nunca se acercan, sino que lo observan con ojos aprensivos y asqueados. Le llenan apresuradamente el cuenco de comida y la jarra de agua, cierran la puerta, los ojos desaparecen. La gente de la puerta nunca dice nada, pero el niño, que no siempre ha vivido en ese cuartucho, y puede recordar la luz del sol y la voz de la madre, a veces habla. “Me portaré bien”, dice. “Por favor, quiero salir. ¡Me portaré bien!” Nunca le responden. Antes el niño pedía ayuda a gritos durante la noche, y lloraba mucho, pero ahora sólo emite una especie de quejido, “eh-haa, eh- haa”, y cada vez habla menos. Es tan raquítico que no tiene pantorrillas; le sobresale el vientre; se alimenta de medio cuenco de cereal y grasa por día. Está desnudo. Las nalgas y los muslos son una masa de úlceras infectas, pues está continuamente sentado sobre sus propios excrementos.
Todos saben que está ahí, todos los habitantes de Omelas. Algunos han venido a verlo, otros se contentan meramente con saber que está ahí. Todos saben que debe estar ahí. Algunos entienden por qué, y algunos no lo entienden, pero todos entienden que su felicidad, la belleza de su ciudad, la ternura de sus amistades, la salud de sus hijos, la sabiduría de sus eruditos, la habilidad de sus artesanos, incluso la abundancia de sus cosechas y el aire templado de sus cielos, dependen absolutamente de la abominable desdicha de este niño.
Normalmente explican esto a los hijos cuando ellos tienen entre ocho y doce años, cuando parecen capaces de comprenderlo; y la mayoría de los que vienen a ver al niño son personas jóvenes, aunque muchas veces hay adultos que vienen, o vuelven, a ver al niño. Por precisas que sean las explicaciones que han recibido, estos jóvenes espectadores siempre se escandalizan y asquean ante el espectáculo. Sienten náuseas, aunque se creían por encima de esa sensación. Sienten furor, ultraje, impotencia, pese a todas las explicaciones. Les gustaría hacer algo por el niño. Pero no pueden hacer nada. Sería bueno poder llevar al niño a la luz del sol, sacarlo de ese lugar aberrante, limpiarlo y alimentarlo y confortarlo; pero si se hiciera, la prosperidad y la belleza y el deleite de Omelas se marchitarían y secarían ese mismo día, esa misma hora. Esas son las condiciones. Cambiar toda la bondad y gracilidad de cada vida de Omelas por esa sola y pequeña buena acción, perder la felicidad de miles por la posible felicidad de uno: por cierto eso sería abrir las puertas de la culpa.
Las condiciones son estrictas y absolutas; al niño no se le puede dirigir ni siquiera una palabra de cariño.
A menudo los jóvenes vuelven a casa llorando, o tan furiosos que no pueden llorar, cuando han visto al niño y han enfrentado esta paradoja atroz. Quizá cavilen semanas o años. Pero con el tiempo empiezan a comprender que aunque soltaran al niño la libertad no le brindaría muchas cosas: el placer vago y pequeño de la tibieza y la comida, sin duda, pero no mucho más. Está demasiado degradado e imbecilizado para gozar realmente de la alegría. Ha temido demasiado tiempo para estar libre de miedo. En verdad, después de tanto tiempo es probable que fuera infeliz sin paredes que lo protejan, sin oscuridad para los ojos, sin excrementos donde sentarse. Las lágrimas vertidas por esa atroz injusticia se secan cuando empiezan a entender la terrible justicia de la realidad, y a aceptarla. Sin embargo esas lágrimas y esa furia, la generosidad puesta a prueba y la aceptación de la impotencia, son tal vez la verdadera fuente de esplendor de sus vidas. No gozan de una felicidad vaporosa, irresponsable. Saben que ellos, como el niño, no son libres, Conocen la compasión. La existencia del niño, y el hecho de que ellos conozcan su existencia, posibilita la nobleza de su arquitectura, la hondura de su música, la profundidad de su ciencia. Es por causa del niño que tratan tan bien a los niños. Saben que si ese desdichado no estuviera acurrucado en la oscuridad, el otro, el flautista, no podría ejecutar una música alegre mientras los jóvenes y bellos jinetes se alinean para la carrera al sol de la primera mañana de verano.
¿Ahora creéis en ellos? ¿No son más convincentes? Pero hay algo más para contar y esto es absolutamente increíble.
En ocasiones, uno de los adolescentes que va a ver al niño no vuelve al hogar dominado por la furia o el llanto: no vuelve, simplemente al hogar. De vez en cuando un hombre o una mujer de más edad guardan silencio un par de días, y luego se van. Esta gente sale a la calle, y echa a andar hasta salir de la ciudad de Omelas por las hermosas puertas. Siguen caminando a través de las tierras de labranza de Omelas. Cada cual va solo, muchacho o muchacha, hombre o mujer. Cae la noche; el viajero debe atravesar callejuelas de aldeas, entre casas con ventanas iluminadas de amarillo y luego salir a la oscuridad de los campos. Siempre solos, van al oeste o al norte, hacia las montañas. Siguen adelante. Abandonan Omelas, siguen caminado en la oscuridad, y no regresan. El lugar al cual se dirigen es un lugar aún menos imaginable para la mayoría de nosotros que la ciudad de la dicha. Ni siquiera puedo describirlo. Es posible que no exista. Pero ellos parecen saber adónde van, los que abandonan Omelas.

Las doce moradas del viento ( relatos de Ursula K Le Guin )  Premio Gigamesh en 1986 a la mejor antología.
Traducción de Carlos Gardini

12 diciembre, 2012

"Marita Verón soy yo, todos somos ella" por Claudia Piñeiro

Foto: VERGÜENZA. Caso Marita Verón: los 13 acusados absueltos.
Susana, te pedimos perdón cada día, cada hora, cada minuto. 
Y te agradecemos tu lucha y entrega, sobre todo por nuestras hijas.
A estos jueces también los pagamos entre todos. 
Si por mí fuera, están despedidos sus señorías.


Yo soy Marita Verón. Mi hija es Marita Verón. Mis hijos son Marita Verón. Mis amigas. La mujer que desayuna en el mismo bar que yo, en una mesa junto a esta otra donde estoy escribiendo las líneas que usted lee. Y el hombre que acompaña a esa mujer. Usted también es Marita Verón. Todos somos ella y por lo tanto todos necesitamos, merecemos y tenemos el derecho de que se haga justicia. Y antes que a ninguno de nosotros, les debemos justicia a Marita Verón, a su madre, Susana Trimarco, a su hija, Micaela Catalán, y a quienes aún hoy están atrapados en redes de trata de personas. Yo tomo esta causa como propia, a mí me afectará en forma directa y personal el fallo que se dicte. Si no nos apropiamos de ella, si no hacemos nuestra la causa de Marita, habremos fracasado como sociedad. Porque cuando los jueces dicten su sentencia no sólo le estarán comunicando a los imputados su condena, sino que estarán diciendo a la sociedad que representan y de la que son parte que hay determinadas conductas que no toleraremos más. Delitos abominables como la trata de persona, la esclavitud que erróneamente creíamos abolida hace tiempo. A nuestro derecho de que se haga justicia se suma nuestra responsabilidad, la ineludible exigencia a nuestros jueces de que actúen a derecho, sin presiones, y emitan la sentencia que nos devuelva la fe en esto que somos, un grupo de personas tratando de vivir juntas porque se supone que hacerlo nos beneficia a todos. Y reparar el pacto social que tantas veces se ha roto.

Claudia Piñeiro | Escritora, dramaturga y guionista


http://www.lagaceta.com.ar/nota/524731/policiales/marita-veron-soy-yo-todos-somos-ella.html

09 diciembre, 2012

para no olvidarla: CLARICE LISPECTOR


Por no estar distraídos
        Había la levísima embriaguez de andar juntos, esa alegría, como cuando se siente la garganta un poco seca y se ve que por admiración se estaba con la boca abierta. Respiraban de antemano el aire que estaba delante y tener esa sed era su propia agua. Andaban por calles y calles hablando y riendo, hablaban y reían para dar materia y peso a la levísima embriaguez que era la alegría de su sed. A causa de los coches y de la gente, a veces se tocaban, y a ese contacto -la sed es la gracia, pero las aguas son de una belleza oscura-, y a ese contacto brillaba el brillo de su agua, la boca un poco más seca de admiración. ¡Cómo admiraban estar juntos!
        Hasta que todo se transformó en no. Todo se tranformó en no cuando ellos quisieron esa misma alegría suya. Entonces la gran danza de los errores. El ceremonial de las palabras poco acertadas. Él buscaba y no veía, ella no veía que él no había visto, ella que estaba allí, sin embargo. Sin embargo él, que estaba allí. Todo fue un error, y había la gran polvareda de las calles, y cuanto más se equivocaban, más querían con aspereza, sin una sonrisa. Todo sólo porque habían prestado atención, sólo porque no estaban lo bastante distraídos. Sólo porque, de repente, exigentes y duros, quisieron tener lo que ya tenían. Todo porque habían querido darle un nombre; porque quisieron ser, ellos que eran. Aprendieron entonces que, si no se está distraído, el teléfono no suena, y que es necesario salir de casa para que la carta llegue, y que cuando el teléfono finalmente suena, el desierto de la espera ya ha cortado los hilos. Todo, todo por no estar distraídos.
de Para não esquecer, 1978.
*Para no olvidar. Crónicas y otros textos, trad. de Elena Losada Soler,
Siruela, Madrid, 2007. 

04 diciembre, 2012

Liliana Heker (Argentina, 1943)


pequeña y míope

También era miope y, según se sabe, durante mucho tiempo se negó a usar anteojos. Aducía que lo poco que vale a pena de ser visto en detalles acaba acercandose a uno (o uno a la cosa) y que, por otra parte, la visión del miope no solo tiene el privilegio de ser polisemica; además, resulta incomparablemente mas bella que la del humano normal. Las formas difusas permiten un imaginario sin limites y el mundo aparece como concebido por un impresionista exacerbado.

Era petisa. Decía que eso la hacía manuable para el amor y facil de distribuir aún en los espacios reducidos.

También consta que nasció en Almagro, que vivió en San Telmo, que fue fervorosa adepta del mítico Boca Juniors, que tenía tres gatos, que amó a un hombre de ojos azules. Esto es todo lo que se sabe sobre su vida. El resto es literatura.

Liliana Heker, 'Cien años después' en Las hermanas de Shakespeare, 1999.
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